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En el laberinto de la ineficacia, la fiscalía para delitos sexuales

Por Rafael Maya

Eréndira, de once años de edad, tuvo el valor de denunciar un crimen que sus padres jamás se hubieran imaginado: su tío Carlos (hermano de su madre) la violaba desde hacía dos años cada vez que visitaba a la familia los fines de semana.

Y es que mientras la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF), vía la fiscalía para delitos sexuales, trata de establecer perfiles para identificar en las calles a los violadores sexuales, el potencial agresor convive cotidianamente con su víctima. El enemigo duerme en casa.

Según diversas investigaciones, las mujeres (niñas y adultas) sufren en mayor medida agresiones sexuales por parte de personas conocidas, incluidos parientes.

Ante esta realidad, la Fiscalía para delitos sexuales de la PGJDF –creada en 1991 y cuyas funciones son recibir denuncias de ese tipo de crímenes, integrar las averiguaciones previas y apoyar sicológicamente a las víctimas y a sus familiares– se ha dado a la tarea de establecer patrones sicológicos y de modus operandi de los agresores sexuales con miras a identificarlos y disponer medidas de prevención en una ciudad donde, según cifras oficiales, ocurre una violación cada siete minutos.

Con sus diferencias entre sí, especialistas, académicas y funcionarias federales sostienen que es imposible establecer perfiles de los violadores sexuales ya que el origen de ese tipo de agresiones contra la población femenina es fundamentalmente sociocultural (manifestación del poder y violencia masculinos), más que sicológico o siquiátrico.

DECLARACIONES DESAFORTUNADAS

Por ejemplo, en 1998 fue la misma fiscal para delitos sexuales, Dulce María Villada, junto con sus titulares de área, Juan Carlos Rincón y Juan Carlos Reyes, quienes aseguraron que la PGJDF tenía ya «el perfil de los violadores en la Ciudad de México».

De su informe se desprende que los agresores sexuales capitalinos usan ropa deportiva con gorra o incluso pasamontañas; además de que son «desaliñados, descuidados e inseguros». Prefieren atacar las noches del 15 y 16 de septiembre por sentirse más «intensos, eufóricos y valientes».

También «se comprobó científicamente», anunció Villada, que en los meses de más calor, desde marzo hasta agosto de cada año, aumenta el número de violaciones sexuales porque «el hombre produce mayor cantidad de semen».

Como respuesta, el sicoterapeuta sexual Rafael Rodríguez, exdirector administrativo de la Asociación Mexicana de la Salud Sexual, asegura que no existen patrones para diferenciar a los agresores sexuales; toda vez que conforman una población muy heterogénea en la que no importa la clase social, la profesión o la raza.

El especialista, autor de un estudio nacional sobre la prevalencia de agresores sexuales en las prisiones en 1998, agrega que tampoco hay patrones sicológicos ni de modus operandi entre este tipo de agresores. «Ni los mejores sistemas de procuración de justicia tienen esos patrones; y es que no existen.»

Al calificar las declaraciones de Dulce Villada como poco afortunadas, Rafael Rodríguez comenta que en lo personal carece de datos científicos para defender si en efecto en épocas de calor se incrementan los delitos sexuales.

«A lo mejor una población específica se comporte de esa manera, pero no pueden emitirse juicios absolutos. Entre los investigadores, a ese tipo de afirmaciones les llaman excesos.»

No obstante, el siquiatra y capacitador de personal terapéutico para atender a agresores sexuales presos en los reclusorios de la capital, explica que en coincidencia con otras estadísticas, las victimas por lo general conocen a los agresores ya que están en su mismo círculo social.

Por lo mismo, reitera que es muy difícil identificar a los agresores sexuales. «Los agresores buscan a sus víctimas. Los pedófilos rondan los jardines de niños, los grupos de boy scouts, etcétera. Si les gustan las mujeres, las buscan donde estén menos protegidas, como por ejemplo las mujeres migrantes en Ciudad Juárez.

LOS PERFILES DE LA PROCU

Por su parte el agente del ministerio público (MP) y supervisor de la fiscalía para delitos sexuales, Juan Carlos Reyes, asegura que desconoce la información sobre los perfiles de los agresores sexuales anunciados por su superior Dulce María Villada, a pesar de que la prensa dio cuenta en su momento que él también había defendido esos argumentos.

Sin embargo, el funcionario refrenda el argumento de la PGJDF acerca de que los agresores sexuales utilizan prendas como gorras o pasamontañas para dificultar que la víctima y las autoridades los identifiquen.

Asimismo explica que la fiscalía para delitos sexuales tiene definidos modus operandi de agresores conocidos y desconocidos por la víctima. Los primeros, que están en el círculo cercano de las mujeres y niñas ultrajadas sexualmente, tienen características de personalidad más universales y no tan definidas.

En tanto los agresores desconocidos se clasifican en solitarios y oportunistas; estos últimos son los que perpetran la violación sexual en una sola ocasión aprovechando las «condiciones propicias». Juan Carlos Reyes sostiene que la gran mayoría de violaciones son cometidas por ese tipo de personas.

Por lo que corresponde a los solitarios organizados, éstos planean de antemano su estrategia, tomando en cuenta riesgos, facilidades y rutas de escape.

El agente del MP afirma que para la PGJDF los delincuentes sexuales no son enfermos mentales, ya que, explica, son personas capaces de planear sus crímenes; al contrario de los que padecen alguna incapacidad mental.

Reyes Navarro reconoce que hay diferencias semánticas entre los conceptos de las ciencias penal y siquiátrica para clasificar a esos criminales. Bajo esa diferencia de lenguajes el siquiatra Rafael Rodríguez coincide y, por su parte, define a los agresores sexuales como enfermos mentales que deben su acción a factores de origen biológico; aunque no descarta la influencia del medio socio-cultural.

LA PREVENCIÓN QUE NAUFRAGA

Basada en los perfiles sicológicos y de acción sobre los agresores sexuales elaborados por la fiscalía, la procuraduría ha diseñado diversos operativos y programas de prevención como por ejemplo campañas informativas con carteles y talleres ubicados e impartidos en las instalaciones del metro a fin de que las y los usuarios denuncien el abuso sexual.

Igualmente se instalaron agencias del MP en las estaciones del metro Pantitlán, Pino Suárez y Martín Carrera, que son en las que –a decir de Juan Carlos Reyes– tienen más índices de denuncias de abuso sexual.

Al mismo tiempo la PGJDF distribuye folletos con medidas preventivas para viajar en taxi o transitar en lugares poco seguros. En 2001, más de 70 taxistas fueron acusados de cometer violación sexual en la Ciudad de México.

Para Patricia Valladares, coordinadora del Programa Interdisciplinario de Atención a Personas Violadas (PIAV), en la Facultad de Estudios Superiores Iztacala de la UNAM los esfuerzos preventivos de la procuraduría no han servido para nada, toda vez que, apunta, en los últimos diez años no han disminuido los delitos sexuales en la capital.

Valladares critica la falta de continuidad en los cursos y talleres de prevención que imparte la PGJDF a la población, lo mismo que la carencia de información ya que eso hace pensar a la gente que la violencia sexual sólo ocurre en las calles.

Como prueba de lo anterior, la maestra en sicología apunta que sólo el 30 por ciento de las violaciones sexuales se comete en la vía pública, mientras que el 70 por ciento restante es perpetrado por personas cercanas a la víctima.

Patricia Valladares parte del principio de que los agresores sexuales actúan impulsados por ideas machistas y para demostrar su poder. Por lo mismo, propone que la información para prevenir estos delitos se maneje con perspectiva de género, y para los violadores sugiere efectuar procedimientos de rehabilitación.

MITOS Y REALIDADES

La también maestra en sicología por la UNAM y terapeuta del PIAV, Alba Luz Robles, enumera en su tesis de maestría Alternativa terapéutica para agresores sexuales, publicada en 1998, una serie de mitos sobre la violación sexual que aún hoy persisten entre la población e incluso entre las autoridades; lo que conlleva a inhibir la denuncia y a acrecentar la cifra negra de ese crimen.

Algunos de esos mitos son: «sólo se viola a las mujeres bonitas y jóvenes que usan faldas cortas, blusas escotadas y pantalones ajustados», «el violador es un enfermo mental que tiene un deseo incontrolable de tener sexualidad»; «el violador es una persona de nivel socioeconómico bajo, sin estudios ni cultura»; «la violación ocurre en lugares apartados, oscuros y en la noche».

Al respecto, la subsecretaria para temas globales de la cancillería, Patricia Olamendi, es contundente. En una ponencia que presentó durante un encuentro reciente de periodistas de México, Centroamérica y el Caribe, la funcionaria advierte que es muy peligroso que las autoridades judiciales elaboren perfiles de los agresores sexuales ya que, además de crear confusión entre la comunidad, refuerzan los mitos sobre ese tipo de crímenes.

Por esa razón llama a modificar los códigos penales en virtud de que contienen nociones del derecho romano, en el que no consideraban a las mujeres ciudadanas, lo que permite subjetividades como los llamados delitos de honor, que dejan en la impunidad a los crímenes sexuales.

Así, mientras las críticas de la sociedad continúan por la ineficacia de las autoridades capitalinas –y en general de todo el país– para castigar y prevenir los delitos sexuales, al tiempo que los prejuicios impiden el desarrollo de una cultura de la denuncia, Eréndira (con daños sicológicos posiblemente irreversibles), tal vez jamás pueda eliminar el miedo a la vida que le dejó su tío Carlos (condenado a catorce años de prisión) con quien antes de que ocurriera el ultraje, solía jugar y hacer sus tareas escolares.

       
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