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La historia de las despulpadoras de jaiba del ejido Guanosolo

Por Román González

Empresas trasnacionales, estadunidenses en su mayoría, explotan la mano de obra femenina de las comunidades pesqueras asentadas en el golfo mexicano; en Tabasco, la más antigua es Boca de México (desde 1986) y la más joven Phillips.

Para la bióloga Laura Vidal Fernández, de la Asociación Ecológica Santo Tomás con sede en Villahermosa, el mercado sin fronteras se parece a un monstruo que se traga a todos los pueblos. «Hay que matarlo antes de que avance»

En su estudio El caso de la cooperativa mujeres despulpadoras de jaiba en Paraíso, Tabasco, Vidal Fernández da a conocer la historia de esta organización de mujeres y la difícil situación social y económica de las comunidades rurales pesqueras. «Nos interesa rescatar la experiencia como memoria y antecedente para las siguientes organizaciones de mujeres», afirma.

Actualmente son nueve mujeres las que en el ejido Guanosolo, del municipio de Paraíso en la región de la Chontalpa, las que atienden su pequeña cooperativa.

Desde 1995 las mujeres deciden organizarse por lo que crean, tras de la figura jurídica llamada sociedad cooperativa limitada (SCL), una pequeña empresa despulpadora de jaiba, como una opción para ayudar al ingreso familiar.

TRABAJO Y CONFLICTOS

Al principio todo fue bien, pero cuando pensaban que las cosas mejor no podían ir, empezaron a aparecer los obstáculos, entre ellos los de las cooperativas de pescadores, que siempre las vieron como competencia.

Vital Fernández advierte que son muchas las dificultades internas que hay en los procesos económicos de las comunidades; por ejemplo los problemas de liderazgo y los de organización, la falta de experiencia de trabajar con proyectos productivos y la dificultad de ejecutar a cabalidad todas las fases del ciclo de los proyectos.

Además, la competencia de las empresas trasnacionales por el precio de la jaiba viva fue uno de sus principales retos, ya que la despulpadora extranjera pagaba más con relación a lo que la cooperativa podía pagar, lo que hacía que los pescadores prefirieran a esas compañías. Sumado a ello se agregan problemas personales que debilitaron la empresa de las mujeres.

Aunado a esta situación, las mujeres tenían que compartir su tiempo entre sus casas y el proyecto, además de tratar que la comunidad reconociera y legitimara el trabajo de su cooperativa.

Esto hacía cada vez mas complicada la permanencia de las mujeres en el proyecto. De 35 mujeres que eran en 1995, a la fecha sólo permanecen nueve; y la mayoría se salió principalmente por no recibir el apoyo de sus esposos.

A decir de Vital Fernández, las mujeres optaron por detener la producción entre 1998 y 1999 cuando ya no tuvieron capital suficiente para la comercialización; en ese momento lo que había era desesperanza, fastidio, cansancio y tedio por parte de todas. Siguieron haciéndose reuniones de evaluación e incluso se inclinaron por cambiar de giro productivo.

MERCADO GLOBAL

Hablando de transnacionales, a principios del 2001 la empresa Phillips, de capital estadunidense, invitó a la cooperativa de mujeres para que les trabajaran a ellos como despulpadoras de jaiba; es decir, para que les maquilaran.

Phillips se comprometió a llevarles la jaiba hasta su cooperativa y comprarles su trabajo. ¿Qué hicieron las mujeres? Aceptaron el trato. Y cómo no si ya habían pasado casi año y medio sin trabajar en el despulpado, además Phillips era la única opción viable que incluso les quitaba la complicación de no tener que ir a capturar la jaiba viva.

La compañía se comprometió a pagarles el kilo de pulpa de jaiba a 90 pesos, precio muy cercano a como ellas lo vendían. Obviamente todo esto bajo las condiciones de calidad, eficiencia y producción que exige la exportación de la empresa.

De esta manera la cooperativa procesadora (que es donde se desarrollaba el ciclo completo de la producción) se convirtió en maquiladora de una empresa transnacional con el cien por ciento de mano de obra femenina.

Las mujeres, lamenta Vidal Fernández, piensan que esta empresa les cayó del cielo, «sólo que no hay que olvidar que si para Phillips no fuera negocio, no les llevaría desde Campeche –a ocho horas de su comunidad– las jaibas a estas mujeres que luego ellas despulpan; ni tampoco les pagaría los 90 pesos por kilo que les ofreció», advierte la bióloga.

PETRÓLEO NO ES SINÓNIMO DE RIQUEZA

El estado de Tabasco se ubica en la región sureste de la república mexicana, en la planicie costera del golfo de México; al oeste colinda con Veracruz, al sur con Chiapas y al este con Campeche.

Por tradición, el territorio tabasqueño se conoce por su fuerte actividad petrolera practicada en 14 de sus 17 municipios.

No obstante, es imposible decir que la actividad petrolera es el único factor que ha provocado el deterioro y la contaminación del ambiente tabasqueño, ya que es bien sabido que también influye el incremento de la migración, el crecimiento de la población y la sobrexplotación, entre otros factores.

Paraíso es uno de los tres municipios costeros y pesqueros más importantes de la entidad, impactado social y ambientalmente con la llegada de esta industria en los años 50. Como consecuencia, los comercios elevaron los precios de los productos básicos por la gran afluencia de migrantes que laboraban para Pemex, reduciendo el poder adquisitivo de los lugareños.

Por tanto, la situación es peor para esta organización de mujeres que viven de procesar un solo recurso pesquero como lo es la jaiba. Si sus productos fueran diversos, probablemente tendrían menos problema para conseguir materia prima.

A pesar de las condiciones adversas, apunta Vidal Fernández, el grupo de mujeres tabasqueñas despulpadoras de jaiba del ejido Guanosolo, es uno de los contados casos de organización de mujeres que enriquecen las experiencias del sector pesquero tabasqueño; experiencias que antes sólo eran privativas de los hombres.

       
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