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Sí, a una mujer

Por Marta Guerrero González

No es porque nos lo deban, ni porque seamos víctimas de la violencia y de la injusticia; tampoco es por razones históricas o de crisis social, económica o política; ni mucho menos porque somos mayoría en el padrón electoral y en el mundo: simple y sencillamente es porque podemos hacerlo, incluso mejor que los hombres.

Y es que la vocación de servicio, el cumplimiento del deber, el compromiso con los demás y la solvencia intelectual, ética y profesional no es algo que esté sujeto a la condición de género. ¿Mujeres en política? Y, ¿por qué no? Si hay mujeres en las empresas, en los cargos de decisión, en los puestos de responsabilidad social… hay mujeres en todas partes (hasta frente al tráfico vehicular), en las ventanillas y en los escritorios, en las mesas de concejo y en curules parlamentarias.

Mujeres dentro de los quirófanos salvando vidas, mujeres detrás de un microscopio, mujeres en el huerto, mujeres en el campo, mujeres en las tiendas, mujeres en las computadoras, mujeres en el cine, mujeres en los bancos, mujeres en las escuelas, mujeres en las universidades. Mujeres haciendo el país y mujeres criando a quienes lo forman.

Es decir, en todas partes hay mujeres haciendo exactamente todo por mejorar su propia calidad de vida y el de su entorno. No estoy inventando nada, sólo describo la situación de cualquier país. Sin embargo, para que cada una ocupe su sitio tiene que poner mayor empeño, esforzarse más, luchar contra viento y marea, aceptar menos salario y más trabajo; estar adaptada a cierta dosis de desprecio y a alguna carga de provocación ejercida desde el poder, casi siempre destinada a un acoso sexual, un trueque o un abuso. ¿Y?

Bueno, una mujer en el congreso va a pensar en las demás. Sabe que las carencias generacionales, el estancamiento y las grandes desigualdades repercuten –principalmente– en el desarrollo integral de las mujeres; en esas que son madres, obreras, prestadoras de servicios; en aquellas que limitarán su convivencia familiar a la estrechez, a sus urgencias y carencias y no podrán alentar el desarrollo de sus hijas ni el de sus hijos para el caso, sino en el futuro inmediato del taco a la boca.

Una mujer en el congreso pondrá todo su esfuerzo en destrabar inercias y fundamentar el camino para una reforma de estado que les permita a sus congéneres tener acceso a más y mejores oportunidades para el progreso de sus hijos, de sus nietos, de los hijos de los demás.

Una mujer en la Cámara de diputados sí dirá ¡Ni una muerta más!, pero también no más pobres, lo mismo que ya no tanto fracaso, infelicidad, desilusión, corrupción, nepotismo y arbitrariedad. Una mujer sí puede pedir no más desinterés en los problemas de género; una mujer que llega a la tribuna sabe que sus palabras deben estar sustentadas en hechos, respaldadas por acciones, avaladas por conductas personales.

Y la que está ahí, en el lugar donde se toman las decisiones de la nación, comprende que debe volver a su barrio, a sus calles, con sus vecinos a responderles, a escucharlos, a ayudarlos en todo lo posible y a hacerse solidaria con esos temas más difíciles de resolver.

Una mujer, porque sólo ella es sensible a los males ajenos; porque en lo profundo le pesa que las cosas no cambien y, sobre todo, porque ella sabe que con voluntad política, con verdadero compromiso y con ética de servicio es la única manera de que las cosas puedan ser diferentes.

Sí, una mujer, porque sólo ella sabe que debe rendirles cuentas a los demás, pero también animarlos y convencerlos de su impostergable participación; sin todos y todas nada pasa. Una mujer, muchas, cada vez más.

       
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