Se estremece la tierra y nos tumba la vida, las ilusiones, el futuro. Todos volvemos a sentir esa impotencia, el miedo, la soledad, el dolor y la añoranza por nuestros seres fallecidos. Se repite la historia. Nuestra entraña se rasga igual que la tierra.
Día con día aparece un cuerpo bajo los escombros. No queda nada, piedras y polvo. Un único zapato torcido y maltratado nos avisa de su desaparición, es el boletín de muerte. ¿Por qué será tan conmovedora la presencia de un zapato sin su par?
Muros aplastantes, varillas como dagas, tabiques como proyectiles y todo a una velocidad impresionante, en unos segundos la desolación, la desesperación, la incredulidad y los cuerpos enterrados, las pertenencias muchas o pocas, destruidas.
El desorden, la miseria frente al trabajo de reconstrucción, frente al periodo de duelo. Ahí salen los mexicanos, los verdaderos, solidarios, vecinos, se visten de prójimo y van a ofrecer, a ayudar, a brindar algo aunque no sea el consuelo siempre tan necesario.
Ahí sale la casta, unos se avorazan en su rapiña y otros abrigan y atienden. Ahí volvemos a ser el pueblo unido, generoso y luchón. La gente sin sus casas, sin sus trabajos, la gente sin su gente y la vida por delante altiva, distante. Los días sin luz, las noches en las sombras. Sin agua, sin lagrimas y con espanto. Con un terrible y escalofriante grito: ¡está temblando!
Desde California, mi profundo pésame.
MGG/RGR
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