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Etica contra ciencia, de clones y genes

Por Marta Guerrero González

El ser humano es un organismo diploide, es decir tiene dos copias de cada cromosoma (y por tanto de cada gen, en total 23 pares).

En un ser humano concebido en forma normal, cada copia de cada gen proviene de un progenitor. La recombinación entre los genes de los dos progenitores da origen a la variabilidad genética, es decir a las diferencias por ejemplo entre hermanos, hijos de los mismos progenitores.

En los genes, contenidos en los cromosomas, se encuentra toda la información necesaria para formar y mantener vivo a todo un organismo.

La clonación consiste en tomar el núcleo de una célula somática con los 23 pares de cromosomas e insertarla en una célula germinal, rodeada de los estímulos físicos y químicos necesarios para su proliferación.

Esta célula, pues, seguirá el curso de desarrollo que seguiría un cigoto (célula formada por la unión de un óvulo y un espermatozoide, cada uno con 23 cromosomas, que sumados conjuntan los 23 pares que darán origen al nuevo individuo) y formará un organismo con un genotipo idéntico al del organismo que donó el material genético.

El resultado es análogo a un gemelo idéntico, sólo que nacido a destiempo y probablemente «incubado» en un útero distinto.

La clonación se propone como un medio para obtener «refacciones» humanas, evitando riesgos de rechazo de transplantes dado que es como si vinieran del «otro yo».

Es decir, que habría seres humanos de segunda, prestos al sacrificio en provecho del original. Esto presenta en forma intrínseca un sin fin de dilemas éticos, morales, legales y económicos, que pueden ir desde cosas tan sencillas o complejas como la responsabilidad financiera del clon durante la niñez hasta su derecho a la vida.

Se alega que un clon, al ser de manufactura humana, no tiene alma y por tanto no tiene ningún derecho. Esto parece una sombra de la afirmación ignorante de que los indios americanos carecían de alma y por tanto era válida su explotación y exterminio para servir a fines económicos.

Podemos afirmar, que hasta donde ha llegado el avance de la ciencia, no se ha registrado la existencia del alma como tal, pero tampoco hay registro orgánico o localización puntual de los sentimientos, la inteligencia, la memoria, etc., y sin embargo sabemos que existen.

No hay diferencia física, orgánica o genética entre un ser humano y su clon, sólo aquellas dictadas por el medio ambiente, análogamente a lo que se observa con gemelos idénticos que han sido criados en diferentes ambientes: la alimentación, la educación, el clima, las condiciones sicosociales, físicas y políticas, todas tienen cierto peso sobre el desarrollo físico de la persona y sobre todo sobre el desarrollo de la personalidad.

Un clon, según lo propuesto, debiera carecer de los derechos más elementales y «vegetar» a la espera de que se necesiten sus «partes de repuesto». Esto sería comparable a matar o poner en coma a un gemelo idéntico para ceder sus órganos al otro, en caso de ser necesarios. ¿En base a qué se decide quién tiene derecho a la vida?

Otro argumento a favor de la clonación es la posibilidad de duplicar a personas que aportaron mucho a la humanidad como Einstein, Disney, Bach, Shakespeare, Netzahualcoyotl, etc.

La posibilidad de crear una persona genotípicamente idéntica, no significa que por fuerza el resultado fuera igual, sobre todo en lo referente a comportamiento, dado que es imposible duplicar las situaciones y condiciones que formaron su carácter.

Simplemente sería muy poco factible que las características físicas fueran idénticas, por ejemplo, la estatura está determinada por un componente genético, pero los factores ambientales como la alimentación influyen grandemente en el desarrollo del potencial genético.

Basta mirar como ejemplo a los hijos de mexicanos que crecen en Estados Unidos, tienen la misma carga genética que sus primos que viven en Chiapas, por ejemplo, pero los que se alimentan bien y tienen cuidados médicos adecuados son mucho más altos y sanos que los que crecen mal nutridos y padecen múltiples enfermedades parasitarias a lo largo de su niñez.

Por otro lado, a efectos del debate moral y legal que presenta la clonación humana, se ha estigmatizado la investigación genética en general.

Si bien es cierto que el conocimiento del genoma humano pudiera prestarse a discriminación genética (desde el que una aseguradora negara una póliza a una persona portadora de los genes que predisponen a un cáncer, hasta dificultades para obtener un trabajo por las mismas causas), lleva a una mayor comprensión de los procesos que regulan la vida y el balance entre salud y enfermedad y tiene un sin número de aplicaciones prácticas benéficas para la humanidad.

Algunos ejemplos de avances en la ingeniería genética son la «clonación» (en este contexto se refiere a copia) de los genes que codifican la insulina y somatotropina humanas, han permitido la «fabricación» de dichas hormonas por parte de bacterias manipuladas genéticamente, lo que baja costos, eleva la pureza de los productos, evita las alergias que presentaban los enfermos tratados con hormonas animales, y evita los riesgos de contagio (de VIH o hepatitis) que pudiera presentar el uso terapéutico de hormonas extraídas de humanos.

Otro ejemplo, es la reciente aplicación de la terapia génica en el tratamiento del «Síndrome del niño de burbuja» o síndrome de inmunodeficiencia múltiple, que se presenta por una mutación en un gen.

La terapia consiste en «clonar» un gen sano artificialmente en un adenovirus (virus de gripe) genéticamente modificado, y así introducir el gen sano en los glóbulos blancos del enfermo. De este modo, las células del enfermo producen la enzima que les faltaba y la persona puede llevar una vida normal.

La ignorancia y la represión son enemigos del progreso, pero nunca se debe anteponer este a los derechos de cualquier ser humano. Agradezco a la doctora Ana Fuentes quién no sólo nos instruyo en el tema, sino que nos proporciono el material para este artículo.

MG/MEL

       
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