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Asilo, represión y olvido

Por Fabiola Calvo

Cuando han fallado todos los derechos humanos en un país queda la esperanza de asilo o refugio en otro, pero si éste también quebranta el derecho, sepulta el rayo de esperanza de un ser humano que anhela vivir o rehacer su vida.

El 20 de junio, Día Mundial del Refugiado por lo menos dio unas horas para la reflexión y la posibilidad para que los medios dedicasen algún espacio a ese olvidado asunto en un mundo lleno de conflictos, guerras, desplazados, torturas y barbarie.

Abrir las páginas de la historia, nos lleva al final de la II Guerra Mundial y leer en ellas todo el registro de los millones de personas que deambulaban marcadas por el dolor y sin saber a dónde dirigir sus pasos.

Naciones Unidas trabajó para la elaboración y aprobación de la Convención sobre el estatuto de los refugiados y que conocemos como La Convención de Ginebra de 1951.

En ella se admite como refugiado a quien «como resultado de los acontecimientos ocurridos antes del 1 de enero de 1951 y debido a fundados temores de ser perseguido por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no puede, o a causa de dichos temores, no quiere acogerse a la protección de tal país…»

Luego en 1967 en Nueva York, el Protocolo sobre el estatuto de los refugiados, incluyó a todas las personas que padecieran ese temor de persecución.

Mujeres y hombres que se sienten perseguidos buscan protección y ayuda, sin embargo se encuentran con el muro de la deshumanización y la negativa, con instituciones o funcionarios que sujetan la concesión del estatus de refugio por la entrega de información de la que en muchos casos es ajeno el solicitante.

A los peticionarios de asilo les piden documentos imposibles de aportar. ¿Cómo se puede demostrar que un paramilitar intentó secuestrar o asesinar a otro? Lo que nos lleva a otro razonamiento: existen fuerzas fuera del Estado que persiguen y ejecutan extrajudicialmente. No está tipificado en el Protocolo.

Quien presenta la solicitud de asilo, no sabe el periplo que inicia.

Largas filas, interrogatorios con nombre de entrevista, negativa para un permiso de trabajo, dolor por lo perdido, ausencias y mucha soledad que no la puede suplir las deficientes o casi inexistentes redes sociales.

El exiliado no es un inmigrante económico puesto que las motivaciones de partida son diferentes y la carga emocional es distinta. Parece que su maleta pesara más pero eso no importa, su condición humana se pierde para convertirse en un potencial peligro o una carga social.

No obstante del aporte económico, social, político e intelectual de los exiliados nos puede hablar México, Argentina y tantos países que recibieron a los españoles expulsados por la Guerra Civil.

Esa España que ayer estuvo con el corazón partido por el mundo, en el 2003 sólo concedió el asilo a un 3.3 por ciento de sus solicitantes mientras que Francia admitió un 35 por ciento.

Y no es cuestión de reformar la legislación, porque según dice el Secretario General de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), Enrique Santiago, es de las más avanzadas en Europa.

Queda pues en este día de reflexión continuar exigiendo la aplicación de la normativa en la Europa que a sufrido la desolación por dos guerras, trabajar por la ampliación del asilo para las mujeres que huyen de la mutilación genital, y las que pierden sus derechos como en Afganistán.

Los y las perseguidas por su opción sexual también deberían estar en el derecho de solicitar protección en otro país.

Y no estaría mal, aunque sea llover sobre mojado, recordar a quienes legislan, que los tiempos han cambiado, y si en lugar de ampliar los derechos, optan por encogerlos tanto tanto, corre el peligro de volverse invisible y posiblemente abramos el camino para regresar a tiempos muy oscuros. Y si las leyes ya existen, vigilar su cumplimiento.

*Periodista colombiana residente en Madrid, premio 2003 La Mujer en la Unión Europea

2004/BJ

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