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Reformas a la Ley de Radio y Televisión

Por Gabriela Delgado Ballesteros

La radio y la televisión son instrumentos de comunicación que permiten contar con información, esparcimiento y toma de conciencia para formar opinión pública. Indiscutiblemente que esta industria tiene que ser rentable, sin olvidar que los beneficios económicos que se derivan de ella corresponden a la sociedad a la que se deben; ello por ser de interés público su quehacer y por el impacto ineludible que tienen sobre las personas, ya que nadie se salva de los efectos de sus emisiones.

Lo que transmiten influye en la vida diaria, en las reacciones que se tienen a los acontecimientos que se suceden a escala mundial. La transmisión de información e imágenes a lo largo del planeta da la posibilidad de estar en contacto regular con otros que piensan diferente y viven de forma distinta, causa temores o aspiraciones y crea nuevos retos a alcanzar.

Para bien o para mal nos impulsan a un orden global que nadie comprende, pero todos sentimos sus efectos. La impotencia que experimentamos frente a la forma en que están normados refleja las deficiencias de nuestras instituciones. Necesitamos crear nuevas formas de vinculación y respeto entre concesionarios y la ciudadanía.

El «decretazo» del 10 de octubre del 2002, es prueba de esta falta de respeto y relación. Los forcejeos para la regulación de los medios, desde 1959 a la fecha son prueba de que un bien de la humanidad, como lo es la comunicación vía ondas satelitales, se ha convertido en una comercialización privada; en los medios, los consumidores y los asalariados de este trabajo quedamos fuera de la jugada.

En el 2001, insólitamente, monologaron académicos, funcionarios públicos, representantes de los partidos políticos, legisladores, concesionarios, directivos de emisoras culturales, radio escuchas y televidentes. En el 2005 seguimos en esta acción, con la esperanza de que ahora sí sea un diálogo, con respeto y reconsideración para que los medios de difusión evolucionen como un bien público y de beneficio social, con información inclusiva y orientada al desarrollo, donde todas las personas puedan crear, acceder, utilizar y compartir información y conocimiento.

Los empresarios de esta industria privada y sus aliados en el Congreso se oponen a cambios de la ley para permitir que la radio y la televisión sean herramientas de justicia social.

De no modificarse la Ley de Radio y Televisión se aumentará el peligro de que las libertades necesarias para la justicia social y el desarrollo sostenible queden restringidas. Sí se dan las modificaciones, las acciones que se deriven, deben de estar en el marco de las políticas sociales, económicas y culturales – no técnicas- y en la escena pública.

El propósito, en suma, sería contar con una normatividad y una política democrática en la Reforma a la Ley Federal de Radio y Televisión que permita reflejar las necesidades y problemáticas, que no cree falsas expectativas y aspiraciones en la ciudadanía.

Kurnitzky, Horst. (1994) dice «Los nuevos estilos de vida que impone la globalización le permiten al individuo escaparse del mundo con la oferta de atracciones y vivencias, en virtud de ser indiferente a toda forma histórica, a toda formación social y a todo recuerdo. El nuevo estilo de vida convierte al individuo en el turista de un cruce, o en el consumidor de un centro comercial, que se deja estimular por la diversión que escenifican las ofertas de las mercancías. El vínculo emocional con los objetos, su utilidad, viene a ser sustituida por la orgía de las atracciones y vivencias en la que el sujeto se disuelve»

La radio y la televisión influyen en la vida diaria tanto como en los acontecimientos que se suceden a escala mundial. Son medios de «aquí adentro», que influyen en los aspectos íntimos y personales de nuestras vidas y de las familias. Por ellos, los sistemas familiares están transformándose o en tensión. A las mujeres las enfrenta a múltiples decisiones de las cuales, en su gran mayoría, representan restos y riesgos, sujetas a tradiciones ancestrales y difíciles de cambiar.

Apoyan la era del consumo que descalifica la ética, liquida el valor y la existencia de las costumbres y tradiciones. Producen culturas ajenas quitando a las personas la estabilidad de la vida cotidiana, de las relaciones con los otros. De ahí la aparición de individuos aislados y vacilantes, vacíos y reciclables ante la continúa variación de los modelos que transmiten. (Lypovetsky G. 1992)

La impotencia que experimentamos mujeres y hombres ante los medios no es señal de deficiencias personales sino reflejo de las deficiencias de la normatividad que rige a la radio y la televisión. De allí que las mujeres en este momento de enajenante globalización, que nos presentan los medios, vivamos situaciones de contradicción y sentimientos contrapuestos; «viviendo agudas, profundas y complejas contradicciones internas». (Lagarde 2000)

Existen estudios que demuestran que el promedio de horas que niñas y niños pasan frente al televisor es mayor que el empleado en el aprendizaje escolar, incluso que disminuyen la comunicación familiar. Hay evidencias de que las personas saben perfectamente los factores que determinan las rupturas, conflictos o alegrías de los personajes de una telenovela, pero no la vida de sus propios familiares.

Las reglas de los medios están basadas en las leyes del mercado y sus particulares intereses de oferta y demanda. Para satisfacer estos intereses, más generales y globalizados, elaboran mensajes en donde de manera simple y simbólica se reconocen aspiraciones comunes de un número cada vez mayor de personas, que, a la larga, son convertidas en elementos de venta y consumo. Nos convertimos en tiraje, audiencia o ratting para que al mismo tiempo, los anunciantes nos perfilen como consumidores y consumidoras de productos, ideas y aspiraciones.

Por lo tanto, la radio y la televisión no son inocuas o inocentes ya que tienen un efecto emotivo e ideológico en el modo en que concebimos el mundo y en la defensa del status quo. Por medio de ellos, hemos aprendido y unificado aspiraciones, hemos construido imaginarios sociales, familiares y laborales, en donde cada personaje tiene un lugar determinado en la estructura en que se desenvuelve.

Es ahí donde se encuentran los estereotipos que generan, de manera silenciosa, la violencia de género aceptada y promovida de manera social y políticamente «correcta». Lo anterior, lo vemos a diario «suavecito», sin necesidad de tener escenas de violencia explícita, pero que a la larga nos habrán formado como mujeres y hombres acostumbrados a relaciones de género desiguales, marcadas por el poder de unos sobre las otras. Este «bombardeo» nos llega a través de todos los formatos y desde las diferentes maneras de comunicar mensajes.

El poder de reproducción que ejercen los medios se debe a dos razones: por el tiempo en el que pasan las personas ante ellos y, que los dueños de los medios son grupos hegemónicos con poder político y económico, a quienes les conviene mantener el status quo para sus beneficios personales y de sus corporativos.

Ejemplo de ello son «las concesiones televisivas que no han sido contrapeso, sino parte, de los excesos del poder público; no han sido impulso, sino contra prisa, al ejercicio de la libertad ciudadana de expresión. No han promovido la cultura, sino el comercialismo y la vulgaridad; no han servido para atenuar las enormes injusticias sociales, pero si para enriquecer desmesuradamente a sus concesionarios; no han impulsado la democratización, sino que han atacado y denostado a los luchadores por la democracia, ya fueran individuos u organizaciones.» (Editorial La Jornada, jueves 17 octubre 2002, Pág. 2)

La autoridad del Estado como la institución que puede aplicar el poder para la justicia y el bienestar social requiere de normas jurídicas que regulen no sólo las relaciones de los ciudadanos entre sí, sino la de éstos con el Estado y al Estado mismo. Ésta es la base del Estado de Derecho, es decir, del Estado sometido a las normas jurídicas.

El pensar en reformas legislativas podría ser un esfuerzo en vano de no contar con una autoridad autónoma en materia de comunicación, como la ciudadanización del Consejo Nacional de Radio y Televisión, que daría a los concesionarios seguridad jurídica, al Ejecutivo independencia efectiva y a la ciudadanía certeza, transparencia e imparcialidad en el cumplimiento de la Ley y en el otorgamiento de las concesiones y permisos.

Trabajar en red: legisladores, administradores, empresarios, trabajadores de la radio y la televisión y ciudadanos; implica la posibilidad de una mayor colaboración, de compartir lo aprendido, las experiencias y de establecer vínculos para influir en resultados de bienestar social. Creando conciencia de los compromisos políticos y de la exigencia de un cumplimiento transparente, ambas importantes formas de participación democrática. (Este documento lo pude realizar gracias a las pláticas constantes con Rosario Novoa Peniche y con Bruno Velázquez Delgado)

* Observatorio de Familias y Políticas Públicas

2005/GDB/SJ

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