Los primeros informes de los resultados de las elecciones en Chiapas muestran que el fenómeno ocurrido el 2 de julio se repitió. Existe una sociedad jaloneada por los partidos políticos, partida en dos opciones y azorada en medio de sondeos y contabilidades que no son claros.
En Chiapas la situación es mucho más aleccionadora. Hubo una votación disminuida, según informes difundidos fueron a las urnas menos de un millón de personas; el conteo y su confiabilidad pasan por zonas devastadas por la pobreza, la incomunicación y en algunos lugares por la presencia militar, que todavía ocupa 53 puestos en la zona selvática.
Pero si de todos modos supiéramos con cierta veracidad que cada candidato recibió aproximadamente 400 mil votos, es decir el que encabeza la fórmula priísta y el que encabeza la otra fórmula del PRI, la pintada de amarillo, significará apenas el 20 por ciento de la población.
Es decir, estamos corriendo a la ilegitimidad gubernamental, en un estado minado, a punto de volver a reventar, porque los problemas fundamentales apenas empezaban a enfrentarse; con los mayores índices de muerte materna, cánceres femeninos y asesinatos y feminicidio que lo colocan entre los focos rojos.
Olvidó el gobernador, acusado de apoyar a los perredistas, que el magisterio lo odiaba. Que no pudo con doña Elba Esther Gordillo, que su sobrino le formó una organización ciudadana de dudosa estirpe, que muchos zapatistas prefirieron votar por un verdadero perredista que por un priísta reciclado como Juan Sabines, cosa que también olvidó el PRD.
País divido, con autoridades ilegítimas y poco representativas; país donde nadie cree en los instrumentos electorales que nos dimos, instrumentos reconocidos internacionalmente, pero que no nos sirvieron, como dijo el colega Raymundo Riva Palacio, es un país en crisis política profunda.
Y en ese escenario, las mujeres jugaremos un papel menor. Porque nuestras pertenencias políticas, como mujeres, están igualmente divididas, nuestra agenda diluida, que no se resolverá con unas cuantas protagonistas, sin espacios políticos en la cámara de diputados y sin representación alguna.
No me puedo imaginar en la Cámara de Diputados a las legisladoras haciendo una tarea conjunta a favor de las mujeres, porque hay muy pocas interesadas y porque la diferencia de visión y acción política en esta crisis no lo permite.
No puedo imaginar a las perredistas acordando con las panistas la forma en que podrá discutirse y aprobarse, en el Senado, la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, cuando esa ley propone una cambio radical en la mirada para prevenir la violencia o el reconocimiento a que ésta, la violencia contra las mujeres, viene de la mayor de las misoginias, el patriarcalismo y el autoritarismo.
* Periodista y feminista
06/SL/LR