Hay épocas en la vida en que el viento se convierte en una forma de agresión: ¡no corras! Decía el abuelo, ¡no corras a mi lado, porque me das frío! Entiendo lo que quiso destacar Beatriz Rivas Ochoa en su novela sobre los últimos años del gran Napoleón Bonaparte.
Gracias a la creativa imaginación de la autora, la novela editada por Alfaguara, nos lleva a Santa Helena, la morada definitiva del emperador. No es difícil acompañar en el exilio al hombre de Estado, al patriota, al general y estadista.
De hecho resulta cautivante recorrer con él sus memorias, seguirlo por las veredas verdes cuando juega a la gallina ciega con miss Betsy, la adolescente curiosa y alegre que lo visita los viernes por la tarde.
Pocos conocen la historia, a pesar de las memorias dejadas por miss Betsy Balcombe, pero ahora Beatriz nos revela una parte, incluso tierna, aún vigorosa del prisionero mas custodiado de la historia (más de tres mil soldados fueron sus celadores en la isla), quien dicta sus memorias y comparte sus arrepentimientos, su gloria, sus ideales.
Pero a través de la chiquilla inglesa, sabemos de sus confidencias sobre el amor, la guerra, los gobernantes, las mujeres… sus soldados.
Beatriz es una excelente narradora, se apega a su extensa investigación, pero no quiere repetir lo que ya tantos historiadores han hecho, por eso nos recrea con estos pasajes verdaderos y poco conocidos, hábilmente tejidos con el poder de la pasión creadora.
En la presentación de su novela, sucedió lo mismo que en las páginas del libro; era jueves por la tarde, los grandes ventanales dejaban ver la imponente fuente del lago, Guadalupe Loaeza presentaba cabalmente la novela, estaba fascinada por los personajes y por la pluma ágil de Rivas Ochoa, cuando de pronto desde el fondo del salón, acompañado por dos esbeltos guardias, el Emperador Bonaparte cruzó el pasillo y alzando la voz reclamó su derecho a ser el personaje principal de esa historia, a los 500 invitados se nos puso la carne de gallina, mientras lo teníamos entre nosotros y escuchábamos la Marsellesa.
Eso mismo consigue Beatriz en Viento Amargo, la magia de la palabra escrita nos lleva al mismo lugar del destierro, a sentir el mismo viento, a escuchar la potencia del discurso, sus recuerdos mas queridos y, a presenciar la atracción que se despierta, de manera diferente en ambos, cada viernes, durante cada nuevo encuentro con la joven. Mientras tanto, el viento amargo anuncia la llegada de la muerte.
¿Quién puede resistirse a su lectura?
* Periodista mexicana
06/MG/LR