¡Ya basta de tanta asquerosidad!, dijo Kamel Nacif. Pero no se refería a la red de pederastia con la que se le vincula. Tampoco a la cariñosa amistad que le une a Jean Succar Kuri. Menos se refería a la relación patrón-empleado que le une a más de un gobernador y a más de un diputado. No, a él nada de eso le parece asqueroso. Lo que le asquea es que todo eso se haya hecho público.
El pasado viernes se realizó en Cancún, Quintana Roo, el segundo careo entre el poderoso empresario textilero, Kamel Nacif y la periodista defensora de los derechos humanos, Lydia Cacho.
Ahí, un enfurecido y amenazante Kamel le gritó a Lydia. «Ya basta de tanta asquerosidad, me ha hecho un monstruo con sus mentiras y sus asquerosidades».
Curiosa manera de entender lo nauseabundo, lo repugnante, lo asqueroso.
No le parece repugnante la conversación telefónica que sostuvo con Succar en la que le pide que traiga a «la niña» para «fornicar».
No le parece asquerosa su conversación con el gobernador de Puebla, Mario Marín, donde, con un lenguaje vulgar y grosero, le agradece la intervención directa del mandatario –algo ilegal en México- para detener a Lydia en Quintana Roo y llevarla a Puebla en un trayecto de más de 20 horas en las que estuvo sujeta a tortura psicológica.
No le parece nauseabunda su conversación con otro hombre en la que deja ver que pagó para que violaran a Lydia Cacho en la cárcel de Puebla.
No le parece una inmundicia su conversación con un senador de la República indicando, ordenando, exigiendo que no se apruebe una ley que, se infiere, podría lesionar sus intereses.
No. Nada de eso le parece asqueroso.
Lo verdaderamente asqueroso es que sus conversaciones telefónicas salgan a luz pública. Lo verdaderamente repugnante es que sus relaciones con hombres poderosos salgan a relucir de manera tan abierta.
Lo verdaderamente inmundo es que los hombres poderosos que le cubrían las espaldas empiecen a tomar distancia. Lo verdaderamente nauseabundo es que grabación tras grabación, conversación tras conversación se le vaya dibujando de cuerpo entero.
Porque nunca ha desmentido las conversaciones. Nunca ha dicho que no es su voz. Nunca ha negado que esas conversaciones, en esos términos, hayan tenido lugar. No ha exigido una investigación al respecto. No ha proclamado su inocencia. No ha hecho nada para demostrar que no es cierta cada una de las palabras que salieron de su boca a la luz y al oído público.
Es más, les otorgó acta de validez cuando acusó a su esposa, de quien hace años se encuentra separado, de haber grabado esas conversaciones para presionarlo con la firma del divorcio, trámite que no ha concluido, dice Nacif, por la suma millonaria que la señora solicita en la repartición de bienes.
De manera que parece que lo que realmente asquea a Nacif es la difusión de sus palabras, mismas que han redundado en la confirmación de su mala fama pública.
Lo que le enoja es estar en boca de mucha gente que tal vez nunca lo pensó respetable, pero que ahora tiene elementos para señalarlo con el dedo. Lo que le enfurece es que en este país ya no se puede hablar confiadamente por teléfono de cualquier indecencia.
Pero entonces habría que explicarle al señor Nacif que la «asquerosidad» de difundir conversaciones que lo definen de punta a punta ni siquiera es imputable a Lydia Cacho.
Hay decenas de «asquerosos y asquerosas» periodistas que han cumplido con su responsabilidad social de informar y han contribuido con la causa que abandera Lydia Cacho: no ignorar, no olvidar, no archivar el asunto de la pederastia de nuestro país y de las redes de poder que la protegen.
Y ahí están «las asquerosas» Blanche Petrich, Carmen Aristegui, Lucía Lagunes. Ahí están «los asquerosos» Carlos Loret de Mola, Jorge Zepeda, Miguel Ángel Granados. Ahí están decenas y decenas de periodistas que dentro y fuera del país, por prensa, radio, televisión han cometido tantas «asquerosidades» contra Nacif.
Lo realmente repulsivo de este asunto es que la única que está acusada, la única a la que se le sigue un juicio legal, la única que por el momento puede ser declarada «culpable» es Lydia Cacho.
Lo nauseabundo es la impunidad con la que un hombre puede andar por el país insultando, agrediendo, amenazando.
Lo asqueroso es que tanta inmundicia no sea suficiente para hacer justicia.
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* Periodista mexicana
06/CL/LR/CV