Es el poder, ese, el patriarcal identificado por las feministas, el que se ha entronizado en los reducidos pasillos de la democracia mexicana.
En Oaxaca la policía militar, los paramilitares, las tanquetas, los gases lacrimógenos, la confusión, el miedo y una megamarcha que resistió este domingo cualquier pronóstico, son apenas los contornos de la punta del iceberg de una situación de alarma y alerta.
Ahí están los más de mil asesinatos atribuidos a la pelea de los cárteles del narcotráfico en el país.
La tortura en los sótanos de las agencias policíacas, según la Comisión Nacional de Derechos Humanos, existe, se practica impunemente.
Las muertes, todas, anticipadas, inexplicables, decenas de mujeres cada día por cáncer, por ejercicio del poder de la pareja, las relacionadas con la maternidad y las que suceden como consecuencia del aborto clandestino.
Un panorama nada edificante, a 4 semanas de que termine el primer gobierno de lo que creíamos era la transición democrática. En el que conviven partidos políticos legales, libertad de expresión para denostar, ocultar y burlarse del espíritu de la Constitución y mayorías expectantes y silenciosas.
En estos laberintos, marcados por el poder, ese patriarcal, nos debatimos, mientras alegremente el responsable, todavía, de los destinos del país, el señor Vicente Fox ni suda ni se enfría. Sigue siendo el mismo, un individuo superficial y banal, con un enorme deseo de poder que le ha generado beneficios, a sí mismo, y a su familia.
¿Qué nos espera? Si el presidente electo, bajo la sospecha de la ilegitimidad, no se da cuenta del país que recibirá, porque también está perdido en su propio laberinto, empieza a no oír y a no ver.
Orden y ley, son sus palabras favoritas. Poder y mano dura, anuncia.
Es este el poder patriarcal el que se ha erigido en un país de 60 millones de pobres, en que la dominación y la injusticia, se imponen.
Lo que de todo esto más me llama la atención es el silencio cómplice de millones de personas, una sociedad sin libertad y sin ciudadanía que parece aguantar todo.
El conflicto en Oaxaca lleva ya más de 57 crímenes, asesinatos. Una mayoría, según ha podido leerse, caída en manos oscuras y no identificables. Personas ejecutados por una suerte de individuos enviados por los poderes laberínticos. Asesinos a sueldo, que no dan la cara y no tienen uniforme.
Paramilitares, se llamaron en las dictaduras. En otros tiempos en México, fueron conocidos como policías de civil, enviados por los interesados en que el conflicto se mantenga.
No se sabe cuántas mujeres ahora son viudas, o perdieron a sus hijos, a sus hermanos. Cuántas de ellas están en la 28 zona militar detenidas, en riesgo de ser vejadas y humilladas; no se sabe cuantas están heridas, no dan informes claros.
Es decir, un pueblo entero se haya a expensas de ese poder que parece cubrir todo el cotidiano de este país.
Los saldos del sexenio de la alternancia en el poder son realmente vergonzosos y funestos. Vicente Fox, el simpático presidente de la República, el ranchero con botas y cinturón con hebilla de metal al cinto, que le chifla a su mujer como si fuera una yegua, se sabe, se ha documentado, es socio de los empresarios que no quieren invertir para producir, sino especular; es un presidente que no ve o que es cómplice de los narcopolíticos, ahora encumbrados en puestos clave de los tres niveles del gobierno mexicano. Su sexenio ha sido lo que él es, lamentablemente.
En fin, que los inmensos laberintos del poder, nos dejan con la boca abierta cada mañana, no dejan de asombrar por su inmensa capacidad de cinismo, desvergüenza y acumulación de riqueza y poder político.
*Periodista feminista
06/SL/GG