Durante siglos, las mujeres nos hemos visto limitadas, invisibles, poco valoradas y hasta violentadas; sin embargo, desde la primera década del siglo XX hemos luchado por ser algo más que el sexo débil, hemos luchado por ser reconocidas, por la igualdad y la equidad y por ocupar el lugar que merecemos dentro de la sociedad que, a pesar de los avances, aún sigue siendo patriarcal.
En la serie de entrevistas titulada «La lucha de la liberación de la mujer mexicana» que Dick Emanuelsson, corresponsal sueco en América Latina que cubre el mercado laboral para la prensa sindical sueca, hizo a tres destacadas mujeres mexicanas, y luchadoras sociales — Rosario Ortiz, Francesca Gargallo y Mariana Berlanga– Gargallo, narra la lucha que han enfrentado por su liberación las mujeres en nuestro país.
La feminista ítalo-mexicana relata las primeras señales de esta liberación que se dieron en 1905, cuando apareció el primer «periódico de la mujer», de tendencia socialista, que se apoyaba en los sindicatos, luego de que entre 1880 y 1890 las mujeres liberales publicaran revistas con nombres como «Las violetas del Anahuac» pues entonces «las mujeres no se podían mencionar», dice.
Entonces, las mujeres asalariadas no estaban sindicalizadas y eran principalmente tabacaleras y obreras textiles, con jornadas laborales muy pesadas y salarios menores a los pagos de los hombres aunque trabajaban igual número de horas. Los sindicatos no deseaban sindicalizarlas, pues eran vistas por éstos como «aquellas que rebajan el precio del trabajo masculino», detalla.
Y aunque la lucha fue dura, finalmente los sindicatos las apoyaron en la igualdad de salarios. No obstante, las agrupaciones sindicales «no fueron muy feministas hasta casi entrada la mitad del siglo XX».
Fue hasta la década de los 60 cuando las mujeres entraron de forma masiva a la producción, justo cuando inició la maquila en Ciudad Juárez, donde comenzó el camino de explotación de mano de obra femenina que «culmina en la década de 1990 con la virtual desaparición de los derechos laborales de las y los mexicanos» y en el que desde 1999 hasta el 2006 han muerto mas de 6 mil mujeres y niñas.
Para Gargallo, desde los años 70 existen corrientes feministas radicales que reconocen como una necesidad la autonomía de las mujeres para revertir una cultura de la violencia machista, claramente manifestada en las leyes, el trabajo, el salario, la casa, la cama, el estudio y cualquier ámbito de la vida.
Y señala que el movimiento de las mujeres llegó también al campo a finales de esta década, cuando esposas de sindicalistas o mujeres reprimidas por la misma policía levantaron la voz. Fueron estas voces las que comenzaron a despertar a las organizaciones campesinas, mientras que las organizaciones indígenas tomaron fuerza a partir de la llegada del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas.
Por otro lado, de acuerdo con el texto «Feminismo mexicano: balance y perspectiva» de Ana Lau J. incluido en el libro De lo Privado a lo Público, editado por Latin American Association, Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM), Siglo XXI editores, el año de 1985 marcó un parteaguas en la acción feminista luego del sismo, pues se estableció un nexo más estrecho entre el feminismo y las mujeres trabajadoras.
«Los sismos sacaron a relucir las contradicciones del desarrollo urbano de la capital y por tanto las terribles condiciones de trabajo a que estaban sometidas muchas trabajadoras y permitieron que algunas feministas se relacionaran con ellas y que el estilo de trabajo de las feministas populares se incrementara».
En 1988, dice el texto, el proceso político que dio origen a la búsqueda de elecciones limpias y democráticas llevó a las mujeres feministas a desarrollar propuestas que incluían temáticas de mujeres y de una mayor participación política, lo que tuvo como consecuencia la creación de una agenda política con reivindicaciones de género y la inclusión de la defensa de los derechos humanos.
La última década del sigo XXI, los noventa, se caracterizó por la transformación de las mujeres, que se unieron a los movimientos de democratización del país en el marco de la reorganización de los grupos y corrientes feministas.
Es en esos años, señala la autora, cuando las mujeres se ocuparon en ámbitos como la academia, organizaciones no gubernamentales o participando en la política, tratando de transformar su vida cotidiana.
Para esa década se conformaron instancias como la Coordinadora Feminista del Distrito Federal, el Programa para la Participación Equitativa de la Mujer en el DF (1998) y en 1999 el Promujer se transformó en el Instituto de la Mujer del DF.
A la entrada del siglo XXI, según el texto, y con la llegada de Vicente Fox a la presidencia, la actividad de las mujeres en general y las feministas en particular se vio obstaculizada por la oposición del gobierno hacia las reivindicaciones feministas, y señala que este retroceso «es palpable en todos los ámbitos de la lucha: la violencia contra las mujeres se ha exacerbado».
«Asimismo, se ha desatado una ola de declaraciones y manifestaciones que buscan cambiar el discurso de la equidad, por uno más tradicional y contrario a los presupuestos que las feministas han venido esgrimiendo».
Para la autora, el reto de las mujeres feministas debe ser el convertirse en una fuerza política que sea interlocutora y planee políticas públicas que beneficien a la población femenina, o bien, «ofrecer opciones para las mujeres de todas las clases sociales y pernear con sus reivindicaciones a todos los partidos políticos. Ésa es la disyuntiva que tienen que enfrentar» finaliza.
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