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También en navidad nos matan

Por Tere Mollá

Anoche, como cientos de miles de familias yo cené con la mía. Hubo risas, regalos, mucha comida y también muchos mensajes a los teléfonos móviles.

Hoy, día de Navidad, me he despertado en mi casa y, después de un café he decidido reflexionar sobre los motivos que cada año nos llevan a estos excesos navideños. Y, además desde mi posición de atea convencida, cada año me cuesta más encontrarle sentido a estas fiestas.

Como es navidad, apenas se puede discutir, como no sea por la clase de turrón que pondremos en la bandeja de los dulces. Pero en el mundo siguen ocurriendo cosas.

Según la red feminista de organizaciones feministas contra la violencia de género, ya son ochenta y dos mujeres las que han perdido la vida a manos de sus agresores y la última muerta es de ayer mismo. También nos matan en navidad.

La crisis de Air Madrid sigue abierta y se van conociendo nuevos datos sobe la gestión (pésima) de esta compañía que ha dado al traste con las ilusiones de miles de personas en estas fechas tan señaladas.

Seguramente en países pobres o muy pobres esquilmados económicamente por nosotros -mientras la gente que vivimos cómodamente en el primer mundo, disfrutando de estas fechas de excesos e incluso de muchos lujos- seguirán muriendo personas de hambre cada hora y las niñas y los niños continuarán enfermos y sin posibilidad de curarse porque no pueden pagar una vacuna. Y morirán porque las grandes empresas de medicamentos no quieren liberalizar patentes o no quieren perder beneficios a cambio de salvar vidas humanas. Y eso también ocurre en navidad.

Y los pueblos indígenas que tienen o tenían su particular forma de celebrar la llegada del invierno, lo seguirán haciendo, si pueden, pero teniendo que vigilar para no despertar demasiadas sospechas de sus vecinos charlatanes que celebran la navidad, según todas las convenciones sociales establecidas.

Ayer hablaba con una amiga y comentábamos entre risas lo difícil que resulta escaparnos de las celebraciones en estas fechas, puesto que se produce una especie de catarsis social colectiva. Somos muchas las personas que, entre nosostras, comentamos lo poco (por no decir nada) que nos gustan estas fechas, lo que intentamos huir de ellas y de sus fastos, pero al final y sin darte del todo cuenta, acabas atrapada llamando a las amigas y amigos para felicitarles por las fiesta.

Acabas comprando artículos que en otro momento del año no consumes. Y así, sin pretenderlo, acabas cayendo en todos lo tópicos que odias y que te llevan a no creer en nada parecido al llamado «espíritu navideño», pero ahí nos encontramos justo en el momento en el que levantas un poco la cabeza y recuerdas aquello de «¿qué estoy haciendo?».

Y hoy, día de navidad, te enteras que entre Somalia y Etiopía está a punto de comenzar una guerra, o que el dictador y asesino Pinochet, en su carta póstuma justifica su golpe de Estado o, lo que es peor, que el Papa, en un alarde de hipocresía descomunal (al menos desde mi punto de vista), en su homilía de anoche explicó «que Dios enseña a todos a amar a los pequeños, a amar a los débiles, a respetar a los niños mientras él y algunos de su secuaces se arriman bien a los poderes más terrenales y abusan de la niñas y adolescentes en los pueblos en los que dicen predicar y ayudar.

Y todo esto ocurre hoy, día de navidad.

Por favor que, alguien me explique dónde está la dulzura de la navidad, porque yo no la encuentro por ninguna parte. Y eso que no he entrado a pensar o valorar lo que ocurre en las relaciones familiares durante estos días, en donde, como todo el mundo sabe, no es oro todo lo que reluce…

Sigue doliéndome reconocer que cada año me siento arrastrada por estas fiestas, en las que ya es muy difícil saber si celebramos la llegada del invierno o la de la temporada de compras desaforadas e insolidarias.

Ontinyent, 25 de diciembre de 2006.

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