Las palabras han sido y fueron sus mejores cómplices para hacer de esta poetiza mexicana una piedra de toque para romper con los esquemas convencionales impuestos a una mujer de mediados del siglo XX.
Pita Amor, como la conocimos, aprendió a vivir sin traicionarse un solo día. Hizo de su vida un ejemplo malo, según las buenas conciencias, sobre el deber ser de su género.
Hija menor de un matrimonio de la aristocracia mexicana venida a menos tras la revolución, fue tratada como una señorita de la alta alcurnia. Se le cumplía cada capricho y fue educada para ser rica. Aun así, Guadalupe -Pita- veía cómo poco a poco se empobrecía, pero había que mantener las apariencias.
Guadalupe Teresa hizo de esta apariencia un tema en su literatura. Y su poesía, que a manera de sonetos heredó a las letras mexicanas, habló de la casa que era ella misma. Y con la certeza de que la soledad era refugio y castigo.
Poseedora de belleza física y con deseos de extender las alas, abandonó la casa paterna a los 18 años, para vivir al lado de un hombre casado de 60 años. La libertad que ejercía en cada acto cotidiano, al igual que sus rojos cabellos como llamas, haría arder las buenas conciencias de la clase media mexicana de los años cuarenta y cincuenta.
Su búsqueda la llevó al lado de las personas, cuyas ideas eran como su mismo pensamiento. Elena Garro, Octavio Paz y Pablo Neruda se contaban entre sus amigos.
Como modelo, escandalizó en más de una ocasión a la sociedad mexicana al aparecer desnuda en los cuadros de Diego Rivera.
Al ser tan atrayente y explosiva, la sociedad intelectual o «las malas lenguas», como Pita les llamaba, ponían en tela de juicio que una mujer en apariencia tan frívola, fuera capaz de escribir con ese erotismo y belleza.
Aun así Pita publicó a lo largo de su carrera el libro Yo soy mi casa (1946) y los poemas Puerta obstinada (1947); Círculo de angustia (1948); Polvo (1949); Décimas a Dios (1953); Sirviéndole a Dios, de hoguera (1958); Todos los siglos del mundo (1959); Soy dueña del universo (1984). De sus prosas están: Yo soy mi casa (1957) y Galería de títeres (1959).
Calificada como estrafalaria, Pita desafió cada uno de los convencionalismos de la época: dejó la casa paterna para vivir como una mujer sola, tuvo un hijo que murió al año y medio de su nacimiento, al que había dejado al cuidado de su hermana Carito. Se amó tan profundamente, que no hubo lugar para ningún otro amor.
Hacia el final de su vida fue juzgada como loca, porque en su corazón, ella decía, le habitaba la melancolía. Se calificaba como la Diosa y en su escritura lo era, abatía las palabras para que al leerlas sonara a canción. Y aun hoy, cuando físicamente ya no está, su voz ronca y profunda vuelve a vibrar.
Pita, la Diosa, nació el 30 de mayo de 1918 y murió el 8 de mayo de 2000. Un desafío su existencia.
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