Hace más de cinco siglos que el pueblo mexicano ha querido borrar de su memoria a los pueblos indígenas que le dan identidad. Así pareciera cuando hasta hace apenas un sexenio (2001) se les reconocieron sus derechos como indígenas modificando la legislación en el Artículo 4º, a una década del compromiso del Estado mexicano, firmado en 1990, ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Cuando en 1983 Cirila Sánchez se convirtió en la primera legisladora indígena en Oaxaca –por la LII– se da un paso más para el avance por el reconocimiento de los pueblos indígenas: no es la única persona indígena que ha ocupado un puesto en la Cámara, pero si la primera en llegar.
Su arribo como diputada no fue un favor o una prebenda que se le otorgará a su pueblo, sino que antes Cririla tuvo que pasar varios obstáculos para alcanzar este lugar. Como muchas de las indígenas que aspiran romper con la tradición de quedarse en la comunidad para poder estudiar tuvo que emigrar.
Sus padres, Rosa Elia y Moisés, decidieron que debía hacerlo, así que a los nueve años la mandaron a San Miguel Panixtlahuaca –un municipio distante a cuatro horas a pie de Santa Cruz, el pueblo que la vio nacer–, lejos de su familia y añorando a su abuelo, don Ildefonso, regresaba siguiendo a la gente de su comunidad.
La tristeza que se sumaba al duro trabajo de ayudar en las labores de la casa, para pagar su estancia, hacían más difícil la lejanía de su familia. Sus padres insistían en que debía estudiar. La mandaron aun más lejos para que no le fuera fácil regresar.
Su nuevo destino fue Santa Catarina Juquila, cabecera de distrito, que se ubica a cinco horas caminando de Santa Cruz.
Ahí sirvió como asistente doméstica de un matrimonio conocido de su madre y de su padre. Antes de asistir a la escuela Cirila dejaba el desayuno listo y la casa limpia. Apenas tenía 10 años de edad. Ahí se dio cuenta que las dificultades para las mujeres que querían estudiar, más cuando se es indígena ya que las personas las miraban mal.
Al darse cuenta que la vida de su hija era muy dura, su madre Rosa Elia y su padre Moisés hablaron con Cirila para decirle que regresará, pero ella ya había decidido que terminaría sus estudios y les pidió quedarse, ya no con los conocidos de la familia sino con una vecina dedicada a la panadería quien ya le había advertido no tener un sitio para ella.
Empezó durmiendo en el tejaban de la panadería, hasta lograr hacerlo en una recámara. Derecho que se ganó trabajando desde las cinco de la mañana vendiendo pan, luego ayudar a vender leche y, finalmente, a las nueve ir a la escuela, regresar y más tarde ayudar en la casa.
Así vivió Cirila hasta terminar la primaria. Después se traslada con su tía Salustia a la ciudad de Oaxaca, donde sólo pudo ingresar a una escuela de paga para hacer la secundaria trabajando de galopina en los restaurantes de los portales del parque central.
Ahí se entera de la formación del Instituto de Investigación e Integración Social del Estado de Oaxaca (IIISEO), institución destinada a ofrecer alternativas de desarrollo para jóvenes que hablaran alguna lengua indígena.
Cirila aprovechó la oportunidad y estudió para promotora cultural bilingüe, con equivalencia de secundaria. De vuelta en Santa Cruz, su casa, con 18 años de edad, ya era una de las mujeres «más letradas» de la comunidad.
Más tarde el IIISEO le ofrece una beca para la carrera de técnica de Auxiliar en Promoción Social. El Consejo la apoyó con una carta solicitando una beca para esta indígena que mantenía –y mantiene– su lengua materna: el chatino. Durante tres años aprendió «de todo un poco». Con 23 años regresó a Santa Cruz, con un empleo en el Programa Nacional de Castellanización.
En poco tiempo ascendió a la Dirección Regional de Educación Indígena de Juquila, Oaxaca, «sin nombramiento, ni la remuneración correspondiente para no herir susceptibilidades», cargo del que fue expulsada por levantar 500 actas de abandono de trabajo a los profesores que sólo asistían a la comunidad dos veces por año.
También participó con su comunidad para evitar la tala de árboles, con su apoyo se deslegitimaron los contratos de las compañías que saqueban los recursos naturales de los pueblos indígenas, a pesar de las amenazas Cirila acompañó a su comunidad en la lucha.
Por el trabajo en la comunidad y la confianza que sembró entre las autoridades y con la gente, un partido político le propuso ser candidata a diputada local en 1983.
Ella pensó, cuenta, que si «era diputada, a lo mejor podía resolver muchas injusticias que había visto durante todos estos años de trabajo, por lo que prácticamente sin saber a qué me metía dije: Bueno, está bien».
Cirila Sánchez Mendoza se convirtió así en la primera mujer indígena chatina en ser diputada local de la LII Legislatura para el periodo 1983-1986, la única entre 24 diputados, número que componía entonces el Congreso local.
Su trabajo como legisladora local la colocó como diputada federal (1989-1991) y como senadora de la República (1994-2000). Su gestión se caracterizó por el arduo trabajo a favor de las comunidades oaxaqueñas, sobre todo en aquellas donde el abandono marcaba la vida de las personas.
Nació en 1952 en Santa Cruz Tepenixtlahuaca, Oaxaca. Madre de dos niñas y un niño, actualmente se desempeña como promotora de desarrollo sustentable, continúa trabajando en su comunidad y nos hereda su vida y ejemplo por el respeto de los derechos humanos de las comunidades indígenas.
* Feminista y fotógrafa mexicana, Coordinadora de Redes en Comunicación e Información de la Mujer AC (CIMAC).
07/EC/CV