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El sureste duele

Por Cecilia Lavalle*

Tabasco duele. Chiapas duele. Yucatán duele. Campeche duele. Quintana Roo duele. El sureste duele.

Hoy tenemos el corazón inundado con Tabasco y Chiapas. Pero apenas hace dos meses lo teníamos devastado con el sur de Quintana Roo, parte de Campeche y de Yucatán por los daños que causó el huracán Dean.

Hoy la imagen que nos apachurra el alma es la de avenidas ahogadas, la de un pueblo entero sepultado en un tsunami de lodo, la de comunidades convertidas en pequeños islotes, la de un estado de la República resistiéndose a ser la nueva Atlántida y la de otra padeciendo, como siempre, la furia de la naturaleza y el olvido.

Pero ayer la imagen era una zona turística arrasada a golpe de mar y viento, una selva imponente vencida a manotazos de huracán, hectáreas y hectáreas de sembradíos pisoteados por vientos superiores a los 300 kilómetros por hora.

ALGO ESTÁ MAL

Porque no es cierto que la naturaleza sea culpable de todo.
No es cierto que ante la furia natural sólo quede rezar.
No es cierto que el desastre deba ser el precio a pagar por vivir en un edén o en un pedazo del paraíso.

¿En verdad nada se puede hacer? ¿En verdad sólo las grandes potencias son responsables del calentamiento global? ¿En verdad las mil pequeñas maneras en que contaminamos todos los días no contribuyen en nada a la furia de la naturaleza?

Hoy la peor inundación en la historia de Tabasco y Chiapas.
Ayer el tercer huracán más poderoso en toda la historia del Atlántico.

Todos los récords rotos.

Pero en 1999 también fueron las peores inundaciones en la historia de Tabasco. Y en 1988 también azotó a la Península de Yucatán el peor huracán en la historia del Atlántico, Gilberto. Y 10 años después amenazaría Mitch, aquél devastador huracán del que aún no se recuperan Honduras y Nicaragua.

Algo anda mal.

Porque si no hay un sólo indicador que muestre que ya llegamos al límite de la furia. Si la evidencia muestra que lo peor es cada vez peor. ¿En verdad nada podemos hacer?

¿Nada podemos prevenir? ¿Nada podemos anticipar? ¿Nada podemos preparar? ¿Un desastre natural tiene que convertirse necesariamente en tragedia?

¿No sería hora de revisar los esquemas de prevención de desastres y protección civil con otra mirada? ¿No sería bueno planear estrategias de prevención y apoyo de manera regional? ¿No sería momento de escuchar las experiencias, en general exitosas, que en esos rubros ha tenido Quintana Roo?

Ya de paso, ¿no sería oportuno revisar las condiciones y tramitología del Fondo Nacional de Desastres? ¿No sería momento de modificar el enfoque, la estrategia? ¿No es más caro remediar que prevenir?

Hoy Tabasco, Chiapas. Pero ayer y hoy la pobreza como factor de tragedia. Y ayer y hoy la lejanía, el olvido como elemento de atraso.

Porque tampoco es cierto que la devastación sea democrática. No destruye a toda la población por igual. No afecta a todas las personas de la misma manera.

La pobreza, siempre la pobreza como enorme factor de fragilidad, como agravante, como borde del precipicio.

¿Inevitablemente el sureste tiene que ser pobre y el norte rico? ¿Inevitablemente el fruto de la riqueza petrolera o turística o agrícola tiene que ser repartida como hasta ahora? ¿Por qué mirar al sureste sólo cuando está devastado? ¿Y por qué, para mirarlo, funcionarias, funcionarios federales de alto nivel llegan a hoteles de cinco estrellas?

Y luego, claro, las omisiones, las negligencias, la corrupción, la impunidad revoloteando como sombras en el desastre.
Pero, nos dicen, ahora no hay tiempo de averiguar, sólo hay espacio para paliar. ¿Y antes, tampoco hubo tiempo? ¿Y antes no hubo manera de evitar, de combatir? ¿Y después habrá tiempo, manera y voluntad para hacerlo?

Hoy Tabasco duele. Chiapas duele. Pero duelen más, porque en el fondo sabemos que no todo es culpa de la naturaleza.

[email protected]

* Periodista y feminista en Quintana Roo, integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.

07/CL/GG/CV

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