El 25 de noviembre de cada año, hace más de dos décadas se realiza en todo el mundo una jornada de denuncia y reflexión sobre el significado de la violencia específica contra las mujeres, cuyas causas generadoras –y todas sus aristas, características y consecuencias– han sido estudiadas, diagnosticadas y documentadas profusamente.
En 2007 lo sabemos casi todo. Millones de cuartillas han sido escritas; se conoce la estadística, se han clasificado los tipos de violencia física, psicológica y sexual. Hablamos ya del contexto, por época, geográfico, socioeconómico y criminal.
Hemos desglosado desde hace 20 años la geografía del feminicidio; se conceptualiza y se difunde qué hacer. Hemos clasificado cada ámbito donde se desencadena el horror y la negligencia.
Hay propuestas muchas y diversas; grupos, millones de voces se indignan cada jornada, como un eco.
Hasta la saciedad menudean los modelos de atención y prevención. Los Estados legislan todos los tipos penales relacionados con la violencia de género, cada sexenio se habla de planes y programas. Nos sigue asombrando cada nuevo dato, la constatación de este flagelo.
Ahí está, pertinaz, nos lacera, nos hiere saber que la violencia específica, precisa, tremenda y dirigida, logra mediatizar el desarrollo y la libertad de millones de mujeres en todo el mundo.
La pregunta es, todavía entre algunos grupos y científicos, qué la genera y por qué se hace casi imposible pararla y disminuirla.
Parece a estas alturas ofensivo o cínico reconocer que una mujer de cada 3 en el mundo la sufre. Se ha demostrado que hay impunidad y no hay justicia. Se explica de qué se trata. Se plantean salidas que parecen no escuchadas. Se realizan campañas costosas por medios de comunicación intensas cada noviembre.
La violencia contra las mujeres, me parece, está ligada a la violencia estructural de regímenes autoritarios, antidemocráticos y dictatoriales, en que los seres humanos hemos sido simplificados, reducidos en el sistema de mercado y consumo, donde el intercambio se efectúa en medio del conflicto cotidiano.
CALDO DE CULTIVO
En México la violencia contra las mujeres no puede verse al margen del contexto político y social. No puede reducirse a una explicación simplista de marginación y pobreza en un estado de desigualdad. No. Tiene que analizarse en el contexto más amplio de autodestrucción humana, donde no alcanza una ley, o una medida temporal, como un plan, un programa o un reglamento.
La violencia contra las mujeres tiene su caldo de cultivo en un Estado donde no existe la gobernabilidad, ni confianza, donde el capitalismo salvaje mina día a día las relaciones sociales, de pareja, en el espacio público y privado.
Para parar la violencia que afecta al 67 por ciento de las mexicanas, que lleva a la muerte violenta a miles de mujeres, la violencia que es la segunda causa de muerte en mujeres de 15 a 29 años, según el informe de 2006 del Consejo Nacional de Población, es necesario dejar de hablar y de dar nuevas explicaciones conceptuales, para actuar.
Y la jornada de 16 días, del 25 de noviembre al 10 de diciembre, que han promovido las feministas y no los órganos oficiales, debe convertirse en una cruzada comprometida y real. Porque es claro que los gobiernos mienten, que mienten los académicos, que ya no podemos seguir parchando leyes que no se cumplen por la ausencia de un Estado de Derecho.
Actuar es entre otras cosas organizar a las mujeres para cambiar integralmente los medios de comunicación, el discurso del conocimiento en las escuelas donde se anida la agresividad y la competencia; cambiar las bases del desarrollo, cambiar la estructura de poder para transformar la economía.
Y si eso parece utópico, al menos hay que propiciar la honestidad intelectual y denunciar que hay simulación oficial.
No podemos admitir en estos días que las voces oficiales se erijan en jueces de lo que esas mismas voces propician y toleran.
Por ello es importante tomar nota, cuidadosamente, de los discursos vacíos de quienes representan a ilegales autoridades; no se puede confiar la felicidad de las mujeres a quienes hacen política o se aprovechan de su supuesta autoridad intelectual para medrar económicamente con el dolor y la vida de las mujeres.
Estos días oiremos muchos discursos y promesas, anuncios de luchas que se diluyen en la tinta y el papel, sin verdaderos resultados.
Lo cierto es que la violencia estructural, sobre la que se ha instalado la administración pública federal, no puede, no podrá amainar este flagelo que parece no tener fin. Y saberlo ayuda para tomar decisiones claras. No se puede denunciar y ser cómplice de los tiranos.
¿Quién cree que la administración ahora sí tendrá voluntad política, si está erigido en un fraude? ¿Quién puede dialogar con la administración cuya divisa es el militarismo? ¿Quién?, mientras todo conspira contra la población.
* Periodista y feminista mexicana, fue reportera en los periódicos El Día, unomásuno, La Jornada y directora del suplemento Doble Jornada, directora fundadora de Comunicación e Información de la Mujer, AC (CIMAC).
07/SL/GG/CV