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Ser mujer plena

Cuicuizcatl: golondrina viajera. Migración. Ir, regresar, volver a ir. Así es la experiencia espiritual: búsqueda, encuentro y nueva búsqueda. Así es mi camino en pos del absoluto, que se hace signo y encuentro en mi vida. Creo en las señales de Dios, creo en los milagros. Creo porque he visto, he palpado, he vivido una experiencia de fe.

También he visto el miedo, agazapado; el miedo a lo desconocido, el miedo que corroe las entrañas del alma y, en ocasiones, la vuelve indiferente a lo extraordinario que nos rodea. Es como tener sed junto a una fuente, sin atreverse a tomar agua.

Miedo, pasividad, desinterés, comodidad. ¡Cuántas veces me he quedado atrapada en su telaraña, encarcelada entre sombras! ¡Cuántas veces, sumergida en prácticas religiosas tradicionales, creí estar viviendo una experiencia espiritual!

Confundí el «deber ser» con la esencia, pero Dios me despertó. Él, el Dador de la vida, el infinito que nos trasciende, me dio claridad para volver la cara y rectificar el camino, y esto es lo que comparto aquí.

Mis senderos, mis pasos, mi huella. Dice Don Juan Matus que hay muchos caminos, pero que lo importante es hacer «un camino con corazón»….

MUJER EN CAMINO

Hace cinco años, cuando tenía 35, fui a un taller para mujeres que me marcó. Lo dio la profesora Marisela Ugalde. En una de las técnicas grupales, escribí:

«¿Qué es ser mujer? Es lo más valioso que tengo y lo más doloroso que he vivido. Es la capacidad de acoger, abrazar, dar calor, unión, vibrar con el universo y palpar mi fuerza, intuirla, sin encontrar siempre canales adecuados para encauzarla positivamente. Ser mujer es el privilegio de engendrar vida, pero también el privilegio de una maternidad espiritual vivida y compartida en el darse hasta el sacrificio.

Ser mujer es ser yo con mis potencialidades y mi energía en armonía. He sentido mi ser mujer en mi ombligo y mi cuerpo como parte de la tierra, en mi caricia espontánea o mi sonrisa que ha aliviado a otros en un momento difícil, me he sentido mujer al crear, al proponer, al luchar contra la injusticia y el poder de los hombres machos.

Me he sentido mujer al danzar en torno al fuego con mi falda ondeando al viento, en el fondo del temazcal, en las entrañas de la madre tierra, en mi primera y mágica y plena relación sexual con el hombre que amaba. Me he sentido mujer cuando me miran los hombres con deseo y me dirigen una palabra sobre cómo me sienten. De los piropos que he recibido, recuerdo con calidez el de algunos ancianos.

Nunca he vivido plenamente mi ser mujer. Encerrada en un mar de prejuicios y encerrada en un cuerpo que no quiero y no acepto por el exceso de peso, me he negado una y mil veces.

Me he dejado pisotear como mujer al sentirme inferior a mis hermanas y compañeras, al sentir que no merezco el amor maduro de un hombre que me quiera y me respete y me de mi lugar.
Como mujer tengo mucho coraje guardado hacia los hombres, hacia otras mujeres y hacia mí misma.

Hoy puedo compartir, con gozo, que eso ha cambiado.

ACEPTARME

Después de la experiencia de mi cuarto paso con el programa de Alcohólicos Anónimos (no soy alcohólica, pero asistí a esa experiencia), pude aceptar mi cuerpo, con mi sobrepeso. Empecé a aceptarme a mí misma, empecé a amarme con lo que soy, con lo que tengo, con lo que he vivido y entonces empecé a bajar de peso. Me falta mucho aún, pero en dos años he bajado 20 kilos.

Siempre habrá otras mujeres que me parecen más guapas que yo, o más brillantes. Siempre habrá otras mujeres que tengan lo que yo quisiera tener: un carro, o una casa con jardín, o dos hijos maravillosos, o una maestría. Siempre habrá alguien a quien yo vea con admiración y respeto, como algo que tienen ellas y yo voy a alcanzar también, pero no con envidia y resentimiento. Eso cambió.

Hoy valoro lo positivo que tengo. Mis capacidades, mis potencialidades, las experiencias buenas y malas que he vivido y que me hacen ser lo que soy, con todo el calor de mi corazón.

A mis cuarenta años, me siento una mujer atractiva, sensual, que ha dejado atrás una historia de represión sexual. Sé que puedo coquetear, sé que puedo dar y recibir placer, y me gozo con ello. Sé, también, que sí merezco el amor de un hombre en una relación responsable; estoy trabajando en ello.

He alcanzado metas profesionales (me dedico al área editorial) y a la vez tengo muchos retos. Quiero seguir estudiando (me encantaría estudiar psicología), quiero seguir escribiendo y, como narradora oral, tengo muchos cuentos que contar y mucho que aprender y crecer en Río Abierto, el centro de técnicas psicocorporales al que asisto.

Me encantan las niñas y los niños, sin embargo mi opción es no tener hijos, el padecimiento psiquiátrico que tengo es hereditario, y no quiero transmitirlo. Y, además, quiero hacer cosas en la vida que no tienen que ver con un hogar y la familia.

Disfruto mucho cuando voy como cuentacuentos a un a fiesta infantil. Allí me llamo Doña sol. Les pongo cuentos, juegos, concursos, al final abrazo a niñas y niños, es lindo. Regreso llena y feliz. También son muy intensas mis funciones con personas enfermas, trabajando cuentos con imágenes, que el público arme su propio cuento.

Son muchas mis satisfacciones hoy. Pero la principal es que ya no busco desesperadamente llenar mis huecos: ni con comida ni con grupos «espirituales». Me busco y me encuentro a mí misma, y Dios se hace presente como un manantial amoroso que se expande aquí dentro y en cada paso de mi vida, en cada encuentro. («Sólo en la profundidad se da el encuentro verdadero»)

ESPEJO DOBLE

Hace cinco años, en el taller de mujeres con Maricela Ugalde, en un momento de descanso, miro los espejos que habíamos llevado. Y recordé algo que leí acerca del sabio náhuatl, su descripción. Dice que el sabio es como un espejo doble, ¿por qué un espejo doble?

Maricela puso un espejo frente a otro y me dijo: ¿Qué ves? Nada, le respondí.

– No se ve ninguna imagen, insistí.

Eso es. El sabio es un hombre que no refleja ninguna imagen, porque tiene la esencia de las cosas, no las imágenes. ¿Qué ves en un espejo frente a otro? Parece como si fuera un túnel, pero sin principio ni fin.

Eso es estamos asomados al infinito. El sabio es la conciencia del infinito. Cuando podemos experimentar ese infinito en nosotros, cambia la dimensión de nuestra vida. Doble rostro, doble mirada, te desdoblas. Somos los observadores y somos los observados. Esto nos permite ubicarnos a nosotros mismos como creadores de nosotros mismos.

* Autobiografía de una mujer en su búsqueda por una vida libre de violencia.

08/C/CV

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