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El deseo y el amor

Por Sara Lovera López*

Se dice que el amor y el deseo de poder son los dos elementos que mueven al mundo. Y las dos tragedias son la inseguridad individual y la falta esencial de afecto. Alguien puede sentirse aniquilado, con depresión y miedos diversos cuando cree que no hay quien lo quiera. Para otras lo peor es cuando sus deseos, sus ansias de poder se cortan intempestivamente.

La falta de amor en la vida de las personas las deja sin fuerza. En los hombres el amor se confunde con sus deseos de ser admirados y obedecidos. Amor para los hombres con frecuencia es recibir y tomar, sentirse autoridad querida, liderazgo reconocido.

En cambio las mujeres identifican el amor con la entrega y la dedicación. Ellas dan amores diversos a través de su vida, siempre dan. La cultura les ha dicho que el principal es el amor materno, que dan a raudales pero que suele convertirse, igual que en los hombres, en sentimientos de control sobre hijas e hijos.

El amor en occidente también es erotismo y deseo sexual.

El amor en oriente es el silencio y la obediencia, una dedicación que raya en veneración al ser amado.

Pero amor, según las religiones occidentales, principalmente cristianas, es un sentimiento amplio de solidaridad y conmiseración humana. Amor es el que se expande en comunidad.

Es reconocimiento del sufrimiento ajeno, individual o colectivo.

El amor según el diccionario es primo hermano de la dignidad. La dignidad está ligada a la necesidad de ser reconocido o reconocida por otras y otros. Vivir en dignidad y en amor es la utopía que podría garantizar entre la humanidad el respeto y reconocimiento a los derechos humanos.

Y por tanto una garantía de convivencia y paz. Esa es la búsqueda, el móvil y la acción de amar, dar y recibir, gozar, enamorar, vivir, sentirse feliz, sin miedos ni inseguridades. Es finalmente la búsqueda filosófica de la buena vida.

Los mitos sobre el amor, sin embargo, han dañado profundamente la idea y el concepto del amor. No puede amarse sin reconocer las limitaciones del otro u otra con quien haces la vida; no es amor sino miedo admirar y aceptar sin condiciones; no es amor el encubrimiento de alguien que ha cometido fraude o crimen.

Lo contrario al amor es el orgullo y la arrogancia. Los dos elementos que echan abajo la propia dignidad e impiden la comunicación y el encuentro. En estos días el ruido radiofónico, incluso espacios de reflexión política están dedicados al amor, como el tema de una semana en que ocurre el 14 de febrero.

Según una encuesta publicada por un diario capitalino, el 44 por ciento de las personas ubican al 14 de febrero como una fecha que comercializa con los sentimientos humanos. Esa misma encuesta descubrió que el 56 por ciento de las personas clase medieras hacen regalos el día de San Valentín y esperan afecto y reconocimiento.

En realidad la fecha ayuda para hacer algunas reflexiones desde la perspectiva feminista. Clara Coria en su libro No es el amor como nos los contaron, explora entre las asistentes a sus numerosos talleres cómo funciona el sentimiento de amor en la discriminación y dominación femeninas; descubre el mito del príncipe azul y de la relación perfecta. Descubre que no hay en las mujeres un determinante a priori para dar a luz nuevos seres humanos. No hay instinto materno.

Habla de las realidades que las mujeres encuentran al establecer una pareja, pone en juego el sentimiento de amor maternal que la sociedad les ha machacado día a día, exigiendo entrega total y propone nuevas formas de relación entre las personas; nuevas pautas de amistad, otras formas de convivencia.

Y es el 14 de febrero, conocido como el día de los novios, lo que nos obliga a recordar cómo se confunde amor con control. El 31 por ciento de más de 5 mil jóvenes en el Distrito Federal revelaron sufrir violencia durante el noviazgo.

Una consecuencia del orgullo y la prepotencia, propios de los hombres, pero también de muchas mujeres, son elementos centrales de la violencia contra las mujeres, confundidas con lo que es el amor, el orgullo y la dignidad.

¿Qué tiene que ver el asesinato de mujeres, hasta el 63 por ciento de ellos a manos de sus parejas, con esto de los conceptos de amor que se distribuye como ideología en el mundo occidental?

¿Cómo medir el amor de las viudas de Pasta de Conchos por sus parejas atrapadas hace casi dos años en la mina 8 de San Juan Sabinas? ¿Cómo en ellas el amor se ha convertido en dignidad y búsqueda de justicia; cómo es que han iniciado un proceso de reivindicación para sus pueblos y comunidades, con su sólo actuar?

Entonces una tiene que preguntarse si el amor, deformado por la idea occidental de entrega, es el sentimiento profundo que obliga a la justicia, a la vida en común, a la confianza, al progreso y a la paz. Y no hay que vulgarizar el amor, sino relevarlo, encenderlo como un elemento de liberación humana y de contribución al desarrollo.

Hay que trabajar contra la envidia, la infelicidad, la inseguridad, el miedo de millones de personas, que al vivir esos sentimientos devastadores de su propia humanidad, cavan hacia abajo contra sí misma y contra la humanidad.

Y es que el amor pega al sentimiento, a lo más profundo del inconsciente y es una plataforma para brincar hacia la felicidad. ¿Por qué no interrogarnos y trascender la vulgaridad de lo que en estos días todo mundo habla sobre el amor?

* Periodista y feminista mexicana, fue reportera en los periódicos El Día, unomásuno, La Jornada y directora del suplemento Doble Jornada, directora fundadora de Comunicación e Información de la Mujer, AC (CIMAC).

08/SL/GG/CV

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