Esta semana en el diario El País de Madrid apareció un artículo de Carlos Fuentes haciendo un recuento de las dificultades para las mujeres de lograr un lugar en el mundo de la política de los hombres.
Escribió a propósito de la lucha electoral en los Estados Unidos, donde claramente es posible contar 70 años de espera entre Séneca Falls, la gesta por los derechos civiles de las mujeres y la obtención del voto universal en 1920.
Lo cierto es que la lucha por los derechos de los negros duró un poco más. Ahora las mujeres y los negros tienen posibilidades ciudadanas, pero nadie puede decir que efectivamente Hillary u Obama puedan llegar realmente a la presidencia del imperio, no obstante la lucha histórica, porque persisten la discriminación y los prejuicios, tatuados en la piel, el cerebro y la racionalidad del poder y de los súbditos.
Lo mismo nos sucede a las mexicanas, que hemos puesto corazón y cuerpo en la lucha por la democracia que tiene su nuevo comienzo, sistemático y abarcador en julio de 1988, cuando le fueron robadas las elecciones al Frente Democrático Nacional, con Cuauhtémoc Cárdenas a la cabeza.
Y no es que las democracias formales nos aseguren la liberación femenina que hemos soñado, pero el avance de la democracia es, fue, ha sido una esperanza.
Las elecciones internas en el Partido de la Revolución Democrática, surgido de esa lucha reciente, son la prueba fehaciente de las dificultades individuales y colectivas de la democracia en México.
Persisten de manera reiterada el clientelismo, la trampa y la ambición. En las catacumbas se modifican resultados, se ocultan las urnas electorales, se manipulan las listas electorales. Es como si habláramos de elecciones en Bagdad o en El Congo, donde el horror puebla con noticias subterráneas los diarios de Madrid y creemos, cosa que da risa, que vivimos otra posible civilización.
Resulta una vergüenza suprema lo que ha sucedido en el PRD. Este lunes todavía 12 entidades estaban en conflicto interno; el órgano electoral del PRD «tira la toalla»; las mujeres, su palabra, no existe, tan dividas y conflictuadas como los hombres.
El programa y la acción del PRD durante los últimos 18 años no se han definido en nuestras causas, más que tímidamente, con estrategias clientelares, a través de cotos de poder poco claros.
Lo más granado, no poco, pero insuficiente, es la despenalización del aborto en la Ciudad de México, ahora en la picota por obra y gracia de la Suprema Corte de Justicia, que no se sabe hacia dónde inclinará esta ocasión la balanza, siempre amenazante y con esa figura ciega.
La lucha de las mujeres está claramente demolida, si la óptica es desde la organización partidaria. Mientras los hombres luchan, con una mirada que da de sus ojos a su nariz, sin mayor horizonte, en el país los asesinatos de mujeres continúan; la muerte de las parturientas crece; la economía estrangula los hogares más pobres, la amenaza de la privatización del petróleo anuncia nuevas crisis para esos lugares donde las mujeres debemos enfrentar el día a día.
No parece cercano el horizonte para cambios reales, así fueran minúsculos y se ha desdibujado lo que nos cuentan acerca de los procesos civilizatorios.
Algunos detalles son importantes. La movilización de este día 25, para que las mujeres en resistencia acudan como en 1938 a la defensa del petróleo, no tiene un parangón semejante en otras demandas y acciones urgentes por la vida y la libertad; las leyes vigentes, que tanto trabajo nos han costado, se deshacen en las manos, los reglamentos son inútiles y la desesperanza se yergue en todas partes.
En Madrid las mujeres pueden andar libres por las calles hasta altas horas de la noche, pero cada semana hay nuevas víctimas de feminicidio, como muestra contumaz del límite a nuestras aspiraciones.
En los países escandinavos se ha conseguido el 40 por ciento de la representación femenina en los órganos de poder, pero ahí mismo, según el Consejo de Europa, el 40 por ciento de las ciudadanas ha sufrido violencia de sus parejas, padres o desconocidos en las calles.
Hay cosas que nos indican que la democracia está tan lejos, como lo está en las hirientes frases de Jesús Ortega y de Alejandro Encinas y no existe otra alternativa partidaria a la vista, capaz de asegurar que se fragua un modo distinto de hacer política.
Hace algunos años teníamos la sensación de avance, pero los hechos cotidianos las derriban. Y ser de izquierda se convierte día a día en una vergüenza porque la izquierda ha sido mancillada, al menos la partidaria.
Las mujeres estamos aisladas, atomizadas en nuestras organizaciones, no hayamos el rumbo ni contamos con una verdadera dirigencia.
Luchar por la no privatización del petróleo nos llenará de dignidad, sin duda, pero no nos hará más libres, ni ciudadanas automáticamente.
* Periodista y feminista mexicana, fue reportera en los periódicos El Día, unomásuno, La Jornada y directora del suplemento Doble Jornada, directora fundadora de Comunicación e Información de la Mujer AC (CIMAC).
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