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La prostitución infantil es forzada, nunca una elección

Por Cecilia Lavalle*

¿Quieres un chico? ¿De qué edad? De la que quieras. Ocho, diez, catorce. A Sunil lo vendió su padre cuando tenía diez años porque compró un televisor que no tenía con qué pagar. Jagath tenía siete cuando su tía lo entregó a un inglés que a cambio de escuela y comida de tarde en tarde abusaba de él o de otros cinco chicos.

Estas historias no me las contaron a mí. Se las contaron a Martín Caparrós, quien escribió una ilustradora y aterradora crónica sobre la prostitución infantil (El sí de los niños, Letras Libres, diciembre 2005, año VII, número 84).

Y aunque los niños de los que escribió vivían en Sri Lanka, lo aterrador es que podrían llamarse de cualquier otra manera y vivir en cualquier otra parte del planeta, porque el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) calcula que en situación de prostitución forzada se encuentran alrededor de dos millones de niños y niñas en el mundo.

El pasado viernes se conmemoró el Día Mundial contra la Prostitución Infantil. Y ya debería parecernos escalofriante requerir de fijar en el calendario una fecha para llamar la atención respecto de un asunto que violenta a quienes deben vivir en lo que románticamente llamamos la edad de la inocencia.

La explotación de niños y niñas es cada vez uno de los negocios ilegales más lucrativos del mundo, señaló el año pasado Heide Simonis, presidenta de Unicef en Alemania.

Y lo dijo cuando Somaly Man presentó su libro El silencio de la inocencia, donde relata su experiencia al ser vendida a un burdel en Camboya cuando tenía 14 años. Ella, a diferencia de millones tuvo suerte. Escapó a los 20 años y fundó una organización para ayudar a víctimas de prostitución.

Se calcula que la prostitución de menores de edad y la pornografía infantil generan unos 6 mil millones de euros anuales.

Según Unicef casi la mitad de las víctimas proceden de países de Asia, como Camboya, Laos o Vietnam. Muchas veces son exportados a Tailandia, Malasia, Hong Kong. O bien, considerados como parte de los atractivos turísticos que se ofrecen a los visitantes.

Martín Caparrós en su crónica nos cuenta: En 1980 el primer ministro de Tailandia se dirigía a una reunión de gobernadores: «Para incrementar el turismo en nuestro país, señores gobernadores, deben contar con las bellezas naturales de sus provincias, así como con ciertas formas de entretenimiento que algunos de ustedes pueden considerar desagradables y vergonzosas porque son formas de esparcimiento sexual que atraen a los turistas. Debemos hacerlo, porque tenemos que considerar los puestos de trabajo que esto puede crear».

Claro, hay autoridades que no lo dicen en voz alta, pero lo permiten en voz baja.

Ahí está Cuba, Brasil o Santo Domingo, nos cuenta Caparrós, a donde acuden en busca de mulatas, turistas sexuales italianos, mexicanos, españoles. A Filipinas o Tailandia acuden australianos, japoneses, norteamericanos y chinos, en busca de sumisas orientales. A Sri Lanka, pedófilos europeos acuden en busca de niños. Y baste saber que ahí el turismo es la tercera fuente de divisas, después del té y la industria textil.

«Las estadísticas no son del todo fiables –prosigue Martín Caparrós– pero se supone que hay en las playas que rodean la capital, Colombo, unos treinta mil menores de edad, entre seis y dieciséis años, que se prostituyen».

Entre ellos Sunil, Jagath, Boby, de quienes nos cuenta el autor de la crónica. Niños que llegaron a la prostitución de manera forzada. Y en el caso de prostitución infantil me parece un pleonasmo agregar la palabra «forzada». Quién puede imaginar que un niño o niña elige la prostitución como opción de vida, como se puede elegir ser médica o abogado o maestra o ingeniero.

Quién puede pensar que una pequeñita de seis años sueñe con ser violada y después obligada a copular con su violador o con hombres que alguien lleva a su vida.

Quién puede suponer que un niño de ocho años asiste, con la felicidad de quien va al cine, a una relación sexual con un hombre 20 ó 30 años mayor que él.

Quién pude creer que una niña o un niño elijan como se elige un vestido o un pantalón, recibir uno cuantos dólares a cambio de ser sometidos sexualmente por cinco o seis o diez clientes que su «cuidador» le lleva cada día.

No estoy segura de que la prostitución a secas sea una elección. Pero no me queda duda de que la prostitución infantil nunca es una elección.

Por si alguna duda queda, Caparrós nos ilustra: «Un estudio reciente mostró que uno de cada cinco chicos había sido abusado sexualmente en Sri Lanka».

Apreciaría sus comentarios: [email protected]

* Periodista y feminista en Quintana Roo, México, integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.

08/CL/GG

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