Con traje o en mangas de camisa. Con sotana o en pants deportivos. Banqueros, empresarios, comerciantes, profesionistas, ministros de culto. Casados o solteros. Hombres casi todos, pero también mujeres. Ciudadanos que a ojos de la sociedad son decentes, honorables, ejemplo en su comunidad. Ésas son las características del pedófilo.
No es un monstruo. No a simple vista. Y con harta frecuencia ni a cercana vista, y mucho menos a su propia vista.
«Los monstruos no están abusando de estos chicos. Los abusadores son todos gente común y corriente». Así se expresó un delegado del Primer Congreso Contra la Explotación Sexual Comercial Infantil. Lo cita Martín Caparrós en su crónica El sí de los Niños (Letras Libres, año VII, Núm. 84, diciembre de 2005). Lo cita para tratar de contestar a su pregunta: ¿por qué los pedófilos se vuelven pedófilos?
Nadie sabe -se contesta- «…todos hablan de los previsibles traumas infantiles, necesidades de afecto insatisfechas, dificultades para relacionarse, que se descubren precisamente porque el fulano empieza a manotear criaturas. Como quien dice que la pelota rueda porque es redonda y es redonda porque rueda».
Lo que sí sabe Caparrós a partir de su investigación periodística es que «suelen parecer la gente más normal: un abogado francés, un banquero australiano, un jubilado suizo…». Lo que también saben especialistas es que cualquier persona adulta que sostienen relaciones sexuales con una o un menor es pederasta. Punto.
El grupo de organizaciones que conjunta esfuerzos para combatir la explotación sexual infantil –ECPAT- afirma que los turistas sexuales pueden ser pedófilos con un deseo premeditado por niños y niñas, o viajeros que no planifican su viaje con esa intención, pero que el anonimato, la disponibilidad y el estar lejos de las restricciones morales y sociales que normalmente regulan su comportamiento pueden llevarlo a la pedofilia (www.ecpat.net).
A menudo, prosigue ECPAT, justifican su comportamiento aduciendo que es culturalmente aceptado en ese país, o que ayudan al niño o a la niña al darle dinero.
Mi abuela decía que el camino al infierno está lleno de convenientes justificaciones. En el camino de las justificaciones no sólo está «la caridad»; se encuentra también el SIDA.
Hay quienes deciden abusar sexualmente de infantes bajo el supuesto de que así no corren peligro de contraer VIH, dado que, dicen, no están contaminados. Y hay quienes creen, especialmente en África y Asia, que mantener sexo con vírgenes cura el SIDA.
De más está decir que en ambos casos están en un grave error. Cito a Martín Caparrós: «los tejidos jóvenes de los chicos tienen más posibilidades de contagiarse del virus y, además, sus abusadores no suelen protegerse. En 1995, un estudio mostró que más del treinta por ciento de los chicos y chicas prostitutos en el sudeste asiático estaban infectados».
Por otro lado, ECPAT señala que los menores que han perdido a sus padres a causa del SIDA se convierten en jefes de familia y, por tanto, son más vulnerables a la explotación y al abuso en todas sus formas.
Para fines de 2000 el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) calculó que 10.4 millones de niños y niñas menores de 15 años en África habían perdido a su madre, a su padre o ambos a causa del SIDA.
Pero el SIDA no es la causa principal de la explotación sexual comercial infantil, en sus distintas modalidades: prostitución, pornografía, turismo sexual. Especialistas en el tema señalan que hay una serie de condiciones que permiten hacer de la pedofilia una actividad comercial.
Sin contar con los conflictos armados y el tráfico de personas –situaciones donde los abusos de todo tipo abundan– hay factores que permiten que en una ciudad como en la que usted vive apaciblemente se ejerza la prostitución infantil o el turismo sexual.
La pobreza, abusos físicos o psicológicos en el ámbito familiar, el abandono, las adicciones, se encuentran en la lista.
ECPAT señala que 8 de cada 10 niños y niñas que padecen explotación sexual comercial sufrieron de abuso físico o emocional en el seno familiar. La mayoría sufrió algún tipo de abuso sexual por parte de un miembro de su familia.
Pero el aderezo principal lo pone la impunidad y la corrupción. Así, en países donde sus gobiernos no ven o sacan ganancias por no ver, prolifera la explotación sexual infantil. México reúne las características.
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* Periodista y feminista en Quintana Roo, México, integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.
08/CL/GG