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Explotadores aprovechan que niñez desconoce derechos laborales

Por Adriana Rodríguez González

Las razones por las que se prefiere a las niñas y niños trabajadores puede ser de índole no económica: los niños están menos al tanto de sus derechos y son más fáciles de explotar, afirma la organización internacional Visión Mundial.

En una serie de trabajos que tienen como objetivo hacer un aporte al abordaje de la problemática del trabajo infantil, señala Visión Mundial que las causas subyacentes de éste son básicamente estructurales: pobreza generalizada, enorme desigualdad, educación deficiente o inadecuada, malnutrición, estructuras de las economías de los países, pautas de consumo, y marcos de políticas macroeconómicas.

«Esto no quiere decir que la pobreza conduzca automáticamente a que los niños y niñas en situación de pobreza ingresen a la fuerza de trabajo, pero sí crea las condiciones que hacen que resulte más probable», señala la publicación.

Y agrega que una de las claves para la prevención, como para el remedio del trabajo infantil explotador, es la educación.

Sin embargo, aclara que la educación sola no es suficiente para acabar con el abuso de niñas y niños, pero resulta fundamental como parte de un programa más amplio que busca disminuir la pobreza y las otras presiones que empujan a menores de edad a trabajar.

Es por ello que el organismo señala que para que la formación escolar sea efectiva en combatir el trabajo infantil, ésta debe ser obligatoria, permitir un acceso igual a niñas y niños, ser de alta calidad, pertinente, gratuita, y realistamente flexible, a fin de que permita tomar en cuenta las estaciones agrícolas y sus necesidades conexas para las familias que trabajan en la agricultura.

TRABAJO AGROPECUARIO

En el sector agropecuario, por ejemplo, sobre todo en el centro y sur de Chile, donde se encuentran las tierras fértiles, trabajan unos 25 mil menores de 18 años de edad, quienes siembran la tierra, venden los productos que cultivan y se dedican al cuidado y pastoreo de animales.

En el Alto Biobio, al sur de Chile, viven cerca de 5 mil indígenas pehuenches viajan a las montañas atraídos, en gran parte, por el piñón, fruto de la aracauria que forma parte de su dieta básica.

En sus desplazamientos estacionales, transportan sus pertenencias y sus animales, sobre todo cabras y ovejas, y permanecen alejados de «casa» de tres a seis meses, dependiendo de las condiciones climáticas y de los pastos disponibles, lo que se traduce en la ausencia de niños en la escuela hasta, en la mayoría de los casos, terminar por abandonarla ante la imposibilidad de llevar el mismo ritmo de trabajo que sus compañeros.

Los niños pehuenches participan de manera natural en las labores familiares. Muchos comienzan a trabajar a los 5 años (incluso antes), pero las familias consideran que esto no es sino contribuir a las labores domésticas. Se trata, entonces, de un tipo de trabajo infantil encubierto.

Bernardo Rosales, padre de Ramón y Claudia Rosales, dos niños que recolectan piñones durante el verano para que ellos y sus familias tengan algo de comer en el invierno, además de dedicarse al cuidado de las ovejas, dice en un testimonio reproducido por Visión Mundial:

«Los niños comienzan a trabajar con los animales a los cinco años, porque nosotros necesitamos su ayuda, en especial cuando andamos lejos. Un hijo no tiene derecho a decir que no cuando uno lo manda a trabajar. Tiene que hacerlo, nomás. Hay que acostumbrarlos a que no pueden hacer solo lo que ellos quieren.»

Por sus características, el trabajo de la zafra es considerado una de las peores formas de explotación infantil; sin embargo, de acuerdo con un estudio del Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil, en El Salvador, unos 5 mil niños y niñas están directamente empleados en la recolección de caña y otros 25 mil participan de manera indirecta, acompañando a sus padres o familiares.

Es el caso de Jorge y Nery, dos adolescentes de 14 años que se levantan a las tres y media de la madrugada para cumplir una jornada de ocho horas, incluyendo sábados y domingos.

La paga que reciben las y los niños mayores anda entre tres y tres dólares y medio por día, pero los que trabajan como ayudantes de estos menores de edad reciben entre uno y tres dólares por semana, y no reciben el pago directamente del productor, sino de las mismas niñas y niños.

«Yo comencé a trabajar el año pasado. Vine con mi papá y él me enseñó lo que tenía que hacer. A mí me gusta. Pero, a veces, cuando están quemando la caña, salimos negros por el hollín y con los ojos ardorosos. Además, si uno no trae camisa de manga larga, el ajuate –pelusa de espinas pequeñas—pica muchísimo. Y hay que venir en zapatos, para no cortarse los pies o herirse con el cuchillo», dice Jorge.

«Para trabajar aquí sólo le damos al caporal un papel de identificación que puede ser prestado… puede ser el carné de otra persona, para que nos apunten, porque todavía no tenemos edad. A ellos eso no les interesa, sólo que uno pueda agarrar el machete», agrega Nery.

Al respecto, cabe agregar que el capítulo VII del Código de la Niñez y la Adolescencia establece que la edad mínima para comenzar a trabajar es de 15 años, protege los derechos laborales de los adolescentes e impone sanciones económicas a los empleadores que violenten estas normas.

Por su parte, el Artículo 78 del Código restringe el trabajo adolescente cuando este implique riesgo, peligro para el desarrollo, la salud física, mental, emocional o cuando perturbe el acceso a la educación.

08/AR/G/CV

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