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De 68 a hoy, sinuosa vía a la participación de las mujeres

Por Guadalupe Gómez Q.

Aunque el movimiento de 1968 constituyó un impulso para la participación de las mujeres en las organizaciones estudiantiles, sociales y políticas, esta inclusión no ha sido suficiente y prevalecen aún factores tanto institucionales como sujetivos que obstaculizan su presencia en dicho ámbitos.

Estos obstáculos ofrecen un panorama contradictorio y complejo de procesos, que atraviesan las instituciones (escuelas, sindicatos, movimientos sociales, partidos políticos, espacios gubernamentales, medios de comunicación, etcétera), así como subjetividades colectivas e individuales.

En las últimas cuatro décadas, dice la doctora Dalia Barrera Bassols, profesora e investigadora de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, fuerzas contradictorias, producto del desarrollo capitalista y de los procesos de modernización que implica, han llevado a las mujeres a participar de manera creciente en los mercados laborales, a la par que se desarrolla un proceso de urbanización acelerada, avances sustanciales en la escolarización y procesos masivos de migración interna e internacional.

Las demandas de solución de problemáticas surgidas de este acelerado proceso de desarrollo llevan a las mujeres a participar en movimientos sociales diversos (campesino, obrero, estudiantil, urbano popular, indígena), en los partidos y organizaciones políticas y sociales, explica Bassols, en la Memoria del Foro «Democracia Paritaria: Presencia de las Mujeres en la Representación Política en México», publicada por el Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la Equidad de Género (CEAMEG).

Las exigencias políticas no resueltas las conducen a la lucha por la democratización de la vida social y política, formando parte de movimientos ciudadanos, municipalistas, político electorales, y en las regiones en donde se más cerrado el autoritarismo caciquil, y las circunstancias antidemocráticas así lo determinan, en movimientos guerrilleros, explica Bassols.

Por otra parte, observamos el desarrollo del pensamiento crítico y del movimiento feminista, que en un momento dado confluyen con los grupos de mujeres participando en diversos movimientos sociales y de lucha política, constituyendo una rica experiencia colectiva de debate y construcción de ciudadanía, en medio del proceso de democratización de la vida social y política de nuestro país.

FACTORES INSTITUCIONALES

Sin embargo, entre los factores institucionales que limitan la participación femenina están: una educación forman que no promueve la equidad de género y refuerza el papel de madre-esposa, forjadora de ciudadanos desde el hogar; medios de comunicación que promueven figuras femeninas sin poder ni capacidad de transformación de su realidad familiar, comunitaria y social, seres sin proyecto, necesidades ni deseos propios. Además, los medios presentan un estereotipo femenino que no funcionan como ciudadanas, sujetas de derecho ni lideresas.

Asimismo, en las organizaciones sociales, políticas, sindicales y en los espacios de gobierno, hay oposición y bloqueo de los dirigentes masculinos a las mujeres y sus organismos; oposición también de miembros del movimiento o partido, y se pone en duda la capacidad de mando y dirigencia de las mujeres.

También se las segrega a tareas que reproducen la división sexual del trabajo en la organización o partido; hay oposición a medidas afirmativas, bloqueo o liderazgos femeninos; e invisibilización de las iniciativas femeninas y de los aportes de las mujeres.

Los espacios políticos son considerados como masculinos y a las mujeres se las segrega. Se niega la adecuación de horarios escolares, laborales y gubernamentales; se estigmatiza, desprestigia y señala negativamente a las mujeres que alcanzan espacios de poder.

Y hay reglas no escritas de subordinación femenina en los espacios y prácticas clientelares y corporativistas de organizaciones, partidos y sindicatos, señala Bassols.

FACTORES SUBJETIVOS

Entre los factores subjetivos que limitan la participación femenina están: la educación familiar de las mujeres como seres para otros, sujetas al control masculino en lo familiar y social, sin proyecto, necesidades ni deseos propios, más allá de los derivados de su papel de madres-esposas.

Culpa, estrés, ansiedad, por «descuidar» dicho papel y su requerimientos; violencia doméstica incrementada, celos, presión para «elegir» entre la participación y la pareja y/o familia; presión social (chismes, maledicencias y desprestigio); sensación de «masculinización» por tener poder social y político, considerado como típico atributo masculino; separación, divorcio o «decisión» consciente de no tener pareja o vida familiar, por ser incompatible con la participación o el liderazgo.

También, difícil acceso a la opción de negociación con la pareja y las y los hijos, hacia nuevas formas de división del trabajo doméstico, ruptura con las restricciones a su movilidad, a su acceso al poder y a la toma de decisiones, con esposo, hijas e hijos.

Autocontención en la aceptación de cargos o puestos de liderazgo, por parte de las propias mujeres, por no querer o poder enfrentar las presiones de la triple jornada y del rechazo a las mujeres con poder. Miedo o aversión al poder político, por considerarlo «sucio», ajeno, inalcanzable o amenazante.

Así como dificultad para obtener recurso para impulsar la capacitación, los liderazgos y las candidaturas de mujeres; inscripción en prácticas clientelares de condicionamiento del voto y de liderazgos femeninos caciquiles, antidemocráticos; voto del miedo, por rumores de desestabilización por votar por la oposición, y subordinación a relaciones caciquiles o de «padrinazgo» político al interior del partido para apoyar su candidatura.

08/GG

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