Con esta entrega concluimos el encuentro entre la chilena Gabriela Videla, periodista de profesión y militante social, y la terapeuta corporal reichiana de origen brasileño Sonia Ribeiro, quien falleció el pasado 26 de marzo, una conversación entre mujeres a la que Ribeiro llamó «pláticas de gineceo» y que fue publicada por la Universidad Vox Populi de México en 1998.
Las «pláticas de gineceo» es una propuesta que rescata la importancia del encuentro, como una forma de intercambio no sólo de palabras sino también de sentimientos, una manera de hablar e intimar entre mujeres, para de esta manera establecer un diálogo entre tejedoras («Pláticas de gineceo», diálogo de tejedoras, CIMAC, 21 abril 09)
Paso a paso, cara a cara, una a la otra van entrelazando sus mundos internos, uniendo las experiencias de la vida cotidiana, la participación política y sus sensaciones corporales.
Luego de narrar su paso por la militancia cristiana en Chile, Videla cuenta varios episodios de su infancia, cómo era su familia, la relación con su padre y cómo se convirtió en una «tejedora social» en las filas de las juventudes cristianas de Chile (El mundo interno de Gabriela Videl, en «pláticas de gineceo», CIMAC, 2 junio 09).
Para terminar con la propuesta de trabajo de Sonia Ribeiro, que une la importancia de trabajar el cuerpo junto a una misión social como lo hizo en vida Wilheim Reich, en esta ocasión dedicaremos esta columna –como lo anunciamos en la entrega pasada– a la relación de Videla con su madre.
En la conversación reconoce que desde niña se sentía «como alguien que no tiene un lugar en el mundo. Y quien siente que no encuentra ese lugar, que no tiene un solo huequito para sí, es una persona que nadie quiso que viniera», fue el momento en que vio la condición social en que vivía su madre «tejedora, tejiendo fantasías y penas».
Esta imagen cambió para Gabriela cuando llegó a la adolescencia, nuevamente le cedemos a ella la palabra.
«En esos momentos soy dura con mi madre, me doy cuenta que por su propia vida tan dura, de tanto abandono, con un instinto de madre defendiendo a sus cachorros, en fin por protegerme, me alejó de mi padre y eso aún me duele… Para ella una niña nunca está segura cerca de un hombre, ni siquiera de su padre: se lo enseñó la vida.
«Desde niña hice una alianza con mi madre para sacar la familia adelante, aunque no hubiera esposo o padre que respondiera a sus obligaciones. Más bien reemplacé no sólo a mi padre, sino a ella en muchas tareas, quizá no sólo con generosidad, sino con arrogancia. La actitud de la familia de esperar por mí, de admirarme, nutrió mi ego y me sentí poderosa, capaz de hacer todo lo que se necesitara», comenta.
Ese mismo sentimiento de «poder hacer las cosas y resolver problemas» se trasladó a su acción social desde los quince años, cuando empezó a actuar en grupos y movimientos.
Una etapa de su vida en la que puede «contar muchos productos, muchos problemas resueltos en el plano individual y colectivo. En ello hay satisfacción, pero también hay cansancio, pues me ha costado mucho trabajo, mucha energía y mucho abandono de lo mío y los míos».
Sin embargo reconoce que no todo eso era de ella sino también de su madre.
«Allí está también la fuerza y la experiencia de mi madre. En su cotidianidad de pobreza y carencias ella desarrolló una enorme capacidad de sobrevivencia, una imaginación desbordada para alimentar a una prole numerosa.
«Todavía no alcanzo a comprender cómo, de una gallina criada en el patio de la casa, ella podía hacer una fiesta para ocasiones especiales, dando un banquete para quince personas y en la noche volvía a alimentarnos de nuevo con otro platillo de fiesta con partes de ese pollo que reemplazaba para mí la multiplicación la multiplicación de los panes», relata.
Por último sintetiza, lo que de esta relación rescata como más significativo.
«Hoy lo sé con claridad: ella no sólo me heredó su tristeza, también me heredó la fuerza de sobrevivir. De ella aprendí a encontrar tesoros en los basureros. De ella aprendí a imaginarme algo nuevo en cualquier material de deshecho. No me avergüenza nuestra vida de carencias, porque ella se instaló en la pobreza que no inventó de la manera más digna: mientras concebía hijos, los vestía y abrigaba, transformando toda materia en objeto útil, cosiendo a mano, pues no tenía máquina de coser; ella practicaba una maravillosa ingeniería que nos hacía sobrevivir con alegría, sin ponernos a las filas de los donativos de caridad», concluye.
Acerca de la importancia del trabajo corporal de la reichiana Sonia Ribeiro en quienes recibieron sus enseñanzas hablaremos en la próxima entrega.
* Periodista mexicana, narradora oral, facilitadora de grupos, terapeuta con Enfoque centrado en la Persona y Gestalt, instructora del sistema Tao Curativo México (www.taocurativomexico.com)
09/CV/GG