Las mujeres son sujetos históricos plenos que pueden colocarse en el centro del escenario de los acontecimientos de su época y que pueden ser representadas con sus contradicciones y sus conflictos. Esa es la conclusión a la que arriba Gabriela Cano, compiladora –junto con Mary Kay Vaughan y Jocelyn Olcott –del volumen «Género, poder y política en el México posrevolucionario recién publicado por el Fondo de Cultura Económica.
«Pensar en la ciudadanía actualmente en relación con este libro nos da historias distintas de las posibilidades que las mujeres pueden tener a su alcance. Las suyas no son conquistas que impliquen una gran transformación o liberación, sino batallas por los espacios de influencia y de poder en su vida cotidiana y en la vida política», propone la doctora Cano, profesora-investigadora del Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer de El Colegio de México (Colmex), en entrevista con Cimacnoticias.
Así, el texto desgrana, una a una historias de subversión femenina que, de manera paulatina y casi invisible abrieron nuevos frentes –laborales, sexuales, personales– a las mexicanas durante los años que siguieron a la Revolución. La primera, escrita por Cano, Amelio Robles, persona transgénero que nació mujer pero siempre se sintió como hombre y asumió exitosamente su identidad masculina en las filas del zapatismo.
«La gran batalla de Amelio Robles fue convertirse en hombre. Él transformó su identidad de género con lo que estaba disponible en un poblado rural de principios del siglo XX. Se mandó a hacer varias fotografías de estudio donde cambió su identidad en dos sentidos: por un lado se presentaba como varón y, por otro, como un varón urbano, cuando era una persona de una comunidad rural, y tuvo éxito aun cuando la Revolución mexicana era un asunto de hombres, de machos, donde se exaltaban de la masculinidad violenta, agresiva».
Anne Rubinstein habla de «las pelonas»: mujeres que en los años veinte se liberaron de los corsés y del pelo largo, al igual que muchas otras alrededor del mundo: «Fue una moda adoptada por jóvenes urbanas, trabajadoras, estudiantes, que tenían el dinero para hacer lo que quisieran al menos con su aspecto mientras no se casaran. Ellas llegaron a ser, en la medida de su tiempo, mujeres emancipadas que podían manejar su ocio y que fueron víctimas de violencia verbal y física por haber adoptado una moda que perturbaba el orden de género».
Lo mismo puede decirse de las estudiantes de la Vocacional Gabriela Mistral, como lo narra el ensayo de Patience A. Schell. Detalla Cano: «Las mujeres de la vocacional Gabriela Mistral fueron parte de las mujeres de los años 20, como las pelonas, que tuvieron acceso a estudios. Esta escuela tuvo una prefecta que les facilitaba información anticonceptiva».
Por su parte, Julia Tuñón escudriña la visión de las mujeres y la población indígena en el cine de Emilio «El Indio» Fernández: «Los indígenas, dentro del cine nacionalista que tuvo auge en el México posrevolucionario, se ven como lo contrario de la modernidad y muchas veces fueron representadas no como afeminados, pero sí feminizados, con rasgos de debilidad y sumisión, que están asociados con lo femenino», señala la investigadora del Colmex.
Hay en el libro, también, un capítulo dedicado a las leyes del divorcio establecidas por Carrillo Puerto en Yucatán, escrito por Stephanie Smith. «Durante el siglo XIX, las mujeres solicitaban el divorcio para liberarse de situaciones insoportables de violencia. Las solicitudes de los hombres se incrementaron sólo durante el periodo de Carrillo Puerto. En general no lo pedían porque no lo necesitaban. Si se querían ir, se iban».
Otro más, de Ann S. Blum, se enfoca en el papel activo de las trabajadoras sociales en los procesos de adopción: «El trabajo social fue una profesión que se estaba formando en ese momento y dio empleo a mujeres que tenían estudios superiores. Era una de las pocas opciones accesibles dentro del Estado revolucionario para el cual laboraron».
En un apartado del volumen se abordan los movimientos de las mujeres de la industria del nixtamal, las desmanchadoras de café veracruzanas y las de la industria textil en Puebla en textos a cargo de María Teresa Fernández-Aceves, Heather Fowler-Salamini y Susan M. Gauss:
«El conjunto de estudios sobre el trabajo muestra cómo la composición de la fuerza laboral era movida por cuestiones de género. Conforme la industria de la tortilla se volvió más sofisticada, más mecanizada, las mujeres fueron desplazadas, y esto se hizo con discursos de género: ellas no iban a poder manejar las máquinas. Así, quedaron relegadas a oficios tradicionales con menos salario y con menos reconocimiento», expone Gabriela Cano, quien agrega:
«El capítulo de las mujeres católicas, de Jocelyn Olcott, es una de las grandes novedades del libro porque por prejuicio no se les había dado importancia a sus organizaciones a pesar de que cuantitativamente eran mucho más importantes que las liberales de izquierda. La autora propone que estas mujeres tuvieron espacios de autodeterminación de sus vidas, sus familias, para transformarse a sí mismas. Fueron activistas políticas subordinadas a los dictados de la jerarquía eclesiástica, pero movilizaron a muchas mujeres y generaron pequeños cambios».
Concluye Cano: «Si podemos encontrar un hilo conductor en el libro son esos pequeños cambios, esas pequeñas batallas: la del coronel Robles para adquirir la identidad de sexo deseada; las de las mujeres que se cortaron el pelo para seguir la moda que quisieran; la de las desmanchadoras de café en Veracruz, las de las trabajadoras de la industria de la tortilla por ganar pequeños espacios. Se trata de desarmar la aparente fijeza de los roles de género».
Y añade: «El volumen también nos dice que la ciudadanía no se puede restringir solamente a la emisión de la boleta de sufragio, sino que está en los actos de organización que producen pequeñas transformaciones. Hay quien dice que las cosas no cambian, y una de las aportaciones estos ensayos es que dan cuenta de las sutilezas del cambio histórico, que no es de un día para otro, pero sucede».
El libro tiene dos capítulos finales que se salen del tema central: el México posrevolucionario. Uno de ellos señala los puntos de continuidad de los movimientos femeninos con el movimiento zapatista del EZLN, y otro hace una reflexión comparativa con mujeres que participaron en revoluciones sociales en otras partes del mundo.
El volumen «Género, poder y política en el México posrevolucionario» será presentado el próximo jueves 4 de febrero, a las 18:00 horas, en la sala Alfonso Reyes del Colmex, con sede en Camino al Ajusco 20. La entrada será libre.
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* Periodista Mexicana