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Medalla Belisario Domínguez para Rosario Ibarra de Piedra

Por Erika Cervantes

Ciudad de México. Este martes el Senado acordó otorgar la Medalla Belisario Domínguez a la defensora Rosario Ibarra de Piedra, precursora en la lucha contra la tortura, la desaparición forzada y quien inició su trabajo en defensa de los Derechos Humanos tras la detención y desaparición de su hijo, Jesús Piedra Ibarra, en Monterrey, Nuevo León, el 18 de abril de 1975.

La fundadora del Comité Eureka, agrupación conformada por una mayoría de mujeres que buscan a sus hijos desaparecidos, fue electa de una lista de 113 perfiles, entre ellas la política Ifigenia Martínez y la escritora Elena Poniatowska.

La desaparición de su hijo, Jesús Piedra Ibarra, la llevó a la lucha pública para exigir la presentación con vida de las y los desaparecidos políticos, que entre mediados de los años 70 y 80 sumaron cerca de 500.

Rosario Ibarra nació en Saltillo, Coahuila. Es hija de un ingeniero agrónomo consciente de la lucha social por haber participado en la Revolución Mexicana y una mujer concertista de violín que le enseñó a tener valor y coraje para enfrentar la vida.

Rosario Ibarra no tuvo necesidad de rebelarse para poder destacar al ser una hija querida y libre junto a sus dos hermanos.

Aprendió a leer a los 4 años de edad en el regazo de su padre. En los días de frío iba envuelta en una cobija a la escuela y también permanecía así en las piernas de su padre que le leía el libro que Rosario escogía al azar por el color de la pasta.

Fue en Monterrey cuando Rosario Ibarra inició sus estudios formales en una escuela de monjas, luego pasó a una academia donde las mujeres tenían propuestas y los varones eran progresistas.

En la preparatoria formó parte de un grupo de 40 integrantes, donde ella era la única mujer deseosa de estudiar Leyes, pero la carrera finalizó cuando conoció al que sería su esposo, un médico quince años mayor que le hablaba siempre de la fortaleza unida a la amabilidad.

A los 20 años de edad, continuaba montando a caballo, encaramándose a los árboles y adornando su cabello trenzado con hojas en lugar de flores para desafiar “el que dirán”, así como ponerse una calceta roja y otra blanca por el simple gusto de estar bicolor y reír ante la reacción de sus amigas que le reprochaban el desatino.

Al casarse con Jesús Ibarra abandonó sus estudios de leyes para formar una familia con cuatro hijos: María del Rosario, Jesús, Claudia y Carlos.

Su conciencia social hizo de Rosario Ibarra una mujer propositiva además de una luchadora social incansable que lo mismo acudía a paros obreros de fábricas regiomontanas que acompañaba a sus hijos a manifestaciones estudiantiles.

Todo cambió cuando su hijo Jesús desapareció, luego de ser acusado de pertenecer a la Liga Comunista 23 de Septiembre. Fue ahí donde Rosario Ibarra inició su lucha ininterrumpida por encontrar a su hijo, lo que la obligó a moverse desde aquel abril de 1975 entre la Ciudad de México y Monterrey para exigir a las autoridades de gobierno que presentaran a su hijo con vida.

Al no obtener respuesta se organizó con otras madres de desaparecidos para crear el “Comité Eureka de Desaparecidos” que nació en 1977. En él, junto a 100 mujeres insumisas como ella, madres de desparecidos, hicieron siete huelgas de hambre que consiguieron la amnistía y liberación de 148 desaparecidos en el sexenio de López Portillo, de una lista de 557 personas.

Su lucha la llevó a ser la primera mujer candidata a la Presidencia de México en 1982, por el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Le gustaba la idea de que en los libros apareciera en su condición de bachiller, sin currícula académica ni política, sin estudios en Harvard y con una tarea única: ser madre de un desparecido político que lucha por encontrarlo al igual que a muchos otros. Con eso y su lema «Arriba los de abajo» recorrió el país.

Se desempeñó como diputada federal entre 1985-88, y fue candidata al Nóbel de la Paz en 1986. Tiene bastante tolerancia hacia los demás, pero lo que le levanta la ira es la injusticia y la falta de honestidad en quien promete y no cumple.

Hoy, a sus 92 años de edad, Rosario Ibarra continúa marchando al lado de las mujeres y los hombres que claman justicia y aún clama el regreso de su hijo Jesús.

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