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La crisis

Por Teresa Mollá Castells
CIMACFoto: César Martínez López

En medio de esta crisis sanitaria que significa la pandemia del coronavirus, al parecer, nos volvemos a olvidar de algunos temas no sanitarios, pero para tener en cuenta.

El viernes a mediodía fui a comprar a un supermercado que hay cerca de mi casa. El paisaje que me encontré era desolador, como imagino que en todas partes. Estanterías vacías, gente corriendo a coger la última botella de aceite o el último paquete de macarrones o la última bandeja de carne de pollo. Y mientras las cajeras no daban abasto y tuve la poca delicadeza de preguntar si llevaban así toda la mañana. La pobre mujer me miró y me dijo que llevaban así desde el lunes por la tarde. Había carros que parecían montañas e incluso algunas parejas llevaban un carro-montaña cada uno de ellos.

La cajera hizo un gesto de cansancio mientras esperaba que yo, avergonzada como lo estaba, no atinaba a encontrar la tarjeta para pagar. Justo en ese momento hubo comentarios de «un poco más rápido por favor» y nos miramos la cajera y yo y adiviné sus ganas de llorar por el cansancio y por el abuso de la gente.

Afortunadamente para mí, me fui de inmediato espantada como lo estaba al comprobar cómo el miedo nos convierte a muchas y muchos en seres irracionales y poco humanos.

Al llegar a casa mientras guardaba la compra pensaba en esta mujer y en todas las cajeras de los supermercados, sin guantes ni mascarillas de protección teniendo que pasar tantas horas aguantando literalmente a energúmenos y energúmenas con miedo y exigencias y además a gente ignorante como yo que pregunta si llevan así toda la mañana cuando en realidad llevan así toda la semana.

No hay ninguna duda de que la valentía y el coraje que está teniendo todo el personal sanitario es encomiable y así se le reconoció el sábado por la noche por parte de la ciudadanía con un enorme aplauso desde los balcones de las viviendas. Pero yo me pregunto ¿Qué pasa con las cajeras de los supermercados, con las señoras empleadas de hogar, con las señoras de la limpieza de centros sanitarios de todo tipo, con las profesionales que están atendiendo a nuestros mayores en centros residenciales o en las residencias de menores, por ejemplo? Sabemos que todas ellas son profesiones feminizadas y que, por el tipo de trabajo de carácter asistencial que realizan, son imprescindibles en estos momentos para atender a la población más vulnerable o a los supermercados.

Estas trabajadoras, en demasiados casos sin protección y casi siempre invisibilizadas, son población de mucho riesgo y sin ellas, en estos momentos de crisis, el sistema no funcionaria.

De nuevo la doble opresión de clase (profesiones y oficios habitualmente con salarios bajos y largas jornadas) se une a la opresión de género por su condición de mujeres.

De nuevo la sociedad invisibiliza sus trabajos por tratarse de trabajos relacionados con los cuidados y, como ya sabemos, los trabajos de los cuidados tradicionalmente los han realizado las mujeres.

Hace unos años, en plena crisis del 2008, asistí a un seminario sobre nuevos yacimientos de empleos y se hablaba de, por ejemplo la rehabilitación y el aislamiento térmico de las viviendas. Y, también surgió el tema del llamado en aquel momento eufemísticamente «empleo blanco» o, lo que es lo mismo, el empleo del cuidado que emanaba de la ley de dependencia. Y ya en aquel momento me acuerdo cómo otra compañera y yo denunciamos la perversión del sistema del llamado «empleo blanco» por contener las trampas de la llamada doble opresión de clase y de género. Y ahora se está viendo que nuestras denuncias eran ciertas.

Desde aquí quiero rendir un sentido homenaje a todo el personal sanitario, por supuesto, pero también a todas las mujeres que se ven obligadas a continuar trabajando pese a la invisibilización de sus empleos. A las cajeras de supermercados, a las señoras que trabajan como empleadas del hogar, a las señoras cuidadoras de personas mayores, a las que trabajan limpiando edificios, sobre todo centros sanitarios, a las que trabajan en centros residenciales de mayores o de menores y un largo etc. porque seguro que me olvido de algún colectivo.

Y, por supuesto, me acuerdo de las mujeres en condición de explotación sexual comercial, que son siempre las grandes olvidadas socialmente y a quienes el gobierno olvidó en su toma de medidas urgentes. Se olvidó de la obligatoriedad de cerrar los prostíbulos-cárceles condenándolas a contraer la enfermedad sin que a casi nadie les importe sus vidas.

De todas las crisis se aprende. Y yo de esta ya he aprendido cuán torpemente me comporté con una señora que estaba agotada y a quien incomodé sin tener en cuenta su estado emocional. Todo mi respeto para ella y sus compañeras. Procuraré no volver a caer en el mismo error. 

20/TMC/LGL

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