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A cambiar todo

Por Lucía Melgar Palacios
CIMACFoto: Rosa María Rodríguez Quintanilla

En medio de preparativos para enfrentar la expansión de la pandemia en México, la marcha del #8M y el paro #9M pueden parecer lejanos. Sin embargo, precisamente en este contexto de preocupación general, el significado de ambas fechas relumbra como una potente luz en plena tormenta. A partir de las reflexiones que derivemos de esta movilización (entusiasta y silenciosa a la vez) podremos seguir avanzando y sentar las bases para crear una nueva convivencia, para cambiar todo.

Nunca antes se habían reunido en la capital y otras ciudades del país tantas mujeres de todas las edades, condiciones y estilos de vida, creencias, en marchas para alzar la voz juntas contra la violencia y el machismo, por una sociedad igualitaria y políticas públicas para mujeres y niñas. Así, pese a los obstáculos impuestos por el gobierno de la Ciudad de México, por ejemplo, la manifestación empezó desde los vagones de metrobús y metro repletos de jóvenes vestidas de negro, morado y verde, continuó en grupos grandes y pequeños, coreando consignas, por Reforma.

Antes de llegar al monumento a la Revolución quienes hemos asistido a marchas feministas anteriores, sabíamos, emocionadas, que ésta uniría por fin a la gran multitud que tanto anhelábamos.

Y sí, pese a los infiltrados que se ensañaron sistemáticamente sobre los destrozos hechos ya por chicas encapuchadas, y que, a diferencia de ellas en marchas anteriores, tiraron bombas molotov, gas irritante y provocaron heridas o pánico, marchamos. Pese a la torpe obstaculización del paso hacia el Zócalo y a la transformación de éste en tiradero de fierros y templete del concierto (dizque para mujeres) por las autoridades, pese a la reedición de las maniobras autoritarias para evitar que ahí, en la plancha, se constatara la multitudinaria participación ciudadana, en este caso feminista y femenina, llegamos.

Pese a eso y a las descalificaciones previas, los ríos de mujeres jóvenes y adultas, niñas, niños, inundamos de color, alegría, exigencia y energía renovada esas calles que tantas manifestaciones “históricas” han visto.  Sin duda, esta marcha rebasa tan gastada expresión.

Marcha excepcional porque demostró la urgencia de re-unirnos para exigir prevención y sanción contra la violencia machista, para denunciar: “Estado feminicida”, para afirmarnos: “Nos quitaron el miedo”, “Soy la que te hará pagar las cuentas” como canta Vivir Quintana; para enunciar y bailar la necesaria ruina del “patriarcado, ¡que va a caer!”, y la vitalidad del feminismo, esta lenta revolución pacífica que busca cambiar todo (y que nada quede igual).  Marcha esperanzadora por la gloriosa sensación de caminar unidas, de vivir juntas calles pintadas de morado, sin temor, con la convicción del puño en alto en favor de la marea verde, con la voz cantante “¡NiUnaMenos!”, “Si tocas a una, respondemos todas”, y la creatividad de quienes bailaron, hicieron música, pintaron de imágenes brillantes metros del Zócalo. Más de 80 mil sin duda, 250,000 tal vez. Nos sentimos como el millón que alguna vez, pronto, seremos.

El paro del #9M que vació el Metrobús, el metro, las calles, contrasta por el silencio y la ausencia con la jornada anterior. Como ésta, exhibe la potencia de la resistencia. No salir, no producir, no comprar, o no cuidar, fue también una protesta pacífica en unidad, la conjunción tácita de voluntades: ausentarnos para revalorar nuestra presencia en el espacio público y nuestra actividad en lo privado. Complementarias, estas protestas confirman la vitalidad de la ciudadanía de las mujeres, el potencial de cambio acumulado por décadas, la urgencia de transformación que las jóvenes, pero no sólo ellas, sienten y exigen.

En estos días de temor creciente, volver a esa experiencia de alegría y esperanza puede alentar nuestra confianza en el futuro, el que queremos y necesitamos. Las exigencias mismas del confinamiento – en las mujeres “cuidadoras” en particular – invitan a reflexionar.

Con el cierre de escuelas esta semana, empiezan a sentirse y verse las consecuencias para las mujeres del tradicional peso del cuidado en ellas. ¿Quién cuida a niños, niñas, adolescentes, personas mayores o con diversidad funcional? ¿Quién se ocupa de las compras y la limpieza? Las mujeres y las niñas. La falta de una visión política de Estado con perspectiva de género sobrecarga con brutalidad en épocas de crisis a quienes, además, trabajan para ganarse la vida (así sea en la supuesta comodidad del teletrabajo).

Hoy esta falla estructural que tantos años hemos señalado sale a la luz con una contundencia que no podemos pasar por alto.

A esta carga física y emocional, se añade para muchas, mujeres, niñas y niños, personas con algún tipo de discapacidad (o diversidad funcional o neurosocial), el riesgo acrecentado de sufrir violencia en condiciones de confinamiento.

La violencia de pareja y familiar, el abuso sexual infantil, son de por sí frecuentes y elevados en nuestro país. En condiciones de encierro, peor si éste implica hacinamiento, el riesgo de caer bajo el dominio del o de los agresores en la propia casa sin escape posible es mucho más serio. En varios países que ya han pasado o están pasando por el confinamiento contra la pandemia empiezan a circular artículos sobre esta realidad. En algunos, se han creado líneas de ayuda especiales o se han difundido lineamientos para intentar proteger a las mujeres y niñas.

En el nuestro, donde la violencia machista es de por sí una pandemia a la que no se le ha dado la importancia que merece, urgen medidas de prevención pronta y efectiva. La Red Nacional de Refugios ya ha circulado el número de una línea de atención nacional. Sin embargo, ésta no basta. Requerimos con urgencia de una política inmediata para garantizar que la casa no se convierta en infierno para adultas y menores de edad. ¿Cuál de las autoridades hasta ahora negligentes ante este problema se comprometerá con esto, por difícil que sea?

Otras preguntas que se plantean algunas colegas que han estudiado las consecuencias de las desigualdades, en las mujeres en particular pero no sólo en ellas, son:  ¿qué medidas se tomarán para garantiza algún ingreso a quienes viven al día?, ¿cómo se solidarizarán las instituciones con sus trabajadoras que tienen que cuidar a otras personas?, ¿cómo se protegerá de la enfermedad y la violencia a quienes están en la cárcel o en hospitales psiquiátricos? ¿qué se hará para impedir que el crimen organizado que controla zonas enteras de ciudades y campos imponga un régimen totalitario de terror?, ¿cómo se garantizará que se cumpla la Ley Federal del Trabajo para que las empresas que se vean obligadas a cerrar por la pandemia no despidan a su personal?.

Imaginar y diseñar desde esta misma semana medidas sociales y económicas para aminorar el impacto de esta crisis es una obligación que el Estado debe asumir. Puede inspirarse en lo que ya están haciendo más de 20 países con menos retos que nosotros.

Éstas y otras preguntas que muchas nos hacemos pueden parecer hoy, cuestionamientos excesivos. Sin embargo, es necesario mirar  hacia el panorama nacional, seguir señalando esas fallas, que no son nuevas y no podrán subsanarse de golpe, pero que requieren atención inmediata para que sus consecuencias en medio de la crisis  sanitaria y después de ella no sean todavía más graves.

Al Estado le corresponde responder con lineamientos y medidas extraordinarias, incluyendo apoyos económicos para las personas más necesitadas y quienes viven al día. A nosotras nos toca tejer redes de solidaridad, estar alertas ante indicios de violencia o exceso de estrés a nuestro alrededor.  

A quienes tengamos el lujo de un tiempo para pensar, nos toca encontrar un modo de impulsar una nueva política integral de género, que responda a las necesidades de cuidados, prevención de la violencia y seguridad ciudadana, para mujeres y niñas y niños, y en realidad para la mejor vida de todos. Sí, el mundo está mal hecho y debemos cambiarlo. Unamos propuestas, pensemos, dialoguemos, para construir un camino común hacia la justicia, la igualdad y la paz.

20/LMP/LGL

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