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Las cuidadoras de pacientes con COVID

Mary Gloria Fournier, habitante de la colonia Guerrero, tras la reja del espacio donde está en cuarentena, muestra su bitácora de cuidados y dosis de medicamentos para Juan, su compañero de vida, enfermo de COVID19. Foto: César Martínez López.

Ciudad de México. Ante la escasez de camas y médicos en los hospitales capitalinos, María de Jesús Gloria Fournier, habitante de la colonia Guerrero, en la Ciudad de México, cuida de su esposo Juan, que desde el pasado 8 de mayo presenta signos graves de COVID-19. 

En México, de acuerdo con datos oficiales, al 19 de mayo había 7 mil 272 personas contagiadas con COVID que eran pacientes ambulatorios, es decir, que pasan la cuarentena en sus hogares sin personal médico que les atienda y vigile. Sus parejas, madres, hermanas e hijas son quienes se están haciendo cargo de esos cuidados.

En nuestro país, 95 por ciento de las 359 mil 783 personas que realizan trabajo de cuidado de niñas, niños, personas con discapacidad, personas enfermas y adultas mayores, son mujeres. Otro dato: 63 por ciento de las mujeres ocupan su tiempo en el cuidado de integrantes del hogar  y 51 por ciento en llevar, recoger o esperar a que reciban atención de salud y de “estar al pendiente”, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de las Mujeres. 

En entrevista con Cimacnoticias, María, que se dedica al activismo cultural en colonias populares, relató qué implica para las mujeres estar a cargo de los cuidados de un enfermo durante la pandemia y en ausencia casi total de las autoridades federales y capitalinas para apoyarla en esta tarea. 

Juan es un paciente sospechoso, no confirmado, de COVID-19, ya que la prueba diagnóstica para saber si tiene el padecimiento estuvo disponible hasta este 19 de mayo, 11 días después de haber presentado toda la sintomatología.

El día 1 de la enfermedad, María se acercó a Juan para darle un beso de buenas noches. Notó al instante que tenía fiebre. El día 8 vino la dificultad respiratoria y una tos “incontrolable”. Ante la sospecha de haberse contagiado, ambos acudieron con una médica familiar, quien les pidió hacerse estudios e hizo algunas recomendaciones para cuidar la salud de Juan. 

María, Juan y sus dos hijas, una de 20 y otra de 16 años, viven en la casa de la mamá de ella. El espacio es de 50 metros cuadrados y tiene solo dos cuartos. La familia vive ahí porque durante el sismo del 19 de septiembre de 2017 su departamento resultó afectado y el aumento del costo de las rentas en la capital después de ese desastre les impidió rentar otro espacio.  

Como activista cultural, María trabaja de manera voluntaria en un centro comunitario llamado «Comunidad Nueva» que actualmente permanece cerrado por la jornada de sana distancia. Con el fin de evitar nuevos contagios en su familia, María y Juan se mudaron temporalmente a ese espacio para aislarse. Desde la enfermedad de Juan, ella habló con sus hijas y les dijo que en adelante ellas tendrían que asistirse solas y con ayuda de otros familiares. Todos los días tienen videollamadas para levantar el ánimo. 

Juan es carpintero y enseña oficios de manera voluntaria a jóvenes, por lo que no tiene acceso a ningún servicio médico ni a la seguridad social. María trabaja en un deportivo de la delegación, su sueldo es de 3 mil pesos.  Ante la urgencia y la posibilidad de no ser atendidos en un hospital por la escasez de camas y personal médico en la Ciudad de México, María –quien por su trabajo comunitario tiene experiencia en atención a personas adultas mayores y con enfermedades de transmisión sexual como gonorrea o sífilis– decidió asumir totalmente las tareas de cuidado de Juan y pedir apoyo a quienes la conocen en la colonia para allegarse del equipo médico que requería.

En esos primeros momentos solicitó el apoyo de amigos y familiares para reunir 12 mil pesos para comprar medicamentos, hacer un depósito para un tanque de oxígeno y pagar aparatos de medición de presión arterial y de oxímetro, todos ellos recomendados por el gobierno federal para casos de pacientes ambulatorios. 

María dice que el impacto más grande por cuidar a pacientes con COVID-19 es el emocional. “Tu mente primero pasa por diferentes emociones, desde la ira de por qué nos pasó. Luego pasas al enojo, a la desesperanza, a la tristeza, pero finalmente pensé: es mi compañero de vida y no lo voy a dejar solo, pero viendo alrededor del mundo el comportamiento de la pandemia me di cuenta que teniendo las medidas necesarias se puede evitar el contagio”, expresó.

Frente a este desgaste que ocasiona el cuidado, María considera que el gobierno federal podría activar una línea de apoyo psicológico específico para cuidadoras, y otros apoyos económicos para que cubran los gastos que se requiere para su labor. María lleva gastado solo en guantes y cubrebocas para ella casi 2 mil pesos.  

Con el centro comunitario cerrado y sus actividades laborales en pausa, María puede dedicar todo su tiempo al cuidado de Juan, que requiere atención a su salud cada hora. María elaboró una bitácora en la que organiza los medicamentos que deben suministrarse diario y unas gráficas en la que apunta los signos vitales de Juan dos veces al día.

Mary Gloria Fournier, habitante de la colonia Guerrero, tras la reja del espacio donde está en cuarentena, muestra su bitácora de cuidados y dosis de medicamentos para Juan, su compañero de vida, enfermo de COVID19. CIMACFOTO: César Martínez López

Hay días buenos y días malos en este trabajo, como ella dice. “El día de ayer hicimos el pedido de oxígeno. Las horas fueron pasando y cada vez  veía pasar el tiempo, Juan también porque estábamos entrando al rojo en el medidor de oxígeno y como ahora él depende 100 por ciento por lo menos otras 4 semanas más, pues ya se imaginarán. Pasaron las horas, a las 2 am se terminó , me desesperé un poco, hablé por teléfono y pues decían que estaba en ruta. El oxígeno llegó a las 8 am, nos dicen que hay un alta demanda. Mucha gente está optando por el cuidado en casa y los repartidores nos dicen que hay una demanda enorme así que cuídense mucho por favor no bajen la guardia. Juan el día de hoy saturó a 93  y no ha tenido fiebre, no podemos bajar la guardia !!”, escribió María en sus redes sociales el pasado 18 de mayo. 

Para evitar contagiarse, María suministra los medicamentos directos, como inyecciones en el abdomen, con cubrebocas, guantes y una careta. También le pide a Juan que cubra sus boca y nariz para que, en caso de toser, no la salpique. Ella pone los  medicamentos en una charola que sólo él toca y que desinfectan constantemente. 

Para los alimentos, él tiene su vaso, taza, cucharas de diferente tipo, tenedor y su plato marcado. Todo se lava con cloro. Para los inhaladores, María desinfecta sus manos y lo que tiene que tocar para usarlo. Lo principal, dice María, ha sido el uso estricto de cubrebocas cuando tienen que estar cerca y la sanitización del espacio con desinfectantes el aerosol y productos con cloro. Como parte del apoyo que ha pedido a las personas, María recibió un sanitizante de uso hospitalario, el cual rocía a la ropa y las sábanas que usan. A fin de reforzar su sistema inmunológico, María también ha empezado a tomar vitaminas. 

Desde los primeros días desde que Juan presentó síntomas, María envió un mensaje a los números que ha hecho circular la Ciudad de México para recibir orientación sobre el COVID-19. Llenaron el cuestionario que le proporcionaron por vía mensaje y dio como resultado que Juan tenía altas posibilidades de ser un paciente COVID-19. Quince minutos después recibieron una llamada. María explicó los síntomas. La persona al otro lado del teléfono le dijo que esperara en breve una visita del personal de salud para que se les realizara la prueba.

Pasaron tres días antes de que la autoridad de la capital se comunicara nuevamente. Luego de pedir más información por teléfono, les dijeron que había mucha demanda de pruebas. En estos 11 días de cuidados, el gobierno de la capital ha llamado a María no más de cuatro veces. 

María aseguró que hasta el momento no ha recibido ningún kit médico ni despensas alimenticias que el gobierno de la capital anunció que repartiría a las personas sospechosos de COVID-19. Desde el termómetro hasta la comida que han requerido María y Juan ha sido gracias al apoyo de sus vecinas y vecinos. De acuerdo con María, unos amigos suyos que viven en la colonia Escandón, de más poder adquisitivo que la colonia Guerrero, donde ella vive, recibieron el kit tres días después de haber reportado los síntomas. 

Foto: especial

Este 19 de mayo, María y Juan salieron del aislamiento para hacer la prueba del COVID-19. Fueron al único centro de salud que les dijo que tenía la prueba. Sólo entró Juan. “Se siente miedo, pánico, la desesperanza. Pasas por todas esas emociones y vas navegando por ellas”, explicó María quien mandó un mensaje a otras cuidadoras: “obviamente al recibir o a tener los síntomas es un shock, pero yo quisiera que pensaran un poco en que este virus hay que entenderlo un poco, es un proceso largo con algunas secuelas también pero  no podemos actuar desde el miedo, sino más bien desde la acción. Si queremos salir adelante y que nuestros pacientes salgan adelante tenemos que agotar todos los recursos que se puedan (…) ¿hasta dónde puedo yo controlar y saber los límites? si se puede controlar en casa con un buen seguimiento, pienso que se puede salir adelante”.

De acuerdo con las valoraciones médicas que recibe por teléfono, Juan aún deberá permanecer en aislamiento tres semanas más pero su salud es cada día más estable. María escribió en sus redes sociales: “ayer nos llamaron de la jurisdicción sanitaria Cuauhtémoc y solo me dijeron, bueno así lo sentí, ‘está haciendo un buen trabajo’”.

20/AJSE/LGL 

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