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Sobre los pitufos y la pitufina

Por Teresa Mollá Castells
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CIMACFoto: César Martínez López

Es muy curioso ver cómo incluso el corrector me marca como error la palabra “pitufina” pero no la de “pitufos”, en fin, ya sabemos cómo funciona esto de los lenguajes y el genérico masculino. Otra herramienta del patriarcado para la ocultación de las mujeres en los espacios simbólicos de la creación del pensamiento.

Esta semana, y no recuerdo exactamente dónde, escuché un argumento que me hizo reflexionar. El argumento en cuestión era el siguiente: Si observamos el mundo de los pitufos están muchos representados como, el “abuelo pitufo”, “fortachón”, “vanidoso”, “gruñón”, “granjero”, etc. pero en cambio solo en 1966 apareció una pitufina que debía representar a todas las formas que en ellos eran diversas. Hemos de recordar que la primera aparición de estos dibujos fue en 1958. “Solo” tardaron ocho años. Nada más…

A raíz de este comentario tan aparentemente sencillo, mi cabeza comenzó a dar vueltas alrededor de eso.

No haber puesto ninguna pitufina en el universo pitufil, hubiera sido tachado de muy machista, incluso en aquellos años. Y la incluyeron.

Pitufina fue creada por Gárgamel (el malo) usando arcilla y un hechizo que la hizo malvada, con el fin de que usara sus encantos y provocara los celos y la competencia entre los Pitufos, asegurando su destrucción. La dejó en el bosque y Pitufo fortachón la llevó a la aldea pitufa, donde hizo travesuras al punto de que nadie la soportaba. ¿Nos va sonando el tema y sus coincidencias? ¿No os recuerda cómo surgió Eva de la Biblia? O no, solo por la forma de aparecer. Pero en realidad se parece mejor a la teóricamente pérfida Lilith. Sigo.

Es una de las cuatro mujeres de la aldea, pero ella fue la primera en aparecer. Tiene rasgos más delicados que los demás, con el pelo ondulado rubio largo y pestañas largas. Usa un vestido blanco y tacones altos del mismo color. Su interés es cuidar y querer a cada Pitufo. Seguimos con los estereotipos femeninos por antonomasia.

Como vemos en este personaje, asimila todo aquello que se espera de las mujeres para que, desde la más tierna infancia, quede claro la multiplicidad de posibilidades de los varones frente a las limitaciones y perversidad de las mujeres. O, dicho de otro modo, otra forma de violencia estructural social que supone la ocultación de las mismas posibilidades para mujeres y hombres de forma equitativa.

Esto, que no es ninguna novedad, se ve claramente en estos personajes del universo infantil y no tan infantil. Ellos diversos y múltiples. Ellas, las cuatro, dedicadas al mundo “femenino”. Reparto exacto de roles para que nada cambie, que para eso el patriarcado impone sus normas en todos los ámbitos.

Algunas cosas han cambiado desde la creación del universo pitufil, pero esencialmente, el modelo no ha cambiado y los roles asignados, tampoco. La sublimación de lo “femenino” para impedir la salida al mundo de lo público, el castigo por “provocarlos” con sus encantos lo cual implica implícitamente la culpa de ser mujer y la justificación de las actitudes incluso violentas y celosas de ellos ante esos encantos. Y para acabar la sumisión de ellas al orden establecido por estar en infinita minoría y no poder cuestionar el orden en el que viven y sufre, puesto que, para algo los autores lo disfrazan como un mundo feliz.

Como vemos, un mundo de teórica armonía, mucho color, hasta que haces un análisis de ese microcosmos inventado para distraer e incluso hacer reír a criaturas e, incluso, a personas mayores. Entonces descubre que sigue siendo más de lo mismo. Patriarcado en estado puro.

Y todo ello aderezado de matices no tan subliminales de quienes ostentan el poder y en cómo ejercen esos liderazgos dentro de la comunidad. Liderazgos comunitarios, pero con competencias entre ellos, que para algo son varones.

Analizando este microcosmos nos negamos, en ocasiones a desmontar ese bienestar que tan buenos ratos nos han proporcionado. O como diría una amiga “No me fastidies también esto…joder”.

Pero es que no se trata de fastidiar. Se trata de mirar y ver. Y cuando llevas las gafas violetas ya tan insertadas que forman parte de la piel, no puedes evitar mirar y ver. Y eso ha pasado con estos personajes tan idílicos y divertidos que son una reproducción exacta de la sociedad patriarcal. Con sus privilegios y sus servidumbres. Con sus separaciones de roles basados en el sexo y no en las capacidades.

Y, por supuesto, con todo atado y bien atado para que nada cambie, pese a que se aparente hacerlo. Y también por descontado, dentro de un mundo de luz, color y armonía. De ese modo las explotaciones y sumisiones parecen serlo menos. Y sin violencias aparentes, pero lleno de violencias simbólicas y estructurales, para que el mensaje de dominación/subordinación quede claro, aunque sólo sea en los espacios simbólicos. Que no son pocos y, a la vez, son muy potentes.

21/TMC/LGL

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