Inicio AgendaEn defensa Diario de madres de presos políticos: Primera de dos partes

Diario de madres de presos políticos: Primera de dos partes

Managua, Nic. A las seis de la tarde del lunes 7 de diciembre de 2020 se escuchan cohetes y se observan altares en honor a la virgen María en algunas casas de Masaya, una de las ciudades que fue castigada durante la represión de 2018 en Nicaragua. La gente sale a cantar y recibe obsequios—dulces, granos básicos– en la Gritería, una de las tradiciones católicas más conocidas del país centroamericano en todo el mundo.

Estela Rodríguez, una viuda de 67 años de edad, es madre del preso político Edward Lacayo de 46 años. Está en cama en su casa en el barrio Monimbó de Masaya, acompañada de su hija Karen Lacayo. No pudieron salir ni a la acera de su vivienda, debido a la presencia policial que las asedia desde que su pariente fue apresado.

Estela Rodríguez

En el hogar de Estela sólo hay una foto en una pequeña mesa de la sala, donde aparece ella y su hijo Edward, a quien sus amigos le decían “La Loba Feroz”, por su valentía y agilidad en las protestas de 2018, incluso había convertido su casa en un puesto médico clandestino.

Edward fue detenido en el Ostional, Rivas, cerca de la frontera con Costa Rica, el 15 de marzo de 2019, cuando pretendía buscar refugio por persecución estatal, pero fue acusado de narcotráfico, lo cual su madre niega y señala que todo fue por participar en las protestas antigubernamentales que fueron reprimidas por el gobierno hace dos años.

El 20 de agosto de 2019, Lacayo fue condenado a 15 años de cárcel por el delito de tráfico de estupefacientes; un proceso en que se cometieron irregularidades, según su abogado defensor Julio Montenegro, que van desde negarle la presencia de testigos a su favor y eliminarle las pruebas que lo beneficiaban, mientras a la parte acusadora le aceptaron como prueba un vídeo en que cantaba el himno nacional, “lo cual no constituye delito”.

Madre y hermana de Edward Lacayo

En los últimos dos años, las madres nicaragüenses han sido víctimas también de la violencia del gobierno. El caso de Rodríguez es uno. El 30 de mayo de 2018, el mismo día de las madres, cuando miles de ciudadanos salieron a las calles para protestar en solidaridad con las mujeres que habían perdido a 63 hijos en los primeros días de protestas antigubernamentales, los opositores sufrieron otro ataque. Mataron a 16 personas y otras 88 resultaron lesionadas. Además, hasta diciembre de 2020, los medios de comunicación locales reportaron el fallecimiento de cinco madres mientras sus hijos estaban encarcelados.

El “Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más” registró hasta diciembre pasado, al menos 80 personas opositoras incluyendo madres de presos políticos retenidas en sus casas por el asedio policial, únicamente por ejercer sus derechos y demandar la libertad de sus hijos, sostuvo el abogado integrante de esa organización que se encuentra radicada en Costa Rica, Braulio Abarca; aunque no precisó cantidad de madres asediadas.

Un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) publicado en diciembre de 2020, reconoce la existencia de 80 detenidos en la actualidad y un recuento de mil 614 privados de libertad desde 2018 hasta octubre de 2020. El documento señala que estas personas han sufrido hacinamiento, maltrato físico, tratos crueles, detenciones arbitrarias, no se les informó la causa de la detención, no fueron puestas a la orden de las autoridades judiciales en el plazo de las 48 horas establecidas por la ley, entre otros abusos a sus Derechos Humanos.

Policías y paramilitares vigilan a doña Estela

Karen Lacayo, la hija mayor de Estela Rodríguez, ha dejado su vivienda y se ha trasladado para acompañar a su madre. La ha seguido su esposo y su niño. La salud de la progenitora se ha empeorado. La diabetes que padece se le está agravando y debe tomar sus pastillas para controlarse.

La vida para ella no ha sido fácil. Tuvo dos hijos, uno de ellos ahora encarcelado. Su esposo fue asesinado en la guerra durante 1979, cuando Edward tenía 5 años. Desde esa fecha ha trabajado sola para mantenerlos. Han vivido en Monimbó, donde tenían un molino como medio de trabajo, el cual ahora está cerrado. En ese mismo local, Edward también tenía un taller de hojalatería. Allí fabricaba sillas de metal, faroles y ventiladores para cocina. Este barrio ha sido la cuna de la resistencia de los opositores: en 1979 contra la dictadura de Anastasio Somoza y en 2018 versus Daniel Ortega.

La casa de Estela es constantemente vigilada por policías y en ocasiones civiles armados, que ella señala como paramilitares, se estacionan frente a la vivienda. El asedio les causa temor de salir y además provoca que el azúcar se le suba a la madre.

La hija narró a través de un video que la Policía cumplía una semana entera de estarla asediando diariamente el jueves 9 de diciembre. Ese día no las dejaron salir de la casa, cuando pretendían abordar un taxi para ir a ver a un médico, las obligaron a regresar.

En sólo una semana de monitoreo en contra de esta familia, la Policía pudo haber gastado más de 25 mil córdobas,  según cálculos de algunos economistas, sumando el salario de los 6 oficiales que llegaron al frente de la casa, el gasto del combustible, inversión en comunicaciones, alimentos y la depreciación del vehículo. Con este dinero al mes se pudo haber pagado el trabajo de al menos 5 obreros agrícolas o 4 enfermeras en cualquier hospital.

La hija de Estela documentó distintas fechas de diciembre de 2020 para exponer las violaciones a los Derechos Humanos que se cometen en contra de ellas. A su criterio sólo por ser la familia del preso político Edward Lacayo.

Martes 22 de diciembre de 2020

-Karen: Desde que detuvieron a mi hermano, mi mamá, mi esposo y mi niño, vivimos una pesadilla interminable, la Policía y los paramilitares no nos dejan en paz. Mi mamá es la más afectada, ella se pone caliente el cuerpo porque se le sube la presión, cada vez que escucha el ruido de un vehículo se imagina que viene la Policía y efectivamente así es, no hay día que la Policía no venga a esta casa, a veces sólo pasan rondando, pero la mayoría de veces se parquean enfrente o a media cuadra y se quedan hasta por dos o tres horas.

Hoy es martes 22 de diciembre desde temprano están allí en frente. Hay una patrulla con varios policías, no sé cuántos. No podemos ni salir al mercado porque nos siguen, nos vigilan cada paso que damos, aunque a veces me tengo que arriesgar para ir a hacer mis compras.

Es de noche, la Policía ha pasado varias horas allí, viendo que hacemos y aún siguen, yo no sé qué es lo que quieren, están violentando mis derechos como toda ciudadana de caminar libremente, de salir libre de mi casa, me tienen secuestrada, presa en mi propia casa.

Jueves 24 de diciembre. Adiós cena navideña

Karen: Mi mamá se siente con nervios de nuevo, le toqué las manos y está sudando, está helada, de seguro se le bajó la presión, a pesar de que es 24, un día en que todo mundo debería estar en su casa preparándose para la cena, mi familia no tiene paz, ni tranquilidad, la Policía nos ha robado la paz desde hace más un año ¡qué barbaridad! ¿por qué tanto odio?

Son las seis de la tarde y yo le quiero preparar una cena a mi familia, especialmente a mi madre que sigue enferma, pero ¡qué va! ya acaba de pasar la patrulla, al rato se vienen a parquear y mi mamá ya los vio. Con eso tiene de nuevo para enfermarse y yo también me pongo nerviosa, porque la Policía casi siempre pasa de dos a tres veces por día y hasta se parquean por más de dos horas en la calle.

Cada vez que la Policía llega mi ánimo es muy preocupante, desde que me asedian yo padezco de presión alta, ya no quiero ni comer casi, temo que se metan a mi casa y me pongan cosas ilícitas como hicieron con mi hermano y los demás muchachos que están allí en las celdas.

Feliz año nuevo por WhatsApp

La Policía pasa diario por la calle donde vive Estela con Karen, se parquearon en diciembre eventualmente de dos a tres veces por semana, también dos paramilitares pasan por la cuadra cuando no lo hace la Policía.

Karen continúa contando lo sucedido el 31 de diciembre de 2020.

Karen: «Es jueves 31, último día del año, temprano pude hacer algunas compras en el mercado para traer a la casa y más tarde hacer una comida para mi mamá, mi esposo y mi niño, aunque creo que estaremos solas, mi esposo se llevará el niño a otro lado, porque aquí es peligroso, ya nadie de la familia ni los amigos nos visitan.

Ya es de noche, las patrullas pasaron, aunque no se quedaron enfrente, en cualquier momento regresan, nunca se sabe. Vamos a comer temprano para luego tratar de descansar, es mejor cerrar las ventanas para no verlos.

Me han entrado varios mensajes al WhatsApp, son saludos de algunos familiares, preguntando de mi mamá, otros con mensajes de voz, deseándonos un feliz año nuevo, por temor nadie nos visita debido a la presencia de la policía, la gente ya no viene a mi casa, porque cuando venían la policía les tomaba fotos, se miraba que anotaban en el celular y cuando salían les pedían identificación y los amenazaban, así nos corrieron a las visitas.

En otros años la pasamos todos juntos con Edward y con otros familiares que venían a vernos, siempre hacíamos una cena de despedida de año con algo de música, a veces hasta con marimba, aun con los problemas que uno pueda tener siempre estas fechas eran alegres, pero ahora es distinto.

Todos sus hijos encarcelados

En un barrio de Managua (por seguridad omitimos el nombre) vive la señora Claudia Arana Garay, quien tiene algo en común con doña Estela Rodríguez y Karen Lacayo. Es otra madre de tres jóvenes presos políticos, e igual que la familia Monimboseña, sufre de hostigamiento policial constantemente.

Claudia es madre soltera, sobrevive trabajando de lavado y planchado, también vende ropa cuando puede para conseguir más dinero, debido a que sus hijos Ángel Sebastián (18 años), Richard de Jesús (20) y Adrián Alexander (23 años), de apellidos Martínez Arana están en la cárcel. Los tres estuvieron presos en 2018 por participar en las protestas, fueron liberados en 2019 y recapturados en 2020. Llevan 11 meses de cárcel.

Claudia Arana con sus tres hijos

Esta madre cuenta que el asedio policial es poco en comparación a otras mujeres, porque a ella sólo la llegan a vigilar en ocasiones cuando ven más de tres personas, ya sean amigas o familiares que la visitan, contrario a otras madres de presos políticos que le han comentado que casi a diario las asedian.

9 de diciembre. Sobreviviendo al Covid-19

Claudia: “Me siento muy enferma, con tos seca, calentura y gripe, tengo todos los síntomas del Covid-19, pero no puedo ir al hospital, la Policía me vigila desde que detuvieron a mis hijos, pero Dios es grande y me ayudara por mis hijos, porque ellos no tienen a nadie más que a mí. Desde que se los llevaron vivo enferma, he perdido más de diez libras, ahora sufro mucho, porque verme en mi casa sola sin mis hijos, me ha hecho bastante daño a mi salud física y mental, porque casi a diario los lloro.

Gracias a Dios hoy no vi a la Policía rondando, pude ir donde mi madre, ella cómo puede me ayuda, me consiguió un medicamento y unos remedios caseros, también me dio comida para traer a mi casa, ojala no le haya pasado el virus.

Ya es de tarde, me dio un poco de calentura y un ataque de tos, pero Dios es grande y me voy a curar.

Mejor llamo al número que me dieron de un médico que atiende por celular y orienta a los pacientes con Covid. Le mandaré un audio, tal vez me responde, para ver qué me dice del medicamento.

Doctor disculpe que le mande este mensaje, pero me siento un poco cansada y tengo tos, creo que es Covid-19, mi mamá me dio unas azitromicinas, me las estoy tomando, pero, ¿qué más debo hacer?

El médico me contestó: lo primero que debe hacer es tratar de no salir, no se exponga, le recetaré algunas medicinas que debe mandar a comprar y por favor no se automedique. Le voy hacer unas preguntas…”

Claudia Arana

24 de diciembre. Regalo para las nietas

Claudia: “Ya me siento mejor, creo que gracia a Dios, el virus no me dio muy fuerte. Con las orientaciones del médico y los remedios caseros que me dio mi mamá, me siento recuperada, creo que la fuerza de seguir viva me la dan mis hijos a los que quiero ver libres algún día no muy lejano, y gracias a Dios no le pasé el virus a mi mamá y espero no habérselo pasado a otras personas. 

Aunque es jueves 24, para mí es un día normal, como cualquier otro, hoy fui a lavar y planchar a una casa, porque me he sentido mejor. Creo que el Covid no se me desarrolló con fuerza, gracias a Dios. Hoy me pagaron también otros dos días de la semana pasada que vine medio enferma, con esos tres días ya son 600 córdobas. No sé por qué hoy que me pagaron, me acorde del papá de mis hijos que no lo veo hace tiempo.

El papá de mis hijos se fue con otra mujer desde hace más de 5 años, cuando todavía ellos estaban adolescentes. El ya hizo su vida, cada quien por su lado, ni los ve, ni los oye, ni le interesa, porque no me llama, nunca ha ido a la cárcel a verlos y pues tampoco yo me humillo a buscarlo o llamarlo y decirle lo que está pasando. Mis hijos tampoco me preguntan por él, cuando los visito ellos me dicen que yo soy madre y padre a la vez.

Pero no quiero que mis tres nietas piensen eso de su padre, mi hijo no les ha podido dar lo que necesitan por estar preso. Iré al mercado mañana y les compraré un cariñito a las niñas en nombre de mi hijo Adrián, para irlas a ver mañana, de seguro las niñas esperan hoy su regalo, pero me siento cansada y hay mucho tráfico y peligro hoy en las calles, mejor mañana.

Yo busco cómo ayudarles a mis nietas ahí en lo que puedo, de los 200 córdobas que gano al día que me buscan para lavar y planchar, más lo que a veces me ayudan para mi hijo, entre veces yo agarro y les llevo a las niñas, porque también ellas necesitan.

Las niñas están solas con su madre. (206 córdobas al día es el salario mínimo para el sector servicio en Nicaragua, para un total al mes de 6 mil 189 córdobas, aunque la canasta básica con 53 productos cuesta 15 mil córdobas según el Banco Central)

31 de diciembre, la pesadilla continúa

Claudia: Es el último día del año y la pesadilla sigue. No tengo nada que celebrar, me faltan mis hijos en la casa, ellos me dan la alegría necesaria. Es un gran sufrimiento no tenerlos libres y celebrando conmigo en estas fechas, tengo algo para hacer la cena de despedida de año, pero de que me sirve sola para mí, no tengo ánimos de hacer nada de comida por hoy. Y la visita me toca hasta la otra semana.

Ya son las 6 de la tarde y para colmo las patrullas de la Policía pasan rondando mi casa. La gente me dice que es por mis hijos, porque quieren tenerme controlada, no entiendo qué buscan ya los tienen presos a los tres, qué más quieren.

El otro día les reclamé y un policía me dijo que ellos llegan donde les da la gana, porque ese es su trabajo, pero una cosa es patrullar y otra es asediar, porque se les nota que lo hacen para provocarme, además aquí no hay ningún peligro, no deberían estar aquí, deberían andar detrás de los ladrones en los buses o adentro de los barrios donde hay borrachos, cerca de las cantinas.

Hoy es uno de esos días en que ando desanimada, menos mal que mi mamá me ayuda, me da mi comida, hoy me regaló para llevarle algo a mis hijos cuando vaya a la visita, porque no tenía, entonces ella me dio ahí unas cositas que llevarles. Yo sólo tengo un hermano que me apoya a veces.

Ya son las nueve de la noche, una cena de despedida de año y solita no tiene sentido, comeré temprano y cerraré mis puertas, dice la vecina que ya vio pasar de nuevo a las patrullas, ni modo, no puedo hacer nada. Es una pesadilla de nunca acabar.

En otros años este día para mí era muy alegre, me reunía con mis tres hijos, mi nuera y mis tres nietas a despedir el año viejo y a celebrar el nuevo. Esta vez no hay nada de eso.

*Esta es una alianza periodística que documenta el asedio a las casas de las madres desde diciembre pasado

21/NR/FR/DQ/LGL

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