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Locas, malas y egoístas, segunda y última parte

Por Argentina Casanova Mendoza
CIMACFoto: César Martínez López

La abnegación, el sacrificio y la resignación, son los sentimientos que distinguen el ideal de una mujer buena -entre otras características-, modelo construido desde el patriarcado; pero son también las causas de los problemas que las mujeres afrontan y el origen en muchas ocasiones de la explotación amorosa que hombres, familiares, amigos, amantes o conocidos, ejercen en sus vidas.

Sobran ejemplos de en qué problemas y situaciones graves llegan a estar las mujeres por el sacrificio del amor, por la abnegación de dar todo lo que tienen y quedarse sin nada para ellas mismas hasta perder sus propias pertenencias, mujeres que se resignan y aceptan que no pueden cambiar su situación, ese aprendizaje del sistema social para domesticar los espíritus de las mujeres y que parece basado en las creencias de fe, sigue vigente en la vida de muchas mujeres creyentes o no.

Aunque parecen distintos, en realidad todos esos “sentimientos” en los que las niñas somos educadas, a compartir con el hermano, resignarnos sobre el lugar social que ocupamos, y me atrevería a describir la abnegación como ese sentimiento de anteponer la necesidad del otro a la propia, a justificar la necesidad del otro para desplazar a otras. Como la mujer que deja sin comida buena a las niñas para dárselo a los hijos varones.

Tenemos qué revisar cuándo transitamos de un feminismo que tenía claridad sobre los espacios para las mujeres, por las mujeres, de las asambleas feministas en las que teníamos certeza de que era y son espacios para mujeres y que las demás expresiones tenían la libertad de construir sus propios espacios y reflexionar sobre ellos, siempre hubo espacios de izquierdistas, derechistas, de sindicalistas, de abogados, contadores, médicos… hombres.

No significaba dejar afuera a nadie, ellos tienen y tuvieron sus espacios siempre, simplemente teníamos conciencia de que necesitábamos inventarnos espacios para estar a solas nosotras con nosotras, como lo fue por mucho tiempo el espacio de la cocina para las mujeres en casa, ahí donde se conversaba y se hablaba de los problemas de las mujeres en la familia, se resolvían las situaciones por las que se estaba atravesando y se atrevían las mujeres a contar lo que pasaba entre las cuatro paredes de sus casas a otras mujeres.

Sabemos y estamos conscientes de que muchas veces las mujeres dejamos de hablar si hay hombres presentes, y que no sólo pasa eso, sino que también ellos desplazan la voz, ellos ocupan el tiempo para oírse a sí mismos. Quizá tengo claridad de esto último porque hace una década empecé a estudiar el fenómeno a partir de la reflexión que Victoria Ocampo en su publicación “La mujer y su expresión” (1936), hizo hace más de 100 años con su famosa reflexión de “no me interrumpas”.

Hoy pareciera que no es el hombre diciéndole a la mujer “no me interrumpas”, sino es otra mujer diciéndole a las mujeres “silencio, no lo interrumpas”, o incluso pidiendo el turno para darle la voz a ellos, porque “no estamos bien, no estamos completas si no los escuchamos a ellos”.

Y es esa parte la que necesitamos revisarnos, cuando pensamos que “no estamos completas” si ellos.

Quizá necesitamos abrir más espacios de reflexión y conversa en los que revisemos los textos básicos feministas para saber y tener presente cómo y porqué se vuelve necesario empezar a visibilizar y a hablar de las mujeres, a que nosotras nos cuestionemos ese papel heredado de abnegadas, sumidas, sacrificadas y resignadas frente a lo inevitable y elijamos ese camino de ser llamadas locas, malas y egoístas porque no queremos compartir nuestros espacios.

Hace poco leí una frase que dice: “si el feminismo no es radical, son relaciones públicas”, y está bien -para ellas- para las que consideran que de eso se trata su posición política, pero no podemos perder de vista que nombrarnos feministas implica cuestionarnos cada día si estamos tomando decisiones o acciones que nos colocan justo donde el patriarcado ha querido colocarnos.

Esto es, como promotoras, defensoras y abogadas de las causas de ellos, sacrificando las causas de las mujeres, desplazando a otras mujeres, otorgándoles los espacios a ellos, ser extremadamente duras y críticas con otras mujeres que tienen que probar que son buenas todo el tiempo, porque eso significa que no hemos sabido construir un mundo para nosotras.

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21/ACM/LGL

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