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La pornografía no es pasatiempo

Por Lucía Lagunes Huerta

La pornografía está tan normalizada como “pasatiempo masculino” que cuando una la cuestiona públicamente, se ponen las caras largas, los silencios incómodos y los hombres rápidamente cambian el tema o lo dan por concluido, como si fuera un comentario de mal gusto.

Será que ellos son consumidores de pornografía y cuando sale a la luz el tema cuestionando el consumo se sienten aludidos y por ello le dan la vuelta al tema, puede ser.

Lo cierto es que, ante la normalización, el incremento del consumo y los silencios, la industria de la pornografía crece y obtiene ganancias millonarias, llegando cada vez a más y más hombres en todo el mundo, incluso niños de entre ocho y nueve años de edad, según revelan estudios.

La gravedad de esta masificación es que va construyendo subjetividades masculinas misóginas y violentas, que se basan en la cosificación de las mujeres para el placer de los hombres.

Imaginen qué idea se construyen los niños sobre su subjetividad masculina, su sexualidad y su relación con las mujeres, si se educan en la pornografía.

Romper el silencio y poner en cuestionamiento el consumo de pornografía en los adolescentes es una de las intenciones que guarda la campaña española “Chicas Nuevas” de @Lozanomabel, quien además tiene un documental sobre la explotación sexual de las mujeres.

En un minuto y 33 segundos, pone planteamientos nodales sobre los efectos nocivos de la pornografía, la normalización de la violencia contra las mujeres, la deshumanización de estas y la cosificación de las mujeres como objetos de consumo para el placer masculino.

Por el otro lado, plantea la trampa que genera en las mujeres jóvenes, adolescentes principalmente, que son enganchadas por la industria pornográfica a través de las diversas plataformas que compran videos sexuales de ellas como si ello no tuviera riesgos para sí mismas y a la par las va educando, adiestrando, en que su cuerpo es mercancía vendible.

La expansión de la pornografía en el Internet es brutal y se estima que existen 500 millones de páginas web que poseen contenido pornográfico, crecimiento que se ha dado por la inacción de los gobiernos del mundo y por supuesto de las plataformas digitales.

Nuestro país, México, ocupa el primer lugar en difusión de pornografía infantil a través de Internet. Desde los años noventa, la entonces relatora sobre pornografía infantil, Ofelia Calcetos-Santos, advirtió a las autoridades mexicanas lo que estaba ocurriendo con las niñas, especialmente aquellas en situación de calle, quienes eran chantajeadas por hombres adultos para dejarse tocar a cambio de dinero. El informe que entregó al Estado mexicano entonces se quedó guardado en un cajón.

La fuerza de esta industria es tal, que en plena pandemia vio un crecimiento exponencial; investigaciones señalan que en este lapso una sola página porno registro 42 mil millones de visitas en todo el planeta, lo que nos confirma precisamente este consumo pornográfico normalizado socialmente.

Esta industria educa a los hombres a concebir a las mujeres como objetos de consumo para su placer, y educa en la crueldad hacia las mujeres, pues se incluye la tortura a las mujeres, violaciones individuales y tumultuariamente e incluso asesinatos, bajo la falsedad del erotismo.

La web Geoviolencia Sexual ha referenciado la “pornografía violenta” y la violencia sexual contra las mujeres en la vida cotidiana de España, donde ha registrado 274 violaciones múltiples entre 2016 y 2021, periodo en que las violaciones tumultuarias que muestra la industria del porno ha crecido.

De acuerdo al informe (Des)información sexual: pornografía y adolescencia publicado por Save the Children en España, casi el 10 por ciento de los menores ha accedido a pornografía antes de los 10 años, y el 53.8 por ciento lo ha hecho antes de los 13 años. Y nos preguntamos por qué los hombres son más violentos y sádicos contra las mujeres.

Es tal la facilidad de acceder a estos contenidos que incluso sin buscarlo los niños pueden llegar a estos sitios por los videojuegos o plataformas que usan.

La pornografía inicia desde las mujeres en bikini o semidesnudas publicadas en los periódicos de sucesos donde el crimen y la cosificación del cuerpo femenino son parte de las primeras planas, donde las frases que utilizan ocultan la perversidad de esta combinación.

A esta cosificación se suma la propiedad de las mujeres, pues al ser objetos y no humanas, se construye la pertenencia a los hombres, para empezar a los de la familia en la cual nacemos y después, a los hombres en general. Por ello los padres, hermanos, tíos, abuelos, novios, maridos, amigos, compañeros de trabajo, etcétera, se sienten con el derecho de violar a las mujeres porque son objetos para su placer.

Es urgente cortar de tajo este aprendizaje sustentado por la pornografía y el primer paso es dejar de consumirla y sancionar su consumo, no solo penal, sino socialmente, que deje de ser el “pasatiempo masculino” para convertirse en el rechazo masculino de la cosificación femenina.

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