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Dejar a una familia para cuidar de otra: así funcionan las redes de cuidadoras en México

Por Diana Hernández Gómez
Fotografía: Pexels

Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en México hay cerca de 2.1 millones de mujeres que se dedican al trabajo doméstico. En otras palabras, son mujeres que se dedican al cuidado del hogar y también de quienes habitan en él. Sin embargo, muchas veces esto implica dejar de lado a la familia propia para cuidar de otra. Y así es como se forman las redes de cuidadoras.

Este 2022, el Comité de Oxford para Aliviar la Hambruna (Oxfam, por su acrónimo en inglés) de México presentó un estudio titulado Sostener la vida: las redes de cuidados en México. En él participaron 34 personas de diferentes regiones de la República Mexicana: Oaxaca, Puebla y la Ciudad de México.

Dichas entrevistas —en las que participaron tanto mujeres como hombres y servidores públicos— evidenciaron, en primer lugar, algo que es un secreto a voces: en México, las mujeres son las principales responsables de las labores de cuidado.

Pero, además de eso, esta división sexual del trabajo acarrea otros factores. Y es que muchas de las cuidadoras (sobre todo aquellas que cuidan de otras por una remuneración) tienen que dejar a sus propias familias para dedicarse a los trabajos domésticos en hogares ajenos al suyo. 

Es en ese momento cuando otras mujeres —casi siempre madres, suegras, hermanas o hijas— pasan a hacerse cargo de esas familias. No importa si hay hombres o no: siempre son ellas quienes asumen los cuidados de quienes quedan “desprotegidos” ante la ausencia de su cuidadora.

Las redes de cuidadoras tienen su raíz en la desigualdad social

De acuerdo con el estudio de Oxfam, una de las raíces de las redes de cuidadoras está en la desigualdad social. En este sentido, no es casualidad que muchas de las trabajadoras domésticas en los entornos urbanos sean originarias de comunidades rurales con altos índices de pobreza.

Estas mujeres son contratadas por otras que tienen un trabajo remunerado no relacionado con las labores de cuidados. Y, por lo general, las contratistas tienen mejores oportunidades de movilidad social y un mayor nivel económico. Sin embargo, esto las deja sin tiempo para hacerse cargo del cuidado de su casa y de su familia. Además, sus parejas hombres rara vez suelen desempeñar dichas tareas por los roles patriarcales establecidos socialmente.

Otro sector favorecido por el trabajo de las mujeres cuidadoras son las personas adultas mayores que cuentan con recursos suficientes para contratar a personas con un menor nivel económico. Fotografía: Pexels.

Así, mientras las trabajadoras contratadas suplen estas ausencias, otras mujeres tienen que ocupar su lugar en sus comunidades de origen. En este ámbito, el estudio de Oxfam pone en relieve algo muy importante: el hecho de que, la mayoría de las veces, ese “relevo” se da de abajo para arriba en la escala generacional. 

Es decir: las hijas son quienes salen a trabajar y son sus madres o sus suegras quienes asumen el cuidado de los nietos, los esposo y el hogar en general. Esto, pese a que por su edad, estas mujeres pueden tener dolores físicos o enfermedades como diabetes, hipertensión y otro tipo de discapacidades. También, pese a que ellas mismas deben desempeñar el rol de cuidadoras en sus propios hogares.

Por otro lado, cuando el “relevo” se da en sentido inverso y la madre relega el cuidado a las hijas, estas últimas apenas tienen tiempo para hacer otras cosas como estudiar o tener un trabajo más allá de las tareas domésticas. Así, su movilidad social y sus oportunidades económicas se ven limitadas por asumir el rol de cuidadoras de manera casi obligada.

¿Y los hombres?

De acuerdo con el Índice Global de la Brecha de Género 2022, las mujeres dedican cerca del 55 por ciento de su tiempo al cuidado de sus hijos y del hogar en general. Los hombres, por su parte, únicamente invierten el 15 por ciento de su tiempo en estas labores. 

Según el estudio de Oxfam, el hecho de que haya un hombre en casa no siempre alivia la carga de las mujeres. De hecho, diversas entrevistas hechas por el Comité demuestran justo lo contrario: el que haya un hombre en casa implica más tareas, incluso cuando ellos quieren “ayudar” porque no saben cómo hacerlo.

Las únicas circunstancias bajo las que los hombres se hacen cargo de los cuidados del hogar es cuando no hay una mujer —madre, pareja o hija— que lo haga. De hecho, de acuerdo con Oxfam, el hecho de que no haya una mujer presente en casa puede representar un gasto extra para los hombres. Esto se debe a que gran parte de ellos prefieren contratar a una empleada del hogar para cubrir esa ausencia.

Así, los hombres pueden seguir participando activamente en el mercado laboral. De esta manera, la subordinación de las mujeres al ámbito doméstico termina beneficiando a otras personas antes que a ellas mismas.

Malas condiciones laborales y un Estado ausente: la constante del trabajo doméstico

La explotación de las mujeres en el ámbito de los cuidados representa, siempre, un beneficio para quienes contratan o reciben sus servicios. Pero dichos beneficios se extienden incluso al ámbito público. 

Y es que el deslindarse de las tareas domésticas permite que muchos hombres y mujeres puedan participar en el mercado laboral con grandes empresas e instituciones públicas o privadas. De esta forma, el trabajo doméstico contribuye a la acumulación de riqueza pese a que quienes lo ejercen lo hacen, frecuentemente, en condiciones precarias. 

Según la Organización de las Naciones Unidas, el 97 por ciento de las trabajadoras del hogar no cuentan con algún tipo de protección de derechos en el ámbito laboral. Por otro lado, el Reporte Global 2020 de Trata de Personas indica que el tráfico de niñas y mujeres para obligarlas a realizar trabajos domésticos es cada vez más frecuente en lugares como Centroamérica. A estos abusos se suma la ausencia del Estado para apoyar a quienes dedican su vida a cuidar de sus propias familias.

La subordinación de las mujeres al hogar también tiene que ver con una educación patriarcal que marca los roles de género desde muy cortas edades. Fotografía: Pixabay.

En México, por ejemplo, existen guarderías públicas o programas de apoyo económico para madres solteras. Sin embargo, las guarderías exigen requisitos como la derechohabiencia a sistemas de salud públicos. Por su parte, los programas de apoyo económico suelen otorgar montos que no son suficientes para cubrir las necesidades del hogar. 

Esto obliga a las mujeres a recurrir a otros trabajos para complementar sus ingresos; de esta forma se someten a una doble jornada laboral: la que viven en casa y la que experimentan en el trabajo fuera de ella.

Todo lo anterior hace que el nivel de vida de las cuidadoras se vea vulnerado por jornadas extenuantes. En este contexto, la ausencia de responsabilidad de los hombres y el cuidado de personas con discapacidad son factores que suman a un cansancio inagotable, un cansancio que sólo se atiende cuando otra mujer de la red entra en juego. Y así, esta red de cuidados sigue extendiéndose mientras la sociedad patriarcal no permite su extinción.

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