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¡Aborto legal, libre y sin estigmas!

Por Argentina Casanova Mendoza

QUINTO PODER

Las mujeres nos volvemos activistas y defensoras por empatía, por convicción, pero también a partir de las experiencias vividas, del aprendizaje en la vida misma sobre las restricciones a los derechos humanos de las mujeres y sus consecuencias en nuestra vida, la de nuestras hermanas y amigas, con quienes compartimos la experiencia de socializarnos desde nuestras infancias en un sistema patriarcal en el que somos disminuidas y desvalorizadas al grado de que las guardianas del patriarcado, mujeres y hombres, nos condenan si nos atrevemos a romper los silencios y a querer ser protagonistas y conscientes de nuestros cuerpos.

Este 28 de septiembre en el mundo se conmemora el “Día de Acción Global por un Aborto legal y seguro”, y todavía hay posiciones encontradas guiadas por la moral y las creencias personales que pretenden imponerse en el cuerpo de otras mujeres. El último y más importante reducto de los territorios dominados por el patriarcado es el cuerpo de las mujeres, botín médico, comercial y hasta ideológico del sistema patriarcal que toma decisiones sobre la vida de las mujeres en lo concreto para influir en la percepción que las mismas mujeres tienen sobre el ser mujer.

Pero, para nosotras, la empatía o no con el aborto nos llega de las ancestras que lo vivieron con suma restricción, de las madres, de la abuela, de la tía o de nosotras mismas que, desde nuestro propio saber y sentir en nuestros cuerpos cómo se vive un aborto adoptamos una posición pública.

En mis años de acompañante de abortos, más facilitadora de información, me tocó dar información y datos sobre cómo acceder a mujeres que tenían que trasladarse a la Ciudad de México para poder interrumpir sin miedo a perder la vida, entre ellas había mujeres católicas, cristianas, ateas, jóvenes, adultas, solteras y casadas, con hijos o sin hijos, a todas les brindé el apoyo que tenía a mi alcance, hicimos redes con otras valientes amigas que las recibían en su casa en la capital del país, hicimos lo que podíamos con lo que se tenía con tal de no dejarlas solas.

En este tiempo he sabido y leído sobre cómo continuaron sus vidas y posteriormente eligieron la maternidad en el mejor momento que encontraron para ello, son madres, profesionistas, o son mujeres adultas que decidieron pensando en su propia integridad, la del producto o en la vida de los hijos que ya tenían. 

Los acompañamientos los empecé hace más de 19 años, justo después de vivir una experiencia de aborto “espontáneo”, y lo entrecomillo así porque la realidad es que el diagnóstico médico-ginecológico lo anticipó al menos 3 días antes y para mi sorpresa la intervención no podía hacerse a pesar de tener conocimiento. La médica me explicó que ella no podía “instruir” un legrado hasta que presentara el sangrado “natural”, debido a que las leyes restringen la acción anticipada por considerarlo como “causar”.

Recuerdo que estaba entonces en “espera” de vivir el sangrado que yo sabía sería doloroso, y así lo fue; estaba en el trabajo cuando empecé a sangrar en forma abundante y conforme a la indicación de la médica, en ese momento tuve que ir a su consultorio, así como estaba incluso poniendo un cartón en el asiento del auto para no mojarlo, y solicitarle la hoja de autorización para mi ingreso al hospital.

La experiencia me bastó para asumir una posición clara y contundente sobre la urgencia de garantizar el aborto sin estigma ni criminalización para las mujeres, y creo que es inaudito que una mujer tenga que vivir eso porque todo un sistema social opera en su contra “restringiendo y criminalizando” y que acceder a la atención solo puede darse con la autorización de un médico/a que valida que efectivamente es un proceso “espontáneo”, o sea sin importar nada, se parte de la duda y la desconfianza de la palabra de una mujer y se le condiciona  a que alguien más esté en facultades de validar y afirmar lo que su cuerpo está viviendo.

Eso me pareció terrible, es inaudito que una mujer tenga que vivir la experiencia desde el estigma y la criminalización porque todos pueden dudar de ella, tienen el derecho de hacerlo y sea o no una interrupción voluntaria (con causales de por medio) o espontánea, lo que opera primero es un dispositivo violento de estigma y criminalización para hacerle saber y sentir que, todos pueden decidir y opinar sobre lo que su cuerpo está viviendo.

Todo lo que vivimos desde que somos niñas en esta sociedad es que rechacemos o neguemos nuestros cuerpos cuando no es para complacer o ponerlo al servicio del sistema patriarcal, no podemos tocar nuestra vulva, no debemos hacer saber a nadie que sangramos, tenemos que avergonzarnos si nuestra ropa se mancha, lavar y modificar el olor de nuestro cuerpo.

Nuestro cuerpo, frente al que el patriarcado misógino y violento siempre ha tenido una expresión para las “rajadas”, y no escapamos -lo intentamos- de esa violencia discursiva que se propaga a la medicina moderna que nos dice que sí y qué no puede dolor, qué es o qué no es importante en nuestras vidas desde nuestra genitalidad.

El aborto es y será una agenda de los derechos de las mujeres y de otras mujeres que prefieren mirarse o nombrarse de otras formas, cuerpos de mujeres que menstruan, sangran, gestan y abortan, cuerpos que habitamos y desde los cuales vivimos la discriminación violenta y misógina de que otros puedan nombrar como quieran, menos nosotras. 

El aborto es sin duda la columna vertebral del feminismo, porque, aunque está presente en la vida de las mujeres desde todos los tiempos y nos acompañará en cualquier lugar donde estemos en el futuro, hasta hoy no ha dejado de ser estigmatizado y controlado por el “otro”, nuestro cuerpo es el primer y último reducto de la autonomía de las mujeres. No es casual, cualquier intento por diluir la conciencia de ese territorio está profundamente arraigado en la más rancia y conservadora misoginia.

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