Desazón

Por Lucía Melgar Palacios

Quien haya salido a carretera o paseado por su ciudad o pueblo en los últimos meses sin duda se ha topado con carteles y pintas que, en espectaculares y bardas, reproducen pruebas fehacientes del lamentable estado de la política nacional. 

Ante la repetición de palabras huecas que acompañan los rostros de aspirantes por demás conocidos y poco atractivos a la candidatura presidencial del partido oficial, surge un sensación de incomodidad, impotencia y hasta malestar físico. Nos invade la desazón.

Esa vaga inquietud que provoca la intromisión de la politiquería hasta la esquina más recóndita y a lo largo de un muro ruinoso nos indica que algo no cuadra con la condición del país ni con las expectativas de la ciudadanía – o  aquélla con que nos identificamos – frente al poder político y  los gobernantes en turno.  

Hay un desfase, sentimos, entre lo que podemos leer o escuchar en los medios, lo que vivimos en nuestro barrio o alcaldía, lo que sabemos (poco o mucho) de nuestra realidad (por no mencionar “la” realidad del mundo) y lo que saben, viven, quieren o esperan quienes gobiernan y pretenden gobernar este país. 

Por más que nos hayan acostumbrado al derroche, a la basura electoral y al discurso hueco las campañas anteriores, desde los años 70 hasta 2021, se impone una vez más la pregunta: “¿En qué país vive esta gente?” A la que siguen otras, ya recurrentes, repetidas en estos días por analistas y ciudadanas comunes: ¿De qué”austeridad” habla un gobierno que ha permitido que, pisoteando la ley, al menos tres pre-precandidatos se hayan promovido por todo el país con dineros salidos de quién sabe dónde?  

¿Cómo se han agenciado el canciller, la jefa de gobierno y el secretario de gobernación (sic con minúsculas) fondos suficientes para pagar espectaculares, bardas, camisetas y gorras, carteles para coches y autobuses, y el trabajo de miles de “voluntarios” encargados de diseñar, pintar y distribuir todos esos mensajes? Tan “espontáneas” campañas han ido acompañadas, además, de “conferencias” y “presentaciones de libros”, exentas unas y otras de autocrítica, ese ejercicio tan básico que desconocen tanto el partido en el poder como la “oposición”, sin olvidar las campañas publicitarias paralelas en  redes sociales, que no ensucian el paisaje pero también cuestan.

Más allá de rendir cuentas de esos dineros, las ilustres personas que se han autopromovido ilegalmente para que El Partido los tomara en cuenta deberían explicarnos cómo pretenden que les creamos que, de “ser elegidos por la voluntad del pueblo” afiliado a Morena, van a respetar las leyes y a a asumir con seriedad su responsabilidad como  candidato/a, si no lo han hecho hasta ahora.  

Ahora que  El Partido ha formailizado la ilegalidad – violando los lineamientos de la Ley Electoral – los ahora cinco pre-candidatos y una o dos pre-candidatas a la aclamación oficial para competir por la Presidencia deberían preguntarse para qué y cómo quieren gobernar esta República. 

¿Acaso no hay graves problemas de qué ocuparse en este país y en nuestras relaciones con el mundo y el medio ambiente? ¿Acaso les bastará con ganar la candidatura oficial, por su popularidad o su cercanía con el supremo elector, para ser candidato o candidata confiable a la presidencia? ¿Cuánto tiempo más seguirán creyendo en sus “otros datos”?  Y si no creen en esa realidad alterna, ¿osarán decirlo?

La nimiedad de las pre-precampañas de la y los candidatos oficiales punteros da cuenta de la mediocridad del pensamiento político de quienes se pretenden dignos aspirantes a la Presidencia, incluyendo ahora a los tres nuevos pretendientes a favor de las “fuerzas vivas” de su partido. 

La irresponsabilidad de abandonar sus cargos (por mal que hicieran su trabajo) y de aceptar una campaña que tramposamente se salta la legislación electoral, confirma la impresión de que el curso del país no les importa. 

Poco puede esperarse de quienes se han subordinado a la voluntad presidencial con tal de tener unos meses de aplauso morenista.

Lo más inquietante es que entre la oposición tampoco abundan diagnósticos certeros, propuestas constructivas,  o  autocrítica.  A unos y otros sólo parece interesarles conservar sus feudos, a costa del presente y el futuro del país.  

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