“Sigilo”. Esa es la traducción al español para una forma de violencia contra las mujeres que se ha normalizado entre los agresores: el stealthing. Llevada a cabo bajo una violenta discreción, esta práctica pone en riesgo la salud sexual y reproductiva de las mujeres. Y pese a que en México ha habido diversos intentos de reformas para sancionar este acto de violencia sexual, las mexicanas aún estamos desprotegidas ante la ley en este tema.
El stealthing consiste en que, cuando un hombre y una mujer están manteniendo relaciones sexuales con el uso de un condón, el varón se retire el preservativo sin informar a la mujer al respecto (es decir, sin tener su consentimiento para hacerlo). En México no hay cifras sobre esta violencia, pero sí hay experiencias personales de cientos de mujeres entre las que se incluye la de quien redacta este texto.
“A mí también me ha pasado” es una de las frases que más escucho al compartir esa historia. Otras frases que se repiten, además, son las de los agresores que se excusan con cosas como “es que no se siente lo mismo”, “se me cayó el condón y no me di cuenta” y “cálmate, no pasa nada”. Pero claro que pasa y puede tener consecuencias irreversibles.
Tal como explica la especialista en Derecho Penal María Fernanda García, el stealthing representa una violación a la autonomía corporal de las mujeres. Esta autonomía dota a toda persona de la capacidad de decidir qué hacer y qué no con nuestros cuerpos, cómo cuidar de ellos e incluso cómo procurar su disfrute por medio de prácticas que nos hagan sentir seguras y tranquilas con nosotras mismas.
En el stealthing, esta autonomía se ve vulnerada desde un punto de vista patriarcal que cosifica los cuerpos de las mujeres y los reduce a objetos vacíos de subjetividad y dispuestos siempre a satisfacer los deseos masculinos.

Como señala Fernanda García en su artículo “Complejidades del “no es no”: un análisis del stealthing como fenómeno que afecta la autonomía sexual y el consentimiento personal”, los falsos argumentos que los agresores ofrecen en estos casos tienen que ver con una supuesta naturaleza masculina que debe satisfacerse. Es en nombre de esta presunta naturaleza violenta que se perpetran otras violencias como el feminicidio o las violaciones.
Una de las consecuencias de esto es la vulneración emocional de quienes sufren esta valencia, cuya dignidad también se ve afectada. En mi caso, recuerdo haberme sentido usada como una cosa que puedes tomar y manejar a tu antojo. Como si yo misma no fuera una persona sino algo que le pertenecía a alguien más. Y esta sensación empeoró cuando, al confrontar a mi entonces pareja sexual (Mario Basilio Pomposo, quien en aquel tiempo estudiaba Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM), él se molestó y me hizo sentir como si estuviera exagerando por una cuestión menor. Pero no es así.
Al respecto, García señala que el stealthing puede desembocar en embarazos no deseados o enfermedades e infecciones de transmisión sexual. En el primer caso las mujeres pueden someterse a una interrupción legal del embarazo; pero, ¿y si no tienen acceso a este servicio?, ¿se verán obligadas a crecer a un hijo o hija que no planearon? E incluso si pueden solicitar un aborto, éste también implica procesos físicos que pueden impactar emocionalmente en las mujeres. Por otro lado, en cuanto a las enfermedades de transmisión sexual, el coste de tratamientos médicos (si es que se tiene acceso a ellos) y la probabilidad de adquirir enfermedades incurables como el SIDA son solo una parte de los riesgos que vulneran la integridad física y la vida de las víctimas de stealthing.
Estas víctimas, por otro lado, se encuentran rodeadas de estereotipos de género que las responsabilizan por los actos de otros. En este sentido, María Fernanda García apunta que a muchas mujeres se les orilla a minimizar estos hechos porque “fue su culpa por no darse cuenta a tiempo” o, nuevamente, porque es “normal” que los hombres actúen de esa forma.
¿Qué se está haciendo para sancionar el stealthing en México?
En los últimos años, en nuestro país se han presentado diversas iniciativas para sancionar este tipo de violencia sexual. Las tres últimas propuestas fueron lanzadas en enero de 2021 y abril y agosto de 2022.
La primera de ellas fue lanzada por el diputado Juan Martín Espinoza Cárdenas de Movimiento Ciudadano, quien proponía entre 3 y 8 años de prisión para quien se retirara el condón durante una relación sexual sin consentimiento de su pareja. Sin embargo, esta sanción (que también incluía una multa de 80 días) aplicaría solo cuando el stealthing desembocara en una enfermedad de transmisión sexual para la víctima.
Por su parte, el senador Mario Zamora Gastélum hizo su propia propuesta para modificar el Código Penal Federal. Su proyecto de reforma nos permite echar un ojo a la complejidad legal alrededor del stealthing. Y es que, tal como expuso el senador en su proyecto de decreto, por un lado, especialistas como María Soledad Dawson y Alexandra Brodsky clasifican esta violencia como un tipo de violación debido a que no hay consentimiento por parte de la mujer para tener relaciones sexuales bajo las condiciones que el hombre impone.
Dawson agrega que, además, a algunas mujeres se les ha obligado a continuar con el acto sexual después de que se dieron cuenta de la falta de preservativo. Brodsky, por otro lado, habla de “violación adyacente” al tomar en cuenta las sensaciones de las víctimas de stealthing. Estas sensaciones se asemejan a las de haber sido violada y haber sufrido un grave daño a la dignidad personal.
No obstante, en su propuesta, Mario Zamora coloca esta práctica violenta dentro del abuso sexual. El artículo 260 de nuestro Código Penal Federal establece que “comete el delito de abuso sexual quien ejecute en una persona, sin su consentimiento, o la obligue a ejecutar para sí o en otra persona, actos sexuales sin el propósito de llegar a la cópula; por lo que se impone una pena de 6 a 10 años de prisión y hasta 200 días de multa”. Estos actos sexuales a los que refiere la ley pueden incluir el stealthing, el cual precisamente transgrede el consentimiento de las mujeres.
Esta misma argumentación fue retomada en agosto de 2022 por la diputada Ana Laura Valenzuela Sánchez, del Partido Acción Nacional, quien planteó una reforma muy similar a la de Zamora en la que abogaba por el reconocimiento del stealthing como un tipo de abuso sexual. No obstante, hasta ahora, ninguna de estas iniciativas ha sido votada o siquiera llevada al Pleno. Además, conforme la discusión avanza se abren otras preguntas como, por ejemplo, el tipo de pruebas que se requerirían en estos casos.
Las muestras de resistencia física no podrían entrar en el catálogo debido a que no es necesario que haya violencia física durante el stealthing ante lo sigiloso de esta acción. Entonces, ¿cómo actuarían las autoridades ante estos casos si sabemos que, incluso en otros más contundentes, las víctimas enfrentan mil barreras para que su testimonio sea acreditado?
Una discusión sobre el consentimiento
Finalmente, al hablar sobre stealthing es imposible dejar de lado el tema del consentimiento. María Fernanda García abre el debate sobre este punto y asegura que, para legislar sobre el tema —y también para hacerlo más visible—, es necesario que ampliemos nuestra idea sobre lo que significa este concepto y las implicaciones que tiene en nuestros cuerpos.
¿Cuántas veces hemos escuchado la frase “no es no”? En manifestaciones, foros y seminarios nos explican que siempre podemos decir que no ante algo que nos haga sentir inseguras o en riesgo. Y ese “no” puede presentarse en diferentes momentos aunque en un inicio nosotras hayamos dado nuestro consentimiento para algo previo.
En el caso del stealthing, quienes experimentamos esta violencia dijimos “sí” en un primer momento: sí a compartir nuestro cuerpo y nuestra intimidad sexual con alguien, pero bajo condiciones acordadas por ambas partes que incluyen el uso de un preservativo. Sin embargo, si en medio del acto sexual se rompe este acuerdo, con ello se rompe también el consentimiento establecido desde el inicio.
Ante esta situación, debemos recordar que nosotras tenemos derecho a decir “no” en cualquier momento de nuestras relaciones sexuales. No importa si primero accedimos y después nos arrepentimos. No importa si los hombres nos llenan con pretextos como “es que no se siente igual”: es nuestro cuerpo y nosotras decidimos por su salud y bienestar tanto físico como emocional.
Es urgente que este mensaje se entienda para que el stealthing deje de normalizarse. Porque no: nunca puede ser natural violar la autonomía de alguien solo por placer propio. Y si tú has estado en esta situación, recuerda siempre: no es tu culpa y no estás exagerando. No dejes que el sigilo de esta violencia te impida mirar la estructura patriarcal detrás de ella.