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La política de la mentira y sus peligros

Por Lucía Melgar Palacios

A un año de que termine el sexenio, es indudable que el engaño, la falacia y, en general, el discurso mentiroso han sido centrales en la estrategia comunicativa del titular del Ejecutivo y, con menos habilidad, de su gabinete.

Nos hemos acostumbrado tanto a la negación o minimización de los hechos y  a la descalificación del mensajero, que puede parecer irrelevante reiterarlo. La nueva “versión oficial” sobre las atrocidades cometidas en Iguala en 2014, los ataques al fiscal especial Gómez Trejo tras sus revelaciones en entrevista con John Gibler, la terca negativa presidencial a reconocer la gravedad de la violencia extrema y sus dañinos efectos en el país, rebasan, sin embargo, el grado mínimo de respeto y consideración hacia el dolor ajeno que merecen las víctimas.

La mentira y el engaño forman parte de la política, pero la sistemática manipulación de la realidad, a costa de la seguridad, la salud física y mental, la capacidad misma de actuar de las personas sobrevivientes de violencia y de la propia ciudadanía, daña la convivencia social y la democracia; pone en peligro el presente y el futuro. Los problemas que no se resuelven, se agravan; las expectativas frustradas se convierten en desesperanza; al trauma de la violencia se añade el de la negación de justicia; se agudizan  la impotencia y la rabia.

En su ensayo “Mentir en la política” (1972), Hannah Arendt abordaba la publicación de los Papeles del Pentágono, como un ejemplo de los peligros y límites de la construcción de una realidad alterna, de teorías y “escenarios” hipotéticos, a costa del análisis de los hechos en el terreno y del contexto histórico y social del sureste asiático, con el fin de manipular a la opinión pública y de “vender” al mundo una “buena imagen” de Estados Unidos.

Además de señalar cómo se tomaron decisiones desastrosas con base en hipótesis falsas y sesgos ideológicos, y como el afán de ocultar los errores contribuyó a una brutal escalada en Vietnam,  la autora de Crisis de la República advierte que el engaño puede llevar al autoengaño y a un encadenamiento de mentiras que puede obstaculizar la capacidad de actuar – de manera eficaz, con base en hechos comprobables. Considera también que la política de la mentira puede parecer, pero no es absoluta porque no pueden negarse todo el tiempo todos los hechos. Es decir, habría que destruir todos los indicios y documentos, y a todos los testigos, lo cual ni los regímenes totalitarios lograron.

Como contrapeso a esta tendencia, Arednt apunta a la independencia del Legislativo (suponiéndolo capaz de informarse) respecto del Ejecutivo y a la existencia de una “prensa libre y no corrupta” que informe a la sociedad de modo que ésta pueda conocer los hechos y cuestionar las versiones oficiales.

La libertad de información es en efecto para ella una “libertad política” fundamental para  la libertad de opinión, esencial para la vida democrática (como lo demostró el movimiento pacifista en EU).  En este mismo sentido, la integridad de al menos un funcionario (Ellsberg y Russo, en este caso), capaz de arriesgarse y hacer públicos informes clasificados como “secretos” contribuye también a la preservación de estos derechos y de la democracia.

 Aunque el recurso a la mentira y al engaño se ha sofisticado y espectacularizado desde entonces, se basa en las mismas premisas, enfrenta límites semejantes -aunque quizá menos evidentes- y representa peligros mayores en cuanto la supervivencia del mundo está en vilo.

Seguir negando en México los daños al medio ambiente, la corrupción gubernamental y su impacto social, la persistencia de la pobreza y las desigualdades, la exacerbación de la violencia extrema, con tal de preservar una fantasía ideológica de “bienestar” y “paz social”, pone en riesgo nuestra sostentabilidad ecológica, económica y humana. Por eso es imprescindible defender de ataques indignos a periodistas y sobrevivientes, a quienes buscan la verdad.

The politics of lies and its dangers

By Lucía Melgar Palacios

With one year to go before the end of the six-year term, there is no doubt that deceit, fallacy and, in general, lying discourse have been central to the communication strategy of the head of the Executive and even less skillfully, of his cabinet.

We have become so accustomed to the denial or minimization of the facts and the disqualification of the messenger that it may seem irrelevant to reiterate it. The new «official version» about the atrocities committed in Iguala in 2014, the attacks on special prosecutor Gómez Trejo after his revelations in an interview with John Gibler, the stubborn presidential refusal to acknowledge the seriousness of the extreme violence and its damaging effects on the country, exceed, however, the minimum degree of respect and consideration for the pain of others that the victims deserve.

Lies and deceit are part of politics, but the systematic manipulation of reality, at the expense of security, physical and mental health, the very capacity to act of the survivors of violence and of the citizens themselves, damages social coexistence and democracy; it endangers the present and the future. Problems that are not solved are aggravated; frustrated expectations become hopelessness; the trauma of violence is compounded by the denial of justice; impotence and rage are exacerbated.

In her essay «Lying in Politics» (1972), Hannah Arendt addressed the publication of the Pentagon Papers as an example of the dangers and limits of constructing an alternate reality, hypothetical theories and «scenarios» at the expense of analyzing the facts on the ground and the historical and social context of Southeast Asia in order to manipulate public opinion and «sell» a «good image» of the United States to the world.

In addition to pointing out how disastrous decisions were made based on false assumptions and ideological biases, and how the eagerness to hide mistakes contributed to a brutal escalation in Vietnam, the author of Crisis of the Republic warns that deception can lead to self-deception and a chain of lies that can hinder the ability to act – effectively, based on verifiable facts. He also considers that the policy of lying may appear to be, but it is not absolute because not all facts can be denied all the time. That is, all evidence and documents would have to be destroyed, as well as all witnesses, which even totalitarian regimes did not manage to do.

As a counterweight to this tendency, Arednt points to the independence of the legislature (assuming it is capable of informing itself) from the executive and to the existence of a «free and non-corrupt press» that informs society so that it can know the facts and question the official versions.

Freedom of information is in fact for her a «political freedom» fundamental to freedom of opinion, essential to democratic life (as demonstrated by the peace movement in the USA).  In the same sense, the integrity of at least one official (Ellsberg and Russo, in this case), capable of taking risks and making public reports classified as «secret» also contributes to the preservation of these rights and of democracy.

 Although the use of lies and deception has become more sophisticated and spectacularized since then, it is based on the same premises, faces similar limits – though perhaps less obvious – and represents greater dangers as the survival of the world is at stake.

To continue denying environmental damage, government corruption and its social impact, the persistence of poverty and inequality, and the exacerbation of extreme violence in Mexico, with the sole purpose of preserving an ideological fantasy of «wellbeing» and «social peace», puts our ecological, economic and human sustainability at risk. That is why it is essential to defend journalists and survivors, them being those who seek the truth, from unworthy attacks.

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