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Tiempos violentos y palabras peligrosas (ParteII)

Por Lucía Melgar Palacios

El estallido de violencia contra otro grupo, entre países, en un mismo país, o por parte de un grupo terrorista, a menudo si no siempre, va precedido y acompañado de discursos que configuran a los “otros” como enemigos amenazantes contra quienes se justifica la violencia.

Este “discurso peligroso”  forma parte de un tipo de discurso más amplio que estigmatiza al “otro”, por su pertenencia a un grupo étnico, racial, religioso, o de manera más amplia, por su género, orientación sexual, etc.: el “discurso de odio”.

Desde el atentado terrorista de Hamas contra civiles israelíes y el inicio de los ataques del gobierno de Israel contra la población civil de Gaza –para “destruir a Hamas”-, han resurgido o se han agravado expresiones peligrosas que incitan a la violencia y la justifican, así como crecientes manifestaciones de antisemitismo y anti-islamismo, formas de discurso de odio que en algunos países, ya han derivado en amenazas o agresiones directas, todos ellos signos de los tiempos oscuros que vivimos.

El racismo, el antisemitismo, el anti-islamismo, la homofobia y otras formas de discriminación no necesariamente incitan a la violencia pero pueden ser un caldo de cultivo para ésta en cuanto estigmatizan a personas o grupos y, en circunstancias propicias, pueden llevar a la agresión.

Constituyen expresiones de intolerancia que implica, entre otros, la contraposición de un “nosotros” cerrado contra “un otro”;  una “identidad propia” que, según el filósofo Jean-Luc Nancy, se vuelve peligrosa cuando se presenta como “autenticidad” y puede llevar a la idea de “raza pura”.  Lo que llamamos “discurso de odio” degrada a “otros”. Según Nancy, las expresiones de odio dañan a quien las recibe y a quien las expresa porque “quien odia pierde su dignidad pues se la niega al otro” (2013).

 Las definiciones de “discurso de odio” son variadas y amplias. En algunos países han llevado a limitar la libertad de expresión, en particular en países europeos como Alemania, en contraste con Estados Unidos, donde la tolerancia hacia expresiones racistas es extrema y se pueden, por ejemplo, exhibir y hasta vender insignias nazis.

En este contexto, el Dangerous Speech Project (basado en EU) distingue dentro de éste el “discurso peligroso” que, explica, no siempre inspira odio sino miedo y con frecuencia contiene falsedades.  Lo define como: “cualquier forma de expresión que pueda aumentar el riesgo de que su audiencia acepte o cometa actos de violencia contra otro grupo”, incita a la violencia, no necesariamente la causa, de ahí su peligro.  

En mi opinión, esta distinción es útil ya que permite caracterizar y entender la particularidad de los discursos que construyen a “otros” como enemigos peligrosos, inspiran miedo y favorecen y justifican la violencia. Esta construcción puede darse como un proceso de animalización o cosificación, denigración y deshumanización. De ahí que sean inadmisibles expresiones como la de los yihadistas que buscan la “destrucción de Israel”  desde una visión fundamentalista, o la del ministro de defensa israelí que caracterizó a los palestinos de Gaza como “animales humanos” que serían tratados como tales.

Distinguir entre discurso que incita a la violencia y discurso que expresa odio o desprecio, no implica que el “discurso de odio” no contenga en germen un desenlace violento. A los actos antisemitas y anti-islámicos que han aumentado en Estados Unidos, Francia, Rusia y otros países desde el 7 de octubre  antecede un aumento de actos racistas en Francia en 2022 (también contra gitanos, afrodescendientes y árabes) y en Estados Unidos desde el gobierno de Trump;  es un fenómeno enraizado en añejas formas de discriminación.

El estallido antisemita en el aeropuerto de Dagestan hace unas semanas saca a la luz tanto el antisemitismo que llevó antes a los pogroms contra las poblaciones judías de Rusia, como los discursos discriminatorios del gobierno de Putin (y el antisemitismo de los jerarcas de la iglesia ortodoxa rusa, como explica Jean Meyer- El Universal, 5 de noviembre). 

Éstos son solo breves ejemplos del peligro de tolerar las expresiones individuales y sociales que estigmatizan o desprecian a otros y, peor, los demonizan y deshumanizan, y de justificar  la manipulación discursiva de gobiernos, iglesias o grupos extremistas, que creen que la violencia los beneficia, a costa de poblaciones civiles inocentes, como sucedió en Israel o sucede ahora en Gaza.

El irresponsable término que califica las muertes de civiles como “daño colateral” no es discurso de odio pero responde a un profundo desprecio por la vida de quienes no forman parte del “nosotros”. 

En este ambiente tóxico es necesario recordar y afirmar cuantas veces sea necesario que ninguna vida humana vale más que otra.

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