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Un gobierno autoritario y oprobioso         

Por Edith González Cruz

Escrito por Lucía Melgar Palacios 

Un gobierno autoritario se empeña en acumular poder. Destruye las instituciones democráticas, los contrapesos, desde dentro. Nombra a personas sin criterio propio o que anteponen la lealtad al líder a su obligación de respetar la ley. Favorece rencillas internas que debilitan la autoridad de quienes deberán dirimir eventuales conflictos, a pocos meses de las elecciones. Intenta desacreditar  a quienes defienden la autonomía, la independencia, la sentencia justa.  Descalifica a quién osa preguntar: “¿Dónde está el Estado?” en medio de una crisis imparable de violencia y dolor.

Un gobierno autoritario impone sin consulta megaproyectos que despojan de tierra y agua a comunidades enteras. Hace oídos sordos ante las voces que advierten de la catástrofe ecológica, social y cultural en la península de Yucatán, ya degradada por el desarrollo inmobiliario, las megagranjas de cerdos, el turismo masivo, condenada a la sequía por un capricho trasnochado: el tren depredador. Como dicen que hacía el zar para no ver la miseria de su pueblo, oculta la desvastación tras un escenario de cartonpiedra – y una muralla de mentiras y falacias. ¿ Destruir el entorno social y natural es “conservar” el patrimonio cultural?

Un gobierno autoritario maneja a su antojo los recursos públicos, sin cuidar las reglas ni rendir cuentas. Ocúltense o niéguense los malos manejos de los funcionarios amigos – al fin que sólo faltan unos miles de millones. Acumúlense millones allí donde se puede presumir de “ayudar al pueblo” – no importa si ese Anexo  13 se creó para otros fines y la promoción de la igualdad queda en el aire. Modífiquense los presupuestos aprobados – da igual que reducirlos sin justificación a medio camino esté prohibido. Recórtense los dineros a instituciones latosas- que se las arreglen con menos. De paso, niéguense recursos extraordinarios en casos de desastre – al fin que la sociedad es muy solidaria y nosotros no vamos a ir a ver el desastre.

Un gobierno autoritario alaba y mima a las fuerzas armadas.Exalta su lealtad y heroísmo – y  niega su responsabilidad en violaciones de derechos humanos.  Aumenta el presupuesto para militares y marinos – y  amplía sus funciones y fuentes de ingreso.  Difumina las diferencias entre lo civil y lo miltar con una Guardia “civil” que  resulta militar –  y la paulatina militarización de la seguridad, de los puertos de entrada y salida de personas y mercancías, y hasta de un proyecto turístico…

Si todo esto es ya ominoso,  el empeño de negar la crisis de derechos humanos que padecemos, con la continua negación de masacres, la denostación de las víctimas,  y la manipulación de las cifras de personas desaparecidas, añade agravio al dolor de familias y comunidades,  deshonra la memoria de los muertos. Desoír a las familias de las personas desaparecidas que claman por sus seres queridos y rechazan el cínico intento de borrarlos de los registros, volver a desaparecer a los desaparecidos es un acto criminal.

Incapaz o indolente ante la expansión del crimen organizado y la criminalidad des-organizada, este gobierno autoritario pretende también reescribir la historia reciente como gesta “transformadora”.  Ensoberbecido en su afán de “hacer historia”, olvida que la Historia del presente  se escribe día a día, con acciones, con hechos. Olvida que las falacias de hoy caerán mañana. Desprecia, como otros, la experiencia de la ciudadanía común: la que sufre el embate de los criminales, la que busca a sus seres queridos desaparecidos, la que calla por miedo pero recuerda, la que desafía a la muerte y exige justicia – en Nuevo Laredo, Texcaltitlán, Celaya, Salvatierra… en este país de las fosas. Olvida que asesinados y desaparecidos no son cifras. Son vidas, seres humanos con una historia, con una vida por-venir, que resguarda la memoria colectiva.

En estos días tan difíciles para muchas familias y comunidades, reconocer el dolor de los demás es también reconocernos habitantes de un país rasgado por la violencia, que anhela la paz. En memoria de las personas asesinadas y en recuerdo de las desaparecidas,  evoco estas palabras de  David Huerta en su poema “Ayotzinapa”: 

Quien esto lea debe saber también
Que a pesar de todo
Los muertos no se han ido
Ni los han hecho desaparecer

Que la magia de los muertos
Está en el amanecer y en la cuchara
En el pie y en los maizales
En los dibujos y en el río

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