Inicio Agenda«Milei nos llevó a un abismo»: María, la argentina contra la desnutrición de mujeres con su comedor comunitario

«Milei nos llevó a un abismo»: María, la argentina contra la desnutrición de mujeres con su comedor comunitario

Por Arantza Díaz

Ciudad de México- «El presidente Milei nos está llevando al abismo, estamos a punto de caer en cualquier momento», dice María Flores. Uno de los símbolos de resistencia más importantes de Argentina, no por su militancia opositora, sino por la lucha que hace diariamente para frenar la desnutrición en su barrio; por servir un plato caliente de comida a las madres y sus hijos, por convertir su casa en un refugio seguro y un punto de encuentro donde la política es sencillamente humana: Aquí nosotras somos su contención.

Ubicado en el barrio popular de La Carbonilla, María tiene su comedor «El Merendero», ahí, con ayuda de otras personas cocina y reparte comida; cocina con lo que está al alcance y con manos magas, hace rendir sus ollas para atender a docenas de familias. No recibe ningún apoyo gubernamental, sólo donaciones que se articulan con su extraordinario ingenio para crear un menú, lo suficientemente rico como para llenar el estómago de quienes, sagradamente, hacen fila en su comedor.

La inflación en Argentina ha golpeado los bolsillos de la población y aunque el mandatario, Javier Milei ha celebrado que, de forma paulatina, se han cerrado las brechas, acortando la inflación, la realidad es que los meses han sido cruentos, particularmente, para las personas en situación de vulnerabilidad; las mujeres, en compañía de sus hijas e hijos, resienten los impactos de estas decisiones políticas y el hambre, se ha convertido en el monstruo que amenaza estos hogares autónomos.

De hecho, el pasado 8 de marzo del 2024, una de las principales consignas por las cuales las mujeres salieron a tomar las calles fue por mejorar las condiciones alimentarias; en Argentina, no sólo se lucha contra la violencia y un sistema con discursos machistas, sino también, contra la desnutrición. De acuerdo con Open Democracy, sólo en los primeros 3 meses de gobernación de Milei, los alimentos subieron 56%, hecho que golpeó a las más de 6 mil 500 villas (barrios populares), donde habitan aproximadamente 5 millones de personas.

El contexto de pobreza se ha agudizado seriamente y al menos el 57% de la población se vio atravesada por este contexto. A la par, las personas adultas mayores han experimentado la pérdida de sus salarios -por jubilación-, mientras que las mujeres, experimentan retrocesos en su lucha, como el cierre del Ministerio de la Mujer.

Fuente: Cortesía / María Flores repartiendo comida en su domicilio.

«Desde que asumió el presidente Milei hubo más problema para nosotros, nuestro comedor, nos trataron de fantasmas, me sentí muy mal, muy triste porque no es cierto, nuestro comedor funciona. No tenemos ayuda del estado, ni de gobierno, este comedor se sostiene con la ayuda de las donaciones y la militancia Patria Grande, los pollos que donan son del MTE, la verdad es esa y tratamos de cocinar con lo poco que tenemos. No podemos cerrar el comedor porque la gente viene, no los podemos dejar así, con lo poco que nos donan, nosotras hacemos la comida.»

El panorama no se ve fácil; es como un abismo, como nombra María Flores en entrevista con Cimac. No hay más respaldo por parte del Estado y ante esta ausencia, el tejido social se fortalece, siendo las lideres de estas resistencias las mismas mujeres. Mujeres que, ante la pobreza en sus villas han accionado una revolución; convierten sus casas en comedores comunitarios y sacan a flote los hogares donde la desnutrición, la pobreza y el hambre acechan. Estos hogares son, especialmente de mujeres; mujeres que maternan solas y tienen hasta tres hijas e hijos a quienes, con el estallido de la inflación, se ha vuelto imposible alimentar, pues la disyuntiva es simple: O comes, o pagas un alquiler, dice María.

De acuerdo con Open Democracy, se calcula que hay aproximadamente 44 mil comedores gestionados por organizaciones o personas civiles por todo Argentina. Se les dicen «ollas» y ahí, reciben algunos fondos, otros más, donaciones de vecinos o de otras organizaciones que les permiten servir cada día hasta 10 millones de platos de comida.

Entre estos 44 mil comedores está el de María Flores, que alberga una particularidad: Las mujeres víctimas de violencia se acercan a ella, no sólo por comida, sino también, en busca de refugio.

Acá repartimos la comida, mayoritariamente a mujeres, dice María, quienes tienen más de 3 hijos; niños y niñas que van a la escuela sin desayunar, que comen sólo una vez al día, aunque su madre trabaje sin cesar. La mayoría de ellas trabaja por hora en las casas haciendo limpieza, sin ningún tipo de seguro social y percibiendo salarios mínimos que, destinan casi por completo para pagar una renta. Por ello, estas madres tienden a acercarse al comedor de María; para que sus hijos puedan comer algo al día.

«Son mujeres que necesitan un abrazo, contarte de sus penas o del porqué llegó a ese extremo y las cocineras somos las que brindamos esa contención; así como cocinamos, brindamos un abrazo.»

La violencia de género en Argentina: Alimentar, cuidar y sanar

Según documenta la Encuesta de Prevalencia de Argentina del -ahora extinto- Ministerio de la Mujer, al menos el 45% de las mujeres en Argentina han sido víctimas de algún tipo de violencia en el ámbito doméstico, destacando, la violencia psicológica, seguido de la económica y posteriormente física (23%). Los principales agresores de estas violencias son las parejas y al menos 2 de 3 mujeres ha sufrido una combinación de estas agresiones (por ejemplo, violencia sexual y patrimonial).

Al igual que un fenómeno replicado por toda la región de América Latina, la violencia doméstica no tiende a ser denunciada; las mujeres sienten vergüenza de lo que viven y la única autodefensa que tienen, es acercarse a sus redes de apoyo para buscar contención y/o asistencia. Sin embargo, al menos 3 de cada 10 mujeres que ha vivido alguna agresión no se acercó a nadie, es decir, gestionó ese proceso por su cuenta; sólo 1 de cada 10, decide acudir a las instituciones en busca de apoyo.

Esta dolorosa realidad infiere que, las mujeres en Argentina –como en México-, no confían en sus instituciones y han hecho encerrado este fenómeno público en la esfera de lo privado. Por ello, la lucha que emprende María Flores va más allá de preparar y repartir comida; es estrecharle una mano amiga a las mujeres de La Carbonilla que viven con algún problema de violencia doméstica y/o adicciones a las drogas.

Si hay algo que mueva más las fibras de María, además del movimiento social, es el dolor de otras mujeres que sufren violencia. Es una experiencia de vida que le recuerda a la suya, por ello, refiere estar decidida a siempre acompañar a denunciar a cualquiera que se lo pida. Esto último, recuerda a aquella frase de la pensadora feminista mexicana Marcela Lagarde: ¿Qué haría yo sin el amor de otras mujeres?

«Un pibe o una piba que va a la escuela necesita de una buena alimentación para su aprendizaje para el futuro del mañana. Una mujer que está embarazada necesita una buena alimentación para que esa niña o niño, nazca en perfectas condiciones; saludable. Pero en el comedor El Merendero, también hay mujeres que sufrieron violencia de género, nosotras las que cocinamos les damos contención, si tenemos que acompañarlas para hacer una denuncia [entonces] lo hacemos», dice María.

María, antes de ser conocida en La Carbonilla por su comedor, es sobreviviente de violencia doméstica; luchó por hallar justicia, hacerse de un patrimonio y se enfrentó a la indolencia de las autoridades argentinas que nunca hicieron nada para cuidarla, ni a ella, ni a sus hijos, aún, cuando vivía en condiciones de extrema violencia con su esposo: «Sufrir violencia es horrible, sé lo que sufren esas mujeres», dice María, quien además, explica que siempre se pondrá de lado de las mujeres, las escucha, las anima a denunciar y ofrece un abrazo, «es muy difícil verlas así, golpeadas y llorando, por eso me pongo de lado de ellas».

María: Una lucha contra la violencia y la apertura del comedor

Una de las regiones más violentas en Argentina es Salta, que acumula, según la Encuesta de Prevalencia de Violencia, al menos el 60% de los casos de violencia doméstica, así como el poblado de Jujuy. De ahí, justo de Salta, una pequeña provincia al noroeste junto a la cordillera de Los Andes con apenas 1.4 millones de habitantes es oriunda María, quien, embarazada a sus 14 años, se vio forzada a migrar.
En entrevista con Cimac, la cocinera rememora los años en que fue víctima de violencia doméstica; un episodio muy doloroso que la atravesó y que estuvo cerca de hacerla claudicar, pues las autoridades no hacían nada por ella. Le era imposible poner denuncias y sólo terminaba por recrudecer la violencia.

«Yo lo sufrí con mis hijos, sé lo que es hacer una denuncia, tenés que ir, hablar, esperar a que el policía tenga las ganas de atenderte, es mucho, muy triste y cansador porque cuando vas, no solo tienes que hacer la denuncia, sino irte al juzgado, sacar un número y esto debe cambiar también, porque a la mujer golpeada deben darle un refugio. Antes no existía eso, a mí, mi marido me golpeaba y el policía me decía, si no quiere estar con su marido váyase de esa casa»

Y así lo hacía, María, en compañía de sus hijos pequeños dormía en las plazas públicas a fin de salvaguardar su propia vida y alejarse del hogar donde vivía los maltratos. Cuando se acercaba nuevamente a las instituciones, le interpelaban y le referían que lo único que harían por ella era detenerlo un par de horas hasta que se le pasaran los efectos del alcohol; 3 o 4 horas después, su agresor estaba devuelta en las calles. Y para cuando volvía a casa y se encontraba a María ahí, la violencia física era iracunda.

«También, mi infancia la pasé muy muy mal, por eso digo que jamás tuve una (…) si yo contara todo lo que pasé es horrible, por eso, a la mujer hay que darle un abrazo, hay que acompañarle, porque tú estás en el medio y el hombre te va encerrando y no tenés salida, siempre tenés miedo de hablar, cuando él se acerca tú ya estás en guardia de levantar los brazos porque en cualquier momento llega el cachetazo por nada. Sé lo que es eso, entonces, cuando las chicas que, en consumo, claro, ellas por querer consumir van con malos hombres que las maltratan, que las violan por conseguir un poco de droga. Una las ve y se parte el alma», explica María.

Resulta evidente que el sistema ha fallado a las mujeres que libran una batalla diaria por sobrevivir, apuntando a que la violencia doméstica no es más que la antesala del feminicidio. De esto deviene que, el trabajo de María debe ser entendido en todas sus dimensiones; su trabajo dinario es un recordatorio de que ante las ausencias del Estado, la organización colectiva sostiene. Con esto no se exime al gobierno argentino de su responsabilidad, por el contrario, el trabajo de María Flores se le planta en la cara como un recordatorio de que, mientras Milei pelea con la pared, en las bases de la sociedad, las mujeres sostienen a otras.

¿Cómo surgió la idea del comedor?: Esto nace durante la pandemia de COVID – 19, recuerda María.


En aquel entonces, eran tiempos difíciles para La Carbonilla; los contagios estaban a la orden del día y las y los vecinos no podían salir de casa para hacer los mandados o abastecerse de algo de comida; el hambre estaba presente en el barrio, pues además, sobrevivir a una pandemia con una crisis económica, era sortear lo imposible. Sin dinero, sin salud y sin seguro, parecía no haber esperanza en muchos hogares de La Carbonilla.


Ante esto, María tomó la decisión de preparar comida como un apoyo para su red vecinal. Primero, era sólo repartir una taza de leche y algún alimento pequeño; lo que fuera para llevar comida caliente en el barrio, después, se corrió la voz por otros sectores y a través de un grupo de WhatsApp, le escribían a María: «Por favor, estamos sin comer, necesitamos comida». Entonces, recuerda María, se ponía a cocinar y ponía el alimento en bandejas.

«Les escribíamos que ya estábamos abajo porque vivían, por ejemplo, en un tercer piso. Nos tiraban una soga con un balde y ahí les poníamos la comida. Si teníamos que hacer algún mandado como comprar pan, íbamos nosotros porque era lo que podíamos hacer. Era ayudar a los vecinos aislados por la COVID, ahí surgió esto del comedor», dice María.

Desde el año pasado, las políticas de Javier Milei han sofocado los comedores públicos; hizo ajustes que recortaron los subsidios a la energía y congeló muchas prestaciones sociales. Esto, bajo el bastión del ministerio de Educación Trabajo y Desarrollo Social y si titular, Sandra Pettovello, quien, siguiendo las ordenes de Milei, ha rechazado atender las exigencias de las organizaciones civiles contra el hambre; según Pettovello, las ayudas sólo sirven para desviar recursos y dejaron de enviar recursos a los comedores por no «cumplir con los requisitos suficientes», además, la ministra ha enviado un mensaje al pueblo argentino: «Si tienen hambre, vengan y van a recibir ayuda«, una declaración que, por supuesto, carece de certeza –y verdad-.

María recuerda con tristeza estos señalamientos que el Estado ha hecho sobre los comedores, acusándolos de no hacer ningún trabajo por la población, «nos trataron de fantasmas, me sentí muy mal porque no es cierto, nuestro comedor funciona, no tenemos ayuda del Gobierno, este comedor se sostiene con la ayuda de las donaciones y cocinamos con lo poco que tenemos», dice la cocinera. Y a pesar de que las políticas de Milei han pretendido ponerles las manos encima para sofocar estos espacios, para María es imposible pensar en esta posibilidad pues sabe bien, su comunidad la necesita, es sencillo darse cuenta de esto; María ve siempre rostros nuevos esperando comida. Personas que, ante la necesidad, se ven forzadas a acudir, junto con su familia, al comedor de María quien siempre tiene su casa -y brazos- abiertos para quien lo necesite.

«Mi casa es muy humilde, pero de corazón grande, mi casa siempre está abierta. Yo soy muy pobre, pero tengo mis manos para trabajar y dar de comer a la persona que necesita», zanja María Flores.


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