En los últimos años hemos visto cada vez mayor presencia en los medios de comunicación y redes -mal llamadas sociales-, voces de grupos y personas cuyo foco es la desacreditación de las mujeres que han vivido violencia, instalando la duda de sus experiencias y relatos. Impulsando y apoyando a estos grupos están hombres y fratrías masculinas con mucho poder tanto económico como político. Son mafias patriarcales, empresarios, políticos, figuras públicas y miembros de familias “importantes”. El fenómeno se expresa de distintas formas, en todas, es notoria la manipulación mediática que apunta a generar adhesión de masas que ven en el feminismo una amenaza.
En esta campaña se han utilizado varias estrategias. Una de ellas es generar noticias y publicaciones que señalen a los hombres como víctimas de supuestas acusaciones falsas o poner en duda su responsabilidad. Para ello, se espectacularizan juicios de parejas famosas -como olvidar el de Johnny Depp y Amber Heard -, se construye un relato de inocencia de figuras populares, como el exfutbolista chileno Jorge Valdivia o la reciente absolución de otro exfutbolista, el brasileño Dani Alves. Otra estrategia es generar desconfianza hacia las verdaderas víctimas y atacarlas, como ha pasado con la saxofonista María Elena Ríos quien sobrevivió a un intento de feminicidio con ácido en Oaxaca, o desprestigiar a defensoras de derechos humanos de las mujeres, como la abogada Ana Katrina Suárez, quién tuvo que dejar el país por amenazas y hostigamiento, o Sayuri Herrera, quien fuera coordinadora general de Investigación de Delitos de Género de la fiscalía general de Justicia de la Ciudad de México.
Esta campaña es orquestada por personajes públicos tan influyentes como el ex presidente López Obrador, quién dijo sin ruborizarse en 2020, en plena pandemia, que “el 90% de las llamadas que se hacen al 911 para denunciar violencia contras las mujeres son falsas”, posicionamiento que se vio corroborado recientemente en una vergonzosa escena en que las diputadas del partido de gobierno en pleno, al grito de ¡no estás solo!, evitaron que fuera desaforado Cuauhtémoc Blanco, diputado del mismo partido, denunciado por violación a su media hermana y de violencia física a su ex pareja, además de otras causas por corrupción.
Todo este alboroto tiene varios propósitos, el más explícito y concreto se da en el ámbito legal. En México, Cuauhtemoc Blanco (casualmente también ex futbolista), presentó iniciativa de ley que busca proteger a los hombres de denuncias falsas por abuso sexual, y en Chile, ha copado pantallas la historia de Jorge Tocornal, quién reclama su inocencia después de haber estado 9 años en prisión. Para su cruzada creó la Fundación Crianza Compartida Chile, a través de la cual plantea la aprobación de la Ley falsas denuncias, y más recientemente, Javier Rebolledo publicó el libro con el mismo nombre, donde una de las historias es la de Tocornal.
El segundo propósito, y el más grave, es desacreditar a las mujeres y mostrarlas como son, según la lógica machista: mentirosas, interesadas, calculadoras, manipuladoras, etc. En un estudio comparativo que incluye a 5 países, entre ellos Chile, que tiene por título Actitudes antifeministas en América Latina muestra que la afirmación con mayores niveles de respaldo es la que sostiene que “las mujeres usan el feminismo para ganar ventaja sobre los hombres de manera injusta”. Otro estudio, realizado en universidades chilenas, llegó a un resultado similar, el 68,6% de las personas encuestadas señaló estar al menos algo de acuerdo con la afirmación “en nombre de la igualdad, muchas mujeres intentan conseguir ciertos privilegios individuales”.
Para impulsar esta campaña, en México nace el Colectivo No más Presos Inocentes, que vende un discurso antipunitivista y es encabezado estratégicamente por una mujer, regalona del patriarcado, por cierto, pero que su verdadero objetivo es defender a los agresores, principalmente los que tienen poder económico y político, atacar a las feministas y debilitar la institucionalidad que se ocupa de la violencia contra las mujeres. María de la Luz Estrada, coordinadora del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF) considera una tendencia alarmante, y que se está extendiendo por todo el país, a estos grupos que defienden agresores, agreden a víctimas y a sus familias, y fomentan la impunidad.
El caso es que las denuncias falsas en materia de violencia contra las mujeres son ínfimas. En Chile, por ejemplo, no llegan al 1 por ciento cuando se trata de violencia sexual, y en el ámbito internacional, la ONU señala que no alcanzan al 3 por ciento cuando refiriéndose a la violencia de género en todas sus formas. Lo que sí es altísimo, y siempre, desde que existen registros es así, es la impunidad. En México, por ejemplo, ésta llega al 80% de acuerdo al OCNF. La realidad es que la violencia contra las mujeres sigue siendo parte de la cotidianidad de la mayoría de las mujeres, si no es experiencia propia, es cercana o conocida, y esto no puede verse opacado por una maniobra perversa que pretende equiparar fenómenos muy disímiles.
Las situaciones, que efectivamente existen, de abusos y manipulaciones de parte de mujeres en casos de separación con hijos/as en común, tienen que ser abordados de otra forma. Si se quiere politizar, que problematicen las construcciones de género que están detrás. Podrían, por ejemplo, analizar la siempre alta cifra de progenitores que no asumen su paternidad, que es la otra cara de la moneda, pero que como realidad social van juntas. En cambio, lo que motiva a estos hombres es misoginia pura, también el miedo y la inseguridad al verse amenazados sus privilegios colectivos, actuando por despecho y venganza.
La teoría feminista sobre la violencia contra las mujeres se viene fraguando hace siglos, al unísono con la toma de conciencia colectiva de las mujeres, y es desde los años 60 en adelante que se cristaliza en conceptos y explicaciones teóricas cuyo sustento fue la propia experiencia, por ello es una teoría viva: no me pasa a mí, nos pasa a todas. En la década del 80’ en Latinoamérica, las mujeres comenzaron a organizarse para apoyarse entre ellas, formando grupos clandestinos, redes de amigas y vecinas, ellas eran “la primera acogida” a las mujeres maltratadas, porque para el Estado y la sociedad éste no era un problema social. Fue en ese proceso, de profunda sabiduría, que legitimar la palabra de las mujeres fue un principio fundamental. La experiencia/evidencia con las instituciones era y sigue siendo la desacreditación, minimización, burla, indiferencia, culpabilización, más aún cuando se trata de violencia sexual. Es sabido que una mujer que ha vivido violencia en contexto de pareja demora mínimo 8 años en reconocerlo y tomar la fuerza para buscar ayuda, lo que puede prolongarse por décadas o toda la vida cuando se trata de mujeres marginalizadas o precarizadas. Por eso “yo te creo” no es una consigna vacía ni caprichosa, refleja fielmente uno de los rasgos más característicos de esta violencia: la impunidad, el encubrimiento y el efecto perverso boomerang, porque terminan siendo ellas las culpables.
Lo que está sucediendo es un intento más de destruir al feminismo, el que incomoda, el que apuesta por cambios profundos y radicales tomando como punto de partida a las mujeres. La propia experiencia histórica de las mujeres está en juego con renovadas formas de expropiación del cuerpo y la palabra. La negación del cuerpo de las mujeres para sí y desde sí, la materialidad con la que tocamos vida y el mundo, y que es inseparable de la palabra, ha sido siempre una forma de frenar la conciencia política colectiva y libre de las mujeres, ¿Cuánto tiempo demoramos en nombrar nuestra diferencia? ¿Cuánto tiempo nos ha tomado reconocer nuestro cuerpo y sexualidad en base a la propia experiencia? ¿Cuánto tiempo nos ha costado contar e identificar la violencia que vivimos?
El cuestionamiento al que estamos siendo expuestas como sujetas políticas es también el costo de supeditar nuestra valía al Estado, lugar donde se está redefiniendo lo que somos y lo que valemos de acuerdo a lo que el patriarcado capitalista y colonial requiere para subsistir. Retomar la vitalidad creadora de la cultura de las mujeres, salir del estancamiento de la institucionalidad de género, recuperar la rebeldía, son caminos que nos llevarán algún día a una vida libre de violencia.
Feminista con voz propia, impulsora de procesos organizativos de las mujeres, estudiosa de la vida. Fundadora e integrante de varias colectivas, redes y organizaciones feministas desde los años 90’. Académicamente, antropóloga (Universidad Austral de Chile), magíster en salud pública (Universidad de Valparaíso), doctora en ciencias sociomédicas (UNAM), con postítulos en género y cultura en América Latina (U.Chile), salud internacional (OPS/OMS), peritaje en ciencias antropológicas (INAH), peritaje feminista (UACM).
Docente, investigadora y consultora en temas de salud pública, salud internacional, salud sexual y reproductiva, sexualidad, violencia contra las mujeres, formas de justicia para las mujeres, metodología de investigación, antropología feminista, autonomía y comunidad, movimientos sociales, entre otros. Experiencias recientes: coordinación del seminario Feminismo, movimientos sociales e investigación social crítica para la acción (CEIICCH-UNAM); investigación posdoctoral sobre acceso a la justicia en casos de violencia de género contra mujeres indígenas en comunidades p’urhépecha (CEIICH-UNAM).
Algunas publicaciones: Derechos sexuales y reproductivos, mujeres indígenas y feminismo: una revisión crítica necesaria. 178-191. En: Robles Aguirre, B.A, Vázquez Vega, L. Y., Palacios-Macedo, A.M y Mestas Hernández, L. Salud Sexual: grupos en situación de riesgo y vulnerabilidad. UNAM, FES Zaragoza. 2025; Pornografía en Chile: ausencia del Estado y promoción del mercado. Breve reflexión desde un feminismo crítico. Journal of Feminist, Gender and Women Studies, 15: 163-171, 2023; Nudos críticos en el ejercicio de la antropología feminista en Chile: construcción de conocimientos e institucionalización del feminismo. Antropologías Del Sur, 8(16), 289-304. 2021.