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Las mujeres, principales defensoras y cuidadoras en el sistema penitenciario: CDHMX

Por Wendy Rayón Garay

Ciudad de México.– Las mujeres, tanto al interior como al exterior de los centros de reclusión se convierten en las principales gestoras de cuidados, así como las principales defensoras de derechos a pesar de seguir siendo minoría en el sistema penitenciario, lo que se traduce en una extensión de su trabajo de cuidados, así como lo señaló Nashieli Ramírez Hernández, presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México (CDHCM).

Los cuidados deben ser entendidos como

«Todos los recursos y las actividades que les permiten a las personas alimentarse, educarse, estar sanas y desarrollarse en ámbitos propicios- nos entraman como sociedad y ordenan el sistema social y productivo de un país: podemos crecer y desarrollarnos porque alguien nos cuida; podemos salir a trabajar porque hay alguien cuidando de nuestros hijas e hijos en nuestras casas; instituciones educativas o comunitarias; podemos trabajar mejor, con seguridad y tranquilidad, si existen escuelas, clubes, jardines y otros espacios de cuidado en nuestros barrios y en nuestros espacios laborales. En definitiva, el sistema del cuidado es la base y el sostén de la vida de una sociedad; y para garantizar su funcionamiento, se necesita de infraestructura», así lo determina ONU Mujeres en La perspectiva de género en las infraestructuras.

Son las mujeres del exterior, madres, parejas, hermanas o hijas de hombres en situación de reclusión, quienes asumen el cuidado de los hombres privados de su libertad. Ellas llevan alimentos, ropa limpia, medicamentos, realizan recargas telefónicas y otros insumos básicos. También se encargan de trámites legales, solicitudes médicas, acompañamiento emocional (por medio de llamadas y cartas), e incluso interceden ante las autoridades en casos de traslado, aislamiento o enfermedad. Muchas detectan síntomas o alertas de salud en los internos antes de que ellos mismos lo reconozcan o lo soliciten.

Cuando un hombre es encarcelado, el impacto en las redes de cuidado suele ser menor que cuando lo es una mujer. Dentro de los penales varoniles, el cuidado mutuo es limitado: no suele haber una organización sostenida para atender necesidades colectivas, más allá de apoyos puntuales entre internos. Algunos hombres cuidan animales dentro del penal como una forma de canalizar afecto y sentido de responsabilidad, pero las prácticas de autocuidado y de atención comunitaria siguen siendo débiles.

En contraste, las mujeres en prisión suelen crear activamente redes de apoyo dentro de los centros. Cuidan de compañeras enfermas, comparten productos de higiene, alimentos y se hacen cargo del cuidado de hijas e hijos que conviven en los penales. Enseñan a leer, escribir y estudiar a otras internas, generando procesos de cuidado educativo. Se organizan para mantener espacios limpios, gestionar áreas comunes y brindar contención emocional. También promueven actividades culturales y recreativas que fortalecen la salud mental colectiva.

Pese al abandono frecuente por parte de sus familias y parejas, las mujeres continúan cuidando desde el encierro: realizan llamadas para coordinar tareas domésticas o escolares, gestionan atención para familiares enfermos, y muchas participan en actividades productivas para enviar dinero a sus hogares.

En cuanto a quién cuida a las mujeres privadas de su libertad, son principalmente redes de tras mujeres externas como amigas, hermanas o madres quienes proveen afecto, visitas constantes y apoyo material. Además, organizaciones civiles y la propia CDHCM han implementado estrategias de cuidado institucional mediante talleres, asesorías jurídicas, acompañamiento psicosocial y espacios para el ejercicio de derechos.

Las mujeres en situación de reclusión también protagonizan prácticas de autocuidado con gran capacidad organizativa. Ellas mismas solicitan atención médica, exigen el cumplimiento de sus derechos, cocinan alimentos balanceados adaptados a sus necesidades de salud, y crean remedios caseros para enfrentar carencias en los servicios médicos. Se organizan para gestionar colectivamente la higiene menstrual, compartiendo productos y creando soluciones improvisadas.

Además, transforman los espacios con murales, decoraciones o jardines como actos de cuidado simbólico e identidad. El cuidado estético mutuo (peinarse, maquillarse o prestarse ropa) fortalece la autoestima y preserva la dignidad. Muchas mantienen rutinas de ejercicio, meditación o yoga para cuidar su salud física y emocional, y han creado farmacias comunitarias donde comparten medicamentos entre quienes los necesitan.

En suma, mientras los hombres en prisión siguen siendo cuidados mayoritariamente por mujeres externas, las mujeres privadas de la libertad despliegan estrategias profundas de cuidado hacia otras, hacia sí mismas y hacia quienes están fuera, sosteniendo vínculos que muchas veces no les son devueltos. Esta doble carga, cuidar dentro y desde el encierro, pone en evidencia la urgencia de repensar el cuidado dentro del sistema penitenciario, con perspectiva de género y justicia social.

Ramírez Hernández señaló que, de acuerdo con datos de la Subsecretaría del Sistema Penitenciario capitalina, actualmente existen 27 mil personas privadas de la libertad, de las cuales 25 mil 800 son hombres y mil 200 mujeres, lo que representa el 4.4%.

También destacó que se han abierto 164 expedientes relacionados con centros femeniles y mil 88 en centros varoniles donde la mayoría de las solicitudes, incluidas las que benefician a hombres, son tramitadas por mujeres, con porcentajes que oscilan entre el 55% y el 78%, lo que revela que ellas son las principales defensoras de derechos humanos en los penales como una extensión del trabajo de cuidados.

Durante la conferencia magistral “Cuidados y personas privadas de la libertad” Ramírez señaló que el trabajo de cuidados dentro del sistema penitenciario, tanto en centros femeniles como varoniles, recae mayoritariamente en las mujeres gracias a la feminización histórica de las tareas de cuidado, incluso en contextos de encierro. El derecho al cuidado dentro de las prisiones está atravesado por estructuras sociales y de género que determinan quién cuida, quién recibe cuidados y quién tiene la capacidad de cuidarse a sí mismo.

Cuando se habla del sistema penitenciario, la discusión pública suele centrarse en estadísticas de población, tipos de delitos o infraestructura, dejando de lado las dinámicas de cuidado, especialmente cuando las mujeres son quienes se encuentran privadas de la libertad. Según el Censo Nacional del Sistema Penitenciario Federal y Estatal 2024, elaborado por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en México hay 233 mil 173 personas privadas de su libertad. De ellas, 13 mil 163 son mujeres, equivalente al 5.7%, y de ese total, el 46.2% aún no cuenta con una sentencia definitiva.

Aunado a esto, muchas mujeres se encuentran en prisión preventiva, sin que se haya acreditado que representan un riesgo (para el proceso penal y personas involucradas) o después de agotar otras medidas alternativas menos lesivas. Esto es relevante porque son mayoritariamente mujeres quienes se encuentran en este estado: entre 2019 y 2024 el número de hombres en prisión preventiva aumentó 13.1% y el de mujeres alcanzó un crecimiento de 33.1%, lo que evidencia que esta medida es usada principalmente contra las mujeres.

Su encarcelamiento implica una ruptura profunda en las redes familiares y comunitarias que sostenían tareas esenciales como la crianza de hijos e hijas o la atención a personas mayores y enfermas. Muchas de ellas son privadas de su libertad por delitos relacionados con el cuidado como el robo de alimentos para sus hijas e hijos, pero incluso estando encerradas deben continuar con el trabajo de cuidados y de los derechos.

Cuidados en México

En México 19.5 millones de mujeres, entre madres, hijas y abuelas, son quienes continúan realizando principalmente las labores de cuidado no remuneradas dedicando 38.9 horas a la semana, mientras que los hombres únicamente destinan 30.6 horas en el mismo lapso de tiempo. Lo anterior provoca que ellas no puedan acceder a empleos remunerados y desencadena una serie de afectaciones físicas y emocionales que representan un obstáculo para el ejercicio pleno de sus derechos, así lo reveló la primera edición de la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (ENASIC) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).  

En nuestro país un total de 58.3 millones de personas son susceptibles a recibir cuidados, es decir, 45.2 por ciento del total de la población de México. Esta cifra representa al total de la población de Italia, lo cual permite dimensionar las necesidades que enfrentan un sector de la sociedad, ya que por primera vez en la República Mexicana se tiene un instrumento que mide esta labor que es realizada principalmente por mujeres.

La primera edición de la ENASIC arrojó que hay 31.7 millones de personas de 15 años y más que han brindado cuidados a personas en su hogar, de estas 22.5 millones son cuidadoras principales. 

Si desglosamos la cifra anterior 19.5 millones de cuidadoras principales son mujeres, mientras que únicamente 3 millones de hombres realizan esta labor no remunerada.  

Esta labor que limita la independencia económica de las mujeres es llevada a cabo principalmente por aquellas de 30 a 39 años de edad (31.9%), seguida de las mujeres de 15 a 29 años (25.9%) y aquellas en el rango de 40 a 49 años (22.4%).


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