Decía Rosario Castellanos que Chiapas es la última bolita en el mapa cuando se ve hacia el sur… y lo es. Desde este lugar escribo, comparto historias, tengo mis dubitaciones, leo y veo el mundo. A veces es difícil que las mujeres de las periferias (sobre todo del sur) tengamos oportunidad de hablar de lo que nos mueve, de nuestras preocupaciones y ocupaciones. No solo se trata de que podamos hablar, sino de que nos escuchen (en este caso, que nos lean) en otros lugares, que conozcan cuáles son nuestros procesos.
Por esa preocupación y ocupación quiero compartirles semanalmente textos (ando peleando con eso de etiquetar lo que escribo en algún género en particular) en los que hable, precisamente, de lo que sucede con las mujeres en el sur, concretamente en Chiapas. Es absurdo pensar que podría crear una generalidad sobre todas las mujeres de este territorio, pero al menos busco compartirles una mirada, una ventana por la cual ver esa última bolita en el mapa del país.
Empiezo esta serie de colaboraciones con un tema que nos interesa a muchas: el amor romántico. No es azaroso que inicie hablando de esto; realmente, es un tema que desde hace unos años he seguido: leyendo sobre él, dialogando con otras compañeras, conversando con juventudes y hasta dando pláticas.
Precisamente este fin de semana me la pasé hablando con varias personas sobre el tema, a propósito de un caso en concreto ocurrido en Tuxtla Gutiérrez. No abundaré en él, pero les puedo decir que está íntimamente ligado con esta cuestión del amor romántico y cómo muchas veces termina en tragedia, sobre todo para nosotras.
A mí me gusta ir por partes, así que empezaré diciendo de qué hablo cuando me refiero al amor romántico. Es una construcción cultural que se alimenta del mito de que somos seres incompletas y que la única forma de encontrar la felicidad es con una pareja.
Es una forma de amar en la que se romantiza la dominación y la posesión. Más que cuidar y acompañar a la otra persona, lo que se busca es controlar. Romantizar la dominación y la posesión.
De esa forma de amor se desprenden un montón de acciones que nos hacen daño:
- Idealización y dependencia. Pensar que la pareja es el “destino” o la “media naranja”. Renunciar a proyectos personales para priorizar la relación. Tolerar situaciones de desigualdad porque “el amor todo lo puede”.
- Control y celos normalizados. Vigilar el celular, las redes o las amistades en nombre de la vigilancia del amor (como si el amor necesitara ser vigilado porque, si no, se nos escapa de las manos. Qué estrés vivir así…). Justificar los celos como señal de interés o cuidado. Pensar que la pareja “nos pertenece”.
- Sacrificio. Asumir mayoritariamente el trabajo de cuidados y la gestión emocional. Soportar violencia psicológica, económica o física con la esperanza de que “él cambie por amor”. Anteponer las necesidades del otro sobre las propias (y ojo: no hay que confundir esto con los actos egoístas).
- Invisibilización de otras formas de amor. Restar valor a la amistad, al amor propio o a otros vínculos. Mantener ideas como que solo en pareja se llega a la plenitud. Dijera Jane Austen: “la soltería no es un problema que haya que resolver”. La soltería no es un estado temporal o un “mientras que”… una persona sin pareja también alcanza la plenitud.
No crean que estoy en contra del amor o de vivir en pareja; al contrario, estoy muy a favor de ese sentimiento, pero entendido como un acto de voluntad y compromiso que implica respeto, cuidado, responsabilidad y confianza. El problema es que, bajo el molde romántico, el amor se idealiza y se utiliza para justificar desigualdades, especialmente hacia las mujeres.
Si les interesa seguir conociendo sobre este tema, les recomiendo algunos libros:
- Todo sobre el amor, de bell hooks. Siempre he sentido que hooks es “suavecita” y profunda. Me gusta para empezar en este tema. Lo que hace en este libro es desmontar la idea del amor como drama romántico y lo define como un acto político, ético y cotidiano que implica responsabilidad, cuidado y respeto. Suena básico, pero justo eso es lo que más escasea: confundimos amor con posesión.
- El fin del amor, de Tamara Tenenbaum. Creo que algunas no estamos listas para el planteamiento de Tenenbaum porque habla de cuestiones del amor que nos hacen ruido (debo hablar por mí) como el poliamor. Pone sobre la mesa lo incómodo: ¿qué hacemos con el amor romántico cuando ya no encaja con las vidas precarias, las apps de citas y las expectativas que nos vendieron? Su libro es como ver a una generación intentando negociar entre el deseo de vínculos profundos y la necesidad de relaciones más flexibles. Nos muestra que el amor eterno es un mito en crisis, pero que todavía seguimos bailando con sus fantasmas.
- Claves feministas para la negociación del amor, de Marcela Lagarde y de los Ríos. El amor no es neutral, está atravesado por el poder dice la autora. Y si queremos amar sin perdernos en la subordinación, necesitamos aprender a negociar. Este librito (el más delgado de la serie) habla de cómo poner límites, cómo no ceder autonomía en nombre de la pareja y cómo reconocer que el amor también se construye con acuerdos políticos y no solo con sentimientos.
- Por qué duele el amor, de Eva Illouz. Muestra cómo el capitalismo, el consumo y la cultura moldean nuestra manera de relacionarnos. El sufrimiento amoroso no es casualidad, es estructural. Leerla es entender que detrás de cada desamor no solo hay una historia personal, también un sistema que nos educó para sufrir. Este libro es el que más me voló la cabeza porque hace ver todo de manera estructural.
Queridas, no nos olvidemos de que lo personal es político, y nuestra forma de amar también lo es.