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María Ignacia Rodríguez, «la madre de la patria»

Por Wendy Rayón Garay

Ciudad de México.- La Independencia de México, celebrada cada 16 de septiembre, fue un proceso político y social que terminó con el dominio español sobre el territorio de la Nueva España; sin embargo, esto no pudo ser posible sin la participación de mujeres quienes a lo largo del tiempo fueron estigmatizadas, como lo fue María Ignacia Rodríguez mejor conocida como la «Güera Rodríguez», cuya historia es narrada desde una mirada patriarcal, por eso los textos feministas la han rescatado para darle paso a una de las primeras feministas en el país.

La vida de María Ignacia es contada desde la estigmatización de una «seductora», destacando siempre su belleza de cabellera rubia, ojos claros y piel blanca. De acuerdo con el articulo «La Güera Rodríguez: la construcción de una leyenda» de Silvia Marina Arrom, su atractivo no se reducía a su belleza, sino a su capacidad de conversación que le permitió establecer varias relaciones. Es gracias a esto que, su participación en el proceso de la Independencia de México fue narrada a través de rumores y leyendas en torno a su vida sentimental.

Según explica el articulo, ella nunca militó de manera abierta en la insurgencia como otras mujeres de la época, pero su nombre aparece en denuncias que la vinculan con los insurgentes y los realistas. Su papel se caracterizó más por su influencia social y contactos estratégicos que por acciones militares o políticos de gran alcance, aunque su participación fue engrandecida hasta convertirla en una heroica legendaria conocida como la “Madre de la Patria”.

El primer incidente que la relaciona con el ámbito político tuvo lugar en 1809, cuando denunció ante las autoridades un supuesto complot de los europeos para envenenar al virrey Francisco Javier Lizana y Beaumont. La investigación apuntó que la acusación era falsa y el mandatario la desterró de la Ciudad de México por alterar la tranquilidad pública, orillándola a vivir en Querétaro.

El 13 de septiembre de 1810, dos días antes del Grito de Dolores, la denunciaron por financiar el plan de Miguel Hidalgo. Para 1814, surgió otro señalamiento por entregar 500 pesos en efectivo y vestimentas para las tropas. El documento apuntaba también que mantenía reuniones con los insurgentes Rafael Vega y Francisco Velasco, así como una relación cercana con Leonora Vicario, una de las mujeres mas comprometidas con la causa independentista.

Sin embargo, de acuerdo con el artículo, nunca se ha comprobado la veracidad de estas denuncias, es decir, que no se tiene certeza si estos apoyos fueron entregados por convicción ideológica, coacción de los insurgentes o estrategia para proteger sus haciendas y propiedades, las cuales se encontraban bajo el control de fuerzas rebeldes. Incluso algunas teorías señalan que María Ignacia se movió entre ambos movimientos para garantizar la supervivencia de su familia y bienes.

A diferencia de otras mujeres insurgentes que fueron encarceladas, perseguidas o despojadas, ella nunca sufrió un castigo, por lo que se reforzó la idea de que su papel fue más discreto y negociador que abiertamente rebelde.

Otros personajes con quienes se le relacionan es con el canónigo José Mariano Bustamante, un religioso abiertamente realista que ofició la boda de sus hijas; así como Agustín de Iturbide, miembro de la élite criolla y antiguo amigo de su familia, quien permaneció por muchas años leal a España antes de encabezar el movimiento independista.

La etapa en la que su participación se vuelve visible fue en la consumación de la Independencia en 1821, cuando su hacienda de La Patera, ubicada en las afueras de la capital, fue el escenario donde Iturbide, convertido en jefe del Ejército Trigarante, se reunió con el mariscal de campo y comandante general del cuerpo de artillería Francisco Novella y con el nuevo jefe político superior de la Nueva España, Juan O´Donojú para negociar los términos de guerra.

Aunque ella no tuvo una participación directa, este hecho la consolidó como un personaje importante en este episodio de México. Durante el Imperio de Iturbide (1822-1823) su familia ocupó varios puestos destacados en la corte y ella aparecía como una figura cercana al emperador.

No tardaron en circular rumores sobre una relación romántica entre ambos, versión que fue reforzada por textos de Vicente Rocafuerte, opositor al emperador, quien la retrató como una «seductora» o «musa» del mandatario, sin embargo, no existen pruebas documentales de esta vinculación.

Su vida en la Nueva España


María Ignacia nació en 1778 en la Ciudad de México, en el seno de una de las familias más distinguidas de la Nueva España. Su padre Antonio Rodríguez de Velazco era regidor lo que garantizaba prestigio y poder político, mientras que su madre María Ignacia Osorio Barba y Bello Pereyra descendía de un mayorazgo.

Aunque existen pocas referencias sobre su infancia, se sabe que creció en la élite novohispana rodeada de comodidades, una vida social activa y educación religiosa. Además sabía leer y escribir, algo inusual en las mujeres debido a las restricciones sociales de la época.

A sus 15 años se casó con el capitán José Jerónimo López de Villamil, heredero de un mayorazgo, lo cual aseguraba para ella un lugar de preeminencia en la aristocracia novohispana. Durante once años de matrimonio tuvo seis hijas e hijos, aunque uno de ellos falleció en la infancia. No obstante, de acuerdo con el artículo, el matrimonio fue violento y María Ignacia vivió los celos de su esposo quien ejerció violencia física en varias ocasiones e incluso le disparó con una pistola en 1802.

Aunque ella lo denunció por intento de asesinato, el capitán respondió con una demanda de divorcio eclesiástico donde a acusó de adulterio sacrilegio con tres sacerdotes. Sin embargo, la acusación no prosperó gracias a varios testigos quienes describieron la violencia que ella vivió en el matrimonio. En 1805, José Jerónimo murió dejandola viuda a sus 27 años y con cinco hijas e hijos bajo su cuidado.

Este episodio marcó una pauta en su vida en donde tuvo que enfrentar la vida adulta asumiendo el trabajo de cuidados y la responsabilidad de sostener económicamente a la familia. Dos años después, se casó con el médico acaudalado Juan Ignacio Briones, pero este falleció seis meses después de la boda, dejando a María Ignacia embarazada de su séptima hija. Aunque la unión fue efímera, esta le permitió ganar estabilidad económica con los recursos que heredó.

En 1808, la última hija de María Ignacia murió y ocho años después también lo hizo su hija Guadalupe debido a varios años en los que estuvo enferma. La Güera Rodriguez tuvo afectaciones a su salud con síntomas que eran compatibles con la tuberculosis y un cuadro grave que la llevó a redactar su testamento pensando en que su muerte estaba cerca. En este periodo, su vida estuvo atravesada por la pérdida, el dolor y la preocupación por la crianza de sus hijas e hijos.

María Ignacia pasó 17 años viuda en donde tuvo que administrar bienes, enfrentar pleitos legales y sortear crisis financieras. Aunque heredó propiedades y haciendas, muchas estaban hipotecadas, fueron dañadas por tropas insurgentes o sufrieron la depreciación que trajo la guerra. A pesar de esto, logró sostenerse gracias a su parentesco y sus vínculos con personajes influyentes, lo que le permitió mantener un lugar en la alta sociedad de la capital.

Tres de sus hijas ingresaron al prestigioso colegio de La Enseñanza, reservado para las mujeres de la élite, y más tarde se casaron con hombres nobles. Por otro lado, su hijo Jerónimo, heredero del mayorazgo Villamil, prosperó en la política y ocupó cargos en el Congreso. Aunque ella nunca obtuvo un título nobiliario propio, logró consolidar la posición de su descendencia dentro de la aristocracia.

Para 1825, ya con 46 años, María Ignacia se casó por tercera vez con Juan Manuel de Elizalde, un hombre chileno 12 años más joven que ella, quien contaba con una carrera en administración pública. Según su testamento, el matrimonio fue estable y armonioso, por lo que le agradeció de poner orden a sus finanzas y papeles. Juntos compartieron una vida tranquila, mientras que él ocupó cargos relevantes como gobernador del Distrito Federal y más tarde cónsul de Chile en México.

Incluso en su vejez, la Güera Rodriguez continuó siendo un personaje visible en la vida social de la capital. En 1940, Fanny Calderon la conoció personalmente y la describió como una mujer hermosa y simpática a sus 61 años. En 1846, durante la guerra contra Estados Unidos, se unió a un grupo de mujeres para organizar actividades benéficas, recaudar fondos y apoyar hospitales de sangre destinados a atender a los soldados heridos.

María Ignacia murió el 1 de noviembre de 1850 a los 71 años en su casa, la misma donde pasó gran parte de su vida. Tras su muerte, su memoria se desdibujó por décadas, ya que, pese a su participación en la Independencia de México no fue celebrada ni incluida en las listas de heroínas decimonónicas hasta el siglo XX cuando escritores y otras artes populares revivieron su historia.


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