Ciudad de México.- Estrenada en 2002, El crimen del padre Amaro se convirtió en una de las películas más polémicas del cine mexicano, incluso censurada tras exponer de manera directa a la Iglesia católica y sus nexos con grupos delictivos pero en particular, el aborto, un tema que en aquel momento estaba completamente criminalizado en México, recordemos que fue hasta el 2007 cuando se despenalizó en Ciudad de México.
El filme se estrenó en un país profundamente conservador. A principios de la década de los 2000, hablar de sexualidad era un tabú y las mujeres que enfrentaban embarazos no deseados tenían nulas opciones legales y médicas, pues hasta ese momento ningún estado de la República había logrado despenalizarlo.
La historia, dirigida por Carlos Carrera y escrita por Vicente Leñero, sigue a Amaro (interpretado por Gael García Bernal), un joven sacerdote que llega a un pequeño pueblo para integrarse a la parroquia local. Allí conoce a Amelia (Ana Claudia Talancón), una mujer vinculada con las actividades de la iglesia católica y en las que dedica casi todo su tiempo.
Entre esta joven pareja surge un vínculo romántico que deben mantener oculto, pues, ante el celibato impuesto a los sacerdotes, resulta «inconcebible» que un líder religioso y una feligresa mantengan una relación sexoafectiva.
Criminalización del aborto
La trama da un giro cuando Amelia le confiesa a Amaro que está embarazada. Él se niega a asumir la responsabilidad, consciente de que enfrentar la situación podría despojarlo del poder que empezaba a consolidar en la comunidad.
Negándose a asumir las consecuencias de sus actos, manipula a Amelia para que aborte. Paga dinero para llevarla a una clínica clandestina del pueblo donde viven ambos, la cual es la única opción disponible ante la criminalización de la interrupción del embarazo, lo que impedía a las mujeres, en todo México enfrentar esta situación sin arriesgar la vida.


Estas clínicas, producto de la ilegalidad, son lugares inseguros. Carecen de licencia sanitaria, personal certificado y condiciones adecuadas para realizar procedimientos quirúrgicos, lo que representa una amenaza directa para la salud de las mujeres. En estos espacios, la decisión de interrumpir un embarazo se convierte en un riesgo de vida.
En el filme, las consecuencias letales son evidentes. Tras ingresar a la clínica, el procedimiento de Amelia sale mal y comienza a sufrir una hemorragia obstétrica, lo que refleja una realidad ante la muerte materna, hoy considerada una cuarta causal de muerte materna.
La Secretaría de Salud Pública, a través de sus Informes Semanales para la Vigilancia Epidemiológica de Muertes Maternas, indicó que hasta la semana epidemiológica 38 correspondiente a septiembre del 2025, la razón de mortalidad materna preliminar calculada es de 25.3 defunciones por cada 100 mil nacimientos estimados. Las principales causas de defunción son: enfermedad hipertensiva, edema y proteinuria en el embarazo, el parto y el puerperio (15.5%); hemorragia obstétrica (13.4%); aborto (11.4%) y embolia obstétrica con el (5.2%).

Según datos de Vivas y Libres, entre 2010 y 2018 murieron 90 mil 562 mujeres de entre 10 y 40 años por causas relacionadas con abortos en condiciones de riesgo. Cada año, aproximadamente el 13 por ciento de las muertes maternas en México se atribuyen a abortos peligrosos, una cifra que evidencia la urgencia de garantizar servicios seguros y legales.
En el caso de Amelia, la protagonista de la película, si hubiera tenido acceso a un aborto seguro, su destino habría sido distinto. Todas las muertes maternas son prevenibles si se cuenta con atención médica adecuada y de forma gratuita. Sin embargo en aquel tiempo, eso estaba lejos de ser una realidad.
Actualmente, ocho estados de la República aún impiden el acceso a un aborto legal y gratuito, lo que demuestra que el avance en derechos sexuales y reproductivos continúa siendo lento para las mexicanas.
Un México desamparado
La película deja entrever que la muerte de Amelia es solo la punta del iceberg. Un pueblo que presume regirse por la moral encubre, en realidad, violencia contra mujeres, corrupción, crimen organizado, lavado de dinero protegidos y solapados por las mismas autoridades religiosas.
Amaro no es ajeno a estas dinámicas. Poco a poco descubre esta sociedad corrupta y su entorno y termina siendo cómplice de figuras como el padre Benito, quien mantiene vínculos con delincuentes como un narcotraficante ficticio conocido en la película como el chato Aguilar. Muchos habitantes de la comunidad son conscientes de ello, sin embargo, se impone un silencio absoluto.
En un México marcado por la violencia, el crimen y la corrupción, son las mujeres las principales víctimas de un sistema patriarcal que protege a quienes han consolidado su poder a través de los actos más atroces. Hecho reflejado con Amaro, pues pese a ser responsable de la muerte de Amelia, logra continuar con su labor sin enfrentar consecuencias, símbolo de la impunidad que prevalece en un país donde la justicia rara vez alcanza a los poderosos.
El crimen del padre Amaro no solo se mantiene como un referente del cine mexicano, sino también como una advertencia sobre los riesgos que enfrentan las mujeres cuando se criminaliza el aborto. La historia de Amelia muestra cómo la imposición de normas religiosas y legales puede transformar decisiones personales en tragedias de impacto social y humano, reforzando la urgencia de visibilizar y garantizar los derechos reproductivos.