En un mundo cada vez más dividido por intereses político-económicos que fomentan ideologías extremistas y excluyentes es importante mirar hacia las “periferias” de las que, desde la perspectiva de las grandes potencias, México hasta cierto punto forma parte. Conviene también reexaminar y cuestionar el concepto de identidades únicas, homogéneas que se resume en etiquetas que ocultan la complejidad del ser y sirven para reducir a la “otra/o” a una identidad única, estigmatizarla/o, excluirla/o como “peligrosa/o”, “enemiga/o” por su color de piel, religión o pertenencia a un país o una comunidad que nos resulta ajena y muchas veces en realidad desconocemos.
Este año el jurado del premio FIL en Literaturas en Lenguas Romances 2025, que otorgó este reconocimiento al escritor libano-francés Amin Maalouf, incluyó por primera vez, si no me equivoco, a representantes del mundo literario en lenguas romances de África, Francisco Noa y Alain Mabanckou.
En este continente, marcado por la herencia colonial, millones de personas hablan, escriben y crean en español, portugués, francés e inglés, además de sus idiomas locales. Contar con un jurado de este continente amplió la visión de la literatura actual, ya enriquecida en este contexto por el premio FIL 2024 a Mía Couto, autor mozambiqueño cuya obra trata de conflictos políticos y vivencias personales que, desde lo local, nos refieren y permiten reflexionar sobre problemas globales como la violencia armada, social y cultural que lacera a millones de personas en nuestro planeta.
Francisco Noa es crítico literario mozambiqueño, ensayista, autor de varios libros y múltiples artículos sobre identidad cultural, colonialidad, transnacionalidad desde la literatura. Profesor en Mozambique, Portugal, España, Brasil y Suiza, fue rector de la Universidad de Lurio, en su país, y es integrante extranjero correspondiente de la Academia de Ciencias de Lisboa. Uno de sus libros más reconocidos es Imperio, mito y miopía: Mozambique como invención literaria (2002). Entrevistado para esta columna, habló de la situación en su país, de algunos problemas del continente africano y del significado del premio a Maalouf en un mundo atravesado por cruentas guerras y visiones excluyentes de las “Otras/os”.
Interrogado acerca de la visión del mundo desde Mozambique, uno de los países más pobres del orbe, explica que, aunque cada quien ve su propio país como “centro del mundo”, el estar alejados de los centros de poder político, económico, cultural global implica estar “en las periferias”. A la vez que los mozambiqueños buscan “autonomía política, intelectual para decidir lo que necesitamos en nuestro país”, su situación es compleja ya que las grandes perturbaciones del mundo repercuten en Mozambique (y África) en “fragilidades cada vez más grandes, lo que nos coloca en una situación de precariedad individual y colectiva”.
Su visión de la violencia en Mozambique, país que ha vivido continuos conflictos armados y padecido a gobiernos autoritarios y corruptos, nos habla de un proceso de degradación social que se vive no sólo en ese país sino en muchas otras partes del mundo: “el pueblo mozambiqueño funciona como termoacumulador: vamos acumulando frustraciones, indignaciones y revueltas. Cuando se rebasan todos los límites, todo eso estalla”.
Se refiere por ejemplo a “las irregularidades flagrantes en los procesos electorales que en África son performances” para mantener a regímenes que quieren eternizarse en el poder. Recuerda que en África subsahariana el 70% de la población tiene menos de 25 años. Muchos de estos jóvenes están inconformes; “tienen poco conocimiento pero mucha información, a través de las redes sociales” y, ante situaciones para ellos inaceptables, “encuentran formas de manifestarlo porque las instituciones políticas, culturales, no funcionan”. “La violencia entonces se da como efecto”. Cita a Bertold Brecht, quien escribiera: “Se dice que las aguas del río son violentas pero no se habla de la violencia de los márgenes”, para sintetizar en esta imagen lo que sucede en Mozambique y otros países.
Desde su perspectiva, vivimos en “una contemporaneidad dolorosa, transgresiva, muy inquietante por la acumulación de tensiones, incertidumbre, desorientación cada vez mayor”, donde crece “la intolerancia en todos los niveles – racial, política, cultural. Estamos en una situación de violencia concentrada y muchas veces explícita”. Así, lo que sucede “en África, en Europa, en Ucrania, en Palestina resulta de la acumulación de violencia que estaba latente”. Lo que propicia esta peligrosa situación es “la ausencia de una pedagogía de la diferencia” que permita entender y convivir con “las/os otras/os”, dejar de ver las diferencias – de género, color de piel, etnia, cultura, ideología como defecto”.
En este contexto, dice, Amin Maalouf es una voz imprescindible, cuya obra se contrapone “a toda esta agresividad, a este desvarío”. Ante la “deriva global en que asistimos a situaciones provocadas por la negación del otro”, Maalouf nos muestra que “si sólo nos miramos el ombligo, no vemos lo que el otro puede representar en nuestra vida”, no reconocemos que “tenemos una responsabilidad ética en relación con el otro”. Al mostrarnos que “el cruce de culturas diferentes, que la diversidad es nuestra mayor riqueza como humanidad”, la obra de Maalouf va “a contracorriente de lo que está mal, de lo destructivo, de lo que pasa en nuestro mundo”.
Si no reconocemos la riqueza de la diversidad y negamos a la otra/o, afirma, “aniquilamos nuestra historia y sobre todo nuestra condición como seres humanos”.
El Premio FIL 2025 será entregado a Amin Maalouf el 29 de noviembre en el marco de la apertura de esta feria en Guadalajara.