Ciudad de México.- En «La calle del terror», es una historia que evidencia no solo a la brujería, sino una violencia mucho más antigua: la que persigue a las mujeres que se atreven a amar fuera de la norma. La trilogía de Netflix, vincula el romance de dos adolescentes con la figura demonizada de una bruja, un símbolo que, durante siglos, fue utilizado para castigar la autonomía femenina y justificar su persecución y castigo.
En «La calle del terror», la relación romántica entre Deena y Samantha se conecta con una larga historia de mujeres que debieron ocultar o romper sus vínculos afectivos para ajustarse a la heterosexualidad obligatoria y evitar ser castigadas por su orientación sexual. Durante siglos, cualquier vínculo afectivo o erótico entre mujeres fue interpretado como una ruptura del orden social y, por tanto, asociado incluso con la brujería, considerado como antinatural, amenazante y cercano al demonio.
La película retoma este legado de estigmas para mostrar cómo, incluso en la actualidad, persisten los juicios que condenaron a tantas mujeres, sobre todo en materia de sexualidad. En México, de la población LGBTQ+ de 15 años y más, cerca de 490 mil personas se identifican como lesbianas; no obstante, en 2022 ellas representaron el 6% de los asesinatos contra la comunidad, donde el feminicidio fue la principal línea de investigación, según la organización Letra S, Sida, Cultura y Vida Cotidiana A.C.
La demonología cristiana colocó la sexualidad femenina en el centro del debate para castigar a las mujeres acusadas de brujería bajo la idea de una lujuria innata y peligrosa que transgrede el orden masculino. Tanto entonces como ahora, que una mujer ame a otra fuera de lo permitido es visto como un deseo desbordado y una amenaza que justifica el castigo. La autonomía del deseo femenino fue concebida como una puerta abierta al demonio.
«La calle del terror» —titulada Fear Street en inglés— es una trilogía slasher estrenada en 2021 y dirigida por Leigh Janiak, quien también coescribió los guiones junto con Phil Graziadei. Esta basada en la serie literaria homónima del escritor R.L. Stine y se desarrolla en Shadyside, una ciudad ficticia.
No obstante, la trilogía de Netflix se centra en los sucesos de 1994, cuando una ola de asesinatos vuelven a sacudir un lugar marcado históricamente por la violencia, al punto de ser llamado «la capital del asesinato» en Estados Unidos. Por el contrario, la ciudad vecina de Sunnyvale es considerada una de las más seguras y prósperas del país. Esta polaridad está vinculada al mito de la bruja Sarah Fier, ejecutada en 1666 por hechicería, quien lanzó una maldición sobre Shadyside y se había amputado una mano para permanecer en el mundo de los vivos.
Paralelamente, la trama sigue a Deena Johnson, una adolescente afrodescendiente que no cree en el mito de la bruja y terminó su relación con su exnovia Samantha Fraser tras mudarse a Sunnyvale. Esto ocurre en un contexto en el que las relaciones lésbicas seguían siendo un tabú, por lo que fueron separadas. En medio de una pelea entre ambas adolescentes, Samantha despierta la furia de Sarah Fier sin comprender cómo ocurrió.
Desde entonces, ambas —junto con su grupo de amigos Josh, Kate y Simone— son perseguidos por asesinos enviados por Sarah Fier, lo que los obliga a buscar la manera de impedir que atrapen a Samantha. La trilogía de «La calle del terror» está separada en tres relatos ambientados en 1994, 1978 y 1666 que se entrelazan para revelar el origen de la maldición de la bruja y terminar con el horror que consume Shadyside.

Atreverse a amar a otra mujer en aquella época, no solo tenía relación con las preferencias sexuales, sino con otras características que se atrevieron a desafiar. El artículo «Las brujas que no pudiste quemar. Deconstrucción y resignificación de la bruja como figura femenina monstruosa dentro del movimiento feminista» da cuenta que, muchas de ellas estaban en edades avanzadas, viudas, solteras, solas, pobres, en la mendicidad o con profesiones asociadas a la salud.
Es decir, fuera del control masculino y de estereotipos de esposa y madre. Eran vistas como una amenaza, sobre todo cuando se agrupaban y organizaban fuera de la autoridad masculina conformando así los llamados aquelarres, cuando en el fondo existía un miedo ante su capacidad de acción colectiva.
El arquetipo de la bruja es el de una mujer de edad avanzada y asociada a lo demoníaco. Casi siempre se relaciona la vejez con la muerte siendo el cuerpo senil un tabú. Aun así, las brujas son consideradas una amenaza sexual y reproductiva, ya que rompía con las normas sexuales impuestas por la sociedad. Para justificar su persecución, se le atribuyen supuestos poderes dañinos para hacer realidad lo físicamente imposible.
«Se le imputaron toda clase de transgresiones del «orden sexual tradicional», como partícipe de actos sexuales con las fuerzas del mal y ejecutora de prácticas que contravenían la reproducción: incitar a los hombres a un deseo descontrolado; hacer desaparecer el miembro viril; transformar a varones en bestias; intentar impedir el coito; obstaculizar la concepción bloqueando la potencia generativa masculina y arruinando la fecundidad femenina, o provocar abortos y ofrecer niños al demonio.»
Así fue que se construyó, en el imaginario social y el inconsciente de los pueblos, el miedo hacia el monstruo femenino que heredaron la figura de las brujas y todas las mujeres que desafiaron al poder patriarcal. De acuerdo con la Real Academia Española (RAE), la bruja no solo es solo aquella que posee poderes mágicos obtenidos del diablo, sino una mujer fea, malvada, de aspecto repulsivo.
Desde siglos atrás, durante la transición de la Baja Edad Media y Edad Moderna, se han perseguido a las brujas por prácticas de magia y hechicería en búsqueda de la purificación de la sociedad que conllevó a la represión de prácticas que contradecían el sistema religioso y la búsqueda de control doctrinal, moral y social de clases bajas, disidencias, minorías y, sobre todo, mujeres. Por ejemplo, los inquisidores Kramer y Sprenger publicaron una guía para dar casería a las brujas, el Malleus Maleficarum fue construido a base de rumores, dichos, chismes, leyendas, mitos, testigos que conformaron una visión misógina de las mujeres.

Fue hasta los años sesenta que, el movimiento feminista comenzó a vindicar algunas figuras públicas asociadas con la monstruosidad de las mujeres como las brujas. Su representación ha sido vinculada a la inmortalidad, el pecado, la maldad y la transgresión a la par que era usado como un mecanismo de control. Revirtiendo su significado patriarcal y construyéndola como una figura feminista se recupera como un símbolo que las mujeres pueden usar para identificarse.
«Dado que en el arquetipo de la bruja se enraízan feminidad, capacidad de amenaza y poder, la brujería evoca rebelión y resistencia.»




