Bienvenidas.
Este espacio está dedicado a cualquier niña, adolescente o mujer que disfrute del deporte, sin importar si es a gran escala o desde el parque de su comunidad. El deporte que nos atraviesa a todas, que nos gusta y apasiona, aquel que nos brinda calma y energía a la vez.
Imparables es una sección donde el deporte femenino se encuentra con las voces de las mujeres, aquellas que por años han tenido historias que contar, partidos que narrar y medallas que presumir. Un espacio dedicado a nosotras y nuestras pasiones.
Porque el deporte también es nuestro.
Cuando se habla de afición, hinchas o fans del futbol —cualquiera que sea el término—, poco se habla de las niñas que son apasionadas por este deporte. Siempre se cree que los niños y los hombres son los únicos que viven y disfrutan del futbol. No hay pensamiento más equivocado que este.
Porque incluso en las sombras de las gradas, en cada reta de recreo, en cada casa con un televisor y un partido, en cada rincón donde haya y exista el futbol, también habrá una niña viendo y viviendo este deporte.
Crecí en la ciudad de Aguascalientes, casa de los Rayos del Necaxa, y desde que tengo memoria he ido al estadio Victoria a vivir el futbol. Uno de mis primeros recuerdos de la infancia es ir a los partidos con mi papá, esa sensación de ponerme la camiseta del Necaxa, una diadema dosmilera blanca con roja, es algo que jamás se me olvidará. Llegar al estadio, ver un montón de gente con diferentes colores, distintos jerseys, pero con algo en común: la pasión por el futbol.
Todas las personas estábamos ahí para disfrutar de una noche de futbol, para gritar, emocionarse y sufrir por su equipo, porque sí, en este deporte también se sufre, pero de esto hablaré en otra ocasión.
Crecí siendo una niña que veía a su papá ver todos los partidos de Liga MX, desde aquel que era «menos interesante» hasta el partido estelar de cada jornada. Escuché gritos, risas e incluso llantos cuando se trataba de futbol. Nunca jugué o toqué un balón; hasta la fecha me siguen dando miedo, tal vez porque alguna vez me pegaron con uno en la primaria y generé pánico hacia ellos.
Pero lo que sí recuerdo es la pasión con la que veía el futbol a mi alrededor: veía a mi papá desvivirse por sus Águilas, a mi mamá querer llevarle la contraria y decir que le iba al Necaxa, a mis compañeros de la escuela jugar en cada recreo, y a unas cuantas niñas uniéndose a los juegos sin importar si los niños querían o no. Porque disfrutar del este deporte es algo que se elige y se hace, un espacio para aquellas personas que tienen pasión, alma y corazón.
Nunca tuve un equipo. Como ya mencioné, mi papá siempre ha sido azulcrema, y por alguna razón yo no quería serlo. No me malentiendan: no porque no quisiera acompañar a mi papá en esos colores, simplemente quería crear mi propia identidad en el futbol, tener un equipo propio, gritar otros goles, apasionarme por mis propios colores y conocer personas que pudieran compartir alegrías y tristezas conmigo.
Ser niña y disfrutar del futbol en México es algo de lo que poco se habla, pero sí, muchas de nosotras crecimos viendo (y compartiendo) una misma pasión por el deporte, listas para gritar cada gol con nuestra familia o para reírnos de nuestros hermanos si sus equipos perdían, listas para ver a toda la cuadra festejar un ascenso, llorar un descenso.
Las niñas también crecimos viendo y disfrutando del futbol, y aunque no es mi caso, crecimos jugándolo también, porque esas niñas que se apropiaban del balón cuando todos los niños lo tenían fueron las que marcaron la diferencia, las que rompían con todo lo que se esperaba de ellas y dieron el primer paso para disfrutar de una pasión que erróneamente se creía de hombres y niños. Esas compañeras que marcaban un gol y lo celebraban más quecualquier 10 que pudieran tener en matemáticas, porque de eso se trataba todo: de vivir y disfrutar el futbol.
Porque para mí, y para cientos de niñas, crecer con el futbol era identificarnos con algún color, equipo, pero sobre todo apropiarnos de la pasión de este deporte tan lindo. Nunca fuimos el público objetivo, ni de los equipos ni de las televisoras; no hacían el futbol para que las niñas lo vieran, pero para suerte nuestra, podemos apropiarnos de lugares y pasiones que nos atraviesan.
Por todas las niñas que crecieron junto a sus papás, abuelos, hermanos, familias viendo el futbol, o aquellas que ellas mismas prendían el televisor y ponían un partido, aquellas que pedían unirse a la reta en el recreo, y aquellas como yo, que aprendimos a amar y hacer nuestro un deporte que «no era» para nosotras, pero que siempre nos perteneció.
